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Andrés Lomeña | Patricio Cabello

El proyecto de impulsar una nueva imaginación política carecería de sentido si la vieja manera de pensar la política gozara de salud. No parece que sea así. Necesitamos no solamente un nuevo lenguaje, sino nuevos objetivos. Esto no es una tarea sencilla, en tanto nos llama a articular nuevas ideas con viejos ideales El sociólogo español César Rendueles recuerda que se han forjado lealtades artificiales entre asalariados y otros agentes económicos que destruyen nuestra imaginación política, impiden luchar por una sociedad más igualitaria y condenan a la dependencia con quienes viven instalados en el privilegio. Así, el proyecto de una sociedad mejor, de un mundo menos polarizado e injusto, pasa por la rehabilitación del proyecto de la imaginación política. Rehabilitación, o bien demolición y reconstrucción de los contratos sociales.
Desde diversos puntos, emerge con fuerza la necesidad de transformación. El proceso constituyente chileno es un ejemplo de cómo las demandas ciudadanas encuentran un cauce democrático, institucional y deliberativo. En la actualidad la asamblea constituyente chilena que resultó electa para cumplir con la tarea de debatir y redactar una nueva constitución desde cero, se encuentra compuesta por más de un tercio de representantes que no provienen ni de los viejos partidos políticos ni de los nuevos, sino de organizaciones sociales que han promovido el proceso de transformación social sin mayores intermediarios. En este sentido, se trata de un rediseño de la arquitectura política desde abajo, que si bien porta enormes riesgos, abre un horizonte de posibilidades no vistas en un país que parece no terminar nunca su transición desde el autoritarismo a la democracia. Sin duda un proceso como este nos lleva a imaginar futuros posibles, al son de lo que en algunas partes se vio escrito en los muros: «el neoliberalismo terminará donde comenzó, cambia Chile, cambia el mundo».
Un proyecto que nos lleve a soñar con conquistas sociales tiene que desembocar en la materialización de una utopía realista. La simple mención de la palabra utopía como sinónimo de imposibilidad nos lleva a un realismo político que solo significa un embrutecimiento de la vida social, económica, política y cultural. La imaginación política reaccionaria ha construido mitos poderosos, desde la curva de Laffer al delirio del crecimiento (la expresión es de David Pilling) o la atribución de los ciclos de prosperidad económica a la gestión de gobiernos conservadores que, demasiado a menudo, se han servido de la jerga económica para vender un modelo caduco de desarrollo. Una utopía realista empieza por gestos igualitaristas poco publicitados: la vacunación gratuita contra la meningitis para bebés, el acceso gratuito a la educación superior, la liberación de autopistas de peaje, o la redefinición del bien común. Desde luego, estas medidas se tornan privilegios allá donde hay una constante vulneración de los derechos humanos o democracias debilitadas.
Entretanto, la corrupción y la evasión fiscal seguirán nutriendo a los poderes fácticos. El holandés Rutger Bregman, autor de Utopía para realistas (un libro a favor de una renta básica universal, un mundo sin fronteras y una jornada laboral de quince horas), se mofó de los encuentros de Davos porque los planes altruistas de las grandes empresas sonaban completamente hipócritas al no hacer mención a los impuestos. En ese sentido, el capitalismo benefactor pierde su disfraz y se muestra como lo que es: palabras vacías. Para avanzar, hablemos de impuestos, de infraestructuras, del amueblamiento de las condiciones materiales de existencia. Ni qué decir tiene que sacar a la luz esas cuestiones conlleva costes. El propio Bregman bromeaba en redes sociales porque no había recibido la invitación para asistir al Foro de Davos del año siguiente. Hay otros costes mucho más peligrosos: la represión política y el ataque a la libertad de expresión. Y es que la búsqueda de alternativas para garantizar derechos fundamentales, se ha encontrado con la oposición de poderes económicos y políticos que operan sobre la opinión pública a través de medios de comunicación, y transforman en batallas judiciales las tensiones políticas, criminalizando la protesta social y produciendo una guerra legal contra el progresismo.
Hablemos, por tanto, de infraestructuras, en un sentido literal y simbólico. Hablemos de las estructuras ideológicas (el racismo, la xenofobia) y de las estructuras materiales (inversiones, sanidad pública, educación) que condicionan la ideología. La crisis de abastecimiento y de materias primas que afecta al Reino Unido y a buena parte del mundo va a marcar una nueva pauta de prioridades e inquietudes políticas, aun cuando todavía no hemos salido de la crisis de la pandemia, si bien estos dos problemas están relacionados. La industria fósil es uno de los enemigos a batir, aunque aún no se ha explicitado del todo cómo hacerlo. Los datos pueden ayudarnos en esta renovada conversación en torno a los asuntos públicos. Por ejemplo, hay datos contrastados y de fácil acceso sobre cómo la jornada laboral se redujo hasta los años ochenta aproximadamente; ahondar en estas tendencias socioeconómicas puede servir para apoyar proyectos piloto esperanzadores como el de la jornada laboral de cuatro días. Paradójicamente, Rusia decreta días no laborables para frenar el COVID. En muchos países aumentará el tiempo de ocio como consecuencia del shock sistémico y laboral de la pandemia, no como resultado del aumento de la productividad o de una gran victoria sindical.
Los cambios que afectan a las infraestructuras pueden ser inspiradores: en Italia se han demolido varios viaductos para adaptarlos a la nueva ley antisísmica. Tenemos que aprender de los errores y se debe proyectar un programa de cambio ambicioso, pero creíble. El posibilismo no es solo una cuestión de voluntad política, por lo que la voluntad de cambio debe estar guiada por una visión científica alejada del cortoplacismo y de las emociones y los sentimientos polarizados. El sentimentalismo aqueja a muchas instituciones. Frankie, el dinosaurio diseñado por ordenador para una campaña de concienciación de la ONU, deviene en una autoparodia involuntaria sobre la inoperancia de los países ante el advenimiento de una crisis ecológica sin precedentes. El catastrofismo medioambiental se antoja tan perjudicial como la ignorancia premeditada hacia el nuevo régimen climático. Queda en evidencia aquí que la consciencia crítica no parece ser un ideal a alcanzar que resuelva la situación cuando no existe un paso al acto, es decir, decisiones fundamentales sobre el modelo de desarrollo que debemos adoptar si queremos sobrevivir.
El llamado neoliberalismo no ha sido solo un proyecto económico, sino profundamente cultural. Cuanto antes se comprenda el impacto cultural del anarcocapitalismo, las democracias iliberales y otras mutaciones del antiguo pensamiento único, antes se reconstruirá un horizonte político viable. Una de sus aristas más complejas del neoliberalismo es la visión de una sociedad atomizada que no concilia las necesidades individuales con el bien común, generando una destrucción del tejido social y construyendo una imagen política miope que solo distingue entre mercado y estado. Estas y otras cuestiones, nos ocupan en este número de metapolis.
A continuación, se presenta una variada selección de artículos con un hilo conductor común: posibles aportes para volver a imaginar el futuro de la democracia.
La discusión de este número se abre con el artículo «Las pandemias como oportunidad para repensar tecnologías compartidas», de la historiadora Jo Guldi. A partir de casos como el cólera, Guldi traza una continuidad entre las redes de saneamiento del pasado y las tecnologías compartidas que hoy por hoy nos permiten teletrabajar. Una banda ancha pública parecía una veleidad de los tecnólogos, pero después de 2020 parece una necesidad estructural para el mantenimiento de la sociedad. Esto nos puede ayudar a repensar la idoneidad de sentencias judiciales no tan lejanas en el tiempo, como la condena que recayó sobre algunos ayuntamientos españoles por ofrecer Wi-Fi gratis.
Maysoun Douas aboga por una redefinición del marco de convivencia política en «Hacia un nuevo contrato social para el siglo XXI». A su juicio, se hace urgente trazar una hoja de ruta que permita la participación abierta e inclusiva para generar cambios sistémicos. Esta nueva carta de navegación debe contar con la inclusión como eje central, en tanto la exclusión y desigualdad estructural deterioran profundamente la democracia, cuando no la inhabilitan por completo. El concepto de ciudadanía y la paz social perderán su sentido si se abordan las sucesivas crisis migratorias como meras contingencias o como situaciones transitorias. Asimismo, la promesa de una revolución tecnológica no ha de transformarse en una intensificación del capitalismo de vigilancia. Douas escribe una oda al coraje de quienes quieren rehacer los vínculos sociales para que las relaciones sean más horizontales y menos jerárquicas.
El economista Steve Keen propone en «Un jubileo moderno de deuda» un modo realista de no ahogarnos en nuestra deuda. Por realista aquí se entiende una nueva economía que entiende el papel real de los bancos, no el modelo periclitado de la economía neoclásica. Keen ha dedicado su formidable obra intelectual a desmitificar el paradigma económico que nos gobierna, el papel de la deuda privada y recientemente ha decidido visibilizar los tremendos errores de quienes han tratado de calcular el impacto económico del cambio climático. El jubileo no es una panacea, pero su propuesta es un modelo que puede complementarse con otras medidas, siempre y cuando las entidades bancarias y otras instituciones no refloten problemas que se intentan subsanar. Por tanto, hay una guía no solo para disminuir la deuda, sino también para frenar ciertas operaciones bancarias. La sostenibilidad económica será clave para la sostenibilidad ecológica.
Jesús Rey Rocha y Emilio Muñoz Ruiz han coescrito «Ciencia y democracia: instituciones en busca de una identidad sociopolítica». Los autores evidencian la necesidad de un reforzamiento de conceptos como la colectividad. La transición energética o el análisis de riesgos pueden beneficiarse de la colaboración entre instituciones científicas y tecnológicas si estas mantienen sus objetivos y compromisos con una democracia plural. Se aboga por reinventar expresiones gastadas como desarrollo sostenible, responsabilidad social corporativa, economía verde o transformación digital. Para estar a la altura de las circunstancias, el Estado del Bienestar no se puede plegar a las necesidades del mercado.
A continuación, Concha Roldán explora desde una perspectiva histórica cómo lograr el progreso científico y en última instancia cómo entender al Otro en sociedades multiculturales y globalizadas. En «Apuntes históricos para una reflexión sobre la tolerancia en un nuevo imaginario político», Roldán analiza la etimología y la historia del concepto de tolerancia, haciendo un recorrido por sus orígenes en el pensamiento moderno. La profesora de filosofía destaca que la tolerancia no equivale al relativismo ni a ciertas creencias monolíticas. Se trata, más bien, de una herramienta metodológica con la que intercambiar conocimientos y con la que avanzar racionalmente hacia sociedades, actuales y futuras, que permitan un verdadero entendimiento del Otro.
Por su parte, Joost Smiers nos lleva a un rincón poco visitado de la reflexión sobre la materialidad de nuestras formas de habitar. De esta manera, escribe sobre la contaminación acústica en «Protegiendo el dominio público: el ruido y otros sonidos indeseables». El politólogo holandés apela a la imaginación política para rescatar un tema que pasa inadvertido: el ruido como fuente de desigualdades y de conflicto. El ruido es un indicador de tensiones políticas y urbanísticas. Donde hay un sonido indeseable puede haber un aeropuerto, lo que rápidamente nos remite a un modelo de turismo masivo y a la huella ecológica. El ruido de los automóviles eclipsa otras formas de movilidad, menos contaminantes y menos peligrosas desde el punto de vista de la siniestralidad. En definitiva, el ruido es una clave existencial con la que podemos dar una nueva sensibilidad (una nueva acústica) a nuestras sociedades.
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