_
Nuestra cultura global prioriza valores puramente individualistas a expensas de una sociedad y de un planeta sanos y civilizados; los economistas neoclásicos y los intereses creados no hacen más que empeorar la situación. No pocas sociedades con niveles avanzados de industrialización y conocimiento se empeñan aún en ignorar propuestas que aseguran la prosperidad conjunta, tales como la Renta Básica Universal. Esto supone negarse a asegurar la supervivencia social de muchos, tanto como a fomentar verdaderas innovaciones.
La crisis de la COVID-19 es poco más que el preámbulo de una crisis existencial muchísimo más seria, que ya llama a nuestra puerta. Una que aún podemos evitar si cultivamos una mentalidad alternativa, capaz de valorar la preservación de la vida y la búsqueda del conocimiento. Necesitamos un enfoque más amplio para repensar todas las facetas de nuestras vidas. Y dentro de éste, es imprescindible formular propuestas económicas concretas para impulsarnos en la dirección adecuada. Propuestas como la del «jubileo moderno de deuda» que aquí se plantea.
Nuestro mundo se ahoga en su propia deuda; y la situación solo va a empeorar, especialmente tras la pandemia de COVID-19. Todos los tipos de deuda —pública, empresarial y doméstica— van al alza en relación al Producto Interior Bruto (PIB) en prácticamente todos los países. La deuda en Estados Unidos (EE. UU.) es hoy más alta de lo que lo ha sido en toda su historia; y los niveles de endeudamiento de determinados países ofrecen una muestra representativa de cómo se comportan las principales economías del planeta desde la Segunda Guerra Mundial: Australia es el peor ejemplo de deuda soberana, Francia el peor en cuanto a deuda privada y Japón suspende tanto en deuda pública como en deuda total. Casi todos los países del planeta han experimentado un aumento de su deuda total desde 1945. [1][1] Solo hay un puñado de excepciones, como Alemania, donde la deuda pública y privada ha sido gestionada principalmente con grandes superávits de cuenta corriente, que han permitido que esas economías crezcan a pesar del escaso crecimiento de la deuda de los sectores privado y público.
Todas las escuelas de pensamiento económico sostienen que un alto nivel de deuda es problemático —sencillamente difieren en qué tipo de deuda es más preocupante—. A los economistas neoclásicos (y «austríacos») les inquieta la deuda pública. Aseguran que ésta «desplaza» la inversión privada, acaparando préstamos que el sector privado podría haber utilizado para invertir en sí mismo, atando a generaciones futuras a la condena de saldarla. [2][2] Mankiw, N.G. (2016). Macroeconomics [Macroeconomía] (9th edition) [9ª edición]. ed. Macmillan. La deuda empresarial no les preocupa en la medida en la que ven sus fluctuaciones como una mera transferencia de poder adquisitivo entre partes privadas; alegando que, a menos que se aprecien grandes diferencias en sus tendencias de gasto, sus repercusiones macroeconómicas deberían ser leves. [3][3] Bernanke, B.S. (2000). Essays on the Great Depression [Ensayos sobre la Gran Depresión]. Princeton University Press.
A los economistas post-keynesianos (y de la teoría monetaria moderna), por el contrario, les preocupa la deuda privada. Aseguran que los préstamos bancarios crean dinero, lo que provoca una mayor demanda que afecta necesariamente a la macroeconomía. El detonante de las crisis financieras no es otro que la presencia de altos niveles de deuda empresarial, seguidos de crédito —variación de deuda— negativo. [4][4] Keen, S. (2020). Emergent Macroeconomics: Deriving Minsky’s Financial Instability Hypothesis Directly from Macroeconomic Definitions. [Macroeconomía emergente: Derivando la hipótesis de inestabilidad financiera de Minsky directamente de las definiciones macroeconómicas]. Review of Political Economy 32 (3), 342-370. doi:10.1080/09538259.2020.1810887 No se centran en la deuda pública porque sostienen que un gobierno es, por naturaleza, «su propio banco», y puede imprimir el dinero que necesite para cubrir los intereses de la misma, siempre y cuando, claro, sea en su propia moneda. [5][5] Kelton, S. (2020). The Deficit Myth: Modern Monetary Theory and the Birth of the People’s Economy [El mito del déficit: la teoría monetaria moderna y el nacimiento de la economía popular]. Public Affairs.
En 2014 el Banco de Inglaterra se inclinó por reconocer la postura post-keynesiana en este desacuerdo: en contra de lo que plantean los principales manuales de economía, los créditos bancarios crean dinero. Este, digamos, «nuevo» dinero se presta para ser gastado, de manera que la deuda privada que genera se suma a la demanda agregada, dirigiendo el PIB y el precio de los activos. La principal explicación para el deterioro brutal de la economía española entre 2008 y 2014 fue precisamente la caída del crédito —de nuevo, la variación de deuda privada— del 35% del PIB en 2008 a un -20% en 2014. [6][6] McLeay, M., Radia, A., & Thomas, R. (2014). Money creation in the modern economy [La creación de dinero en la economía moderna]. Bank of England Quarterly Bulletin, (Q1), 14-27
El boom y las posteriores caída y recuperación de los precios de la vivienda en EE. UU. entre 1997 y la actualidad se deben fundamentalmente a las fluctuaciones en el crédito a los hogares. Si bien el principal factor detrás del boom del mercado de valores desde 2009 son las políticas de expansión cuantitativa, los cambios en los márgenes de deuda han sido los causantes de las subidas y caídas del mercado. A nuestro mundo post-2008, por tanto, lo caracterizan un exceso de deuda privada y un sector empresarial moribundo, con un rendimiento económico que solo sostienen los planes estatales (como la mencionada expansión cuantitativa), así como enormes déficits presupuestarios que a su vez dan lugar a unos niveles de deuda pública cada vez mayores. Para escapar de este atolladero, necesitamos reducir la deuda privada en relación al PIB, preferiblemente sin que eso suponga ampliar la deuda pública en relación al PIB.
Las ideas convencionales en torno a cómo reducir la deuda en relación al PIB podrían resumirse en tres soluciones: pagar la deuda, crecer más rápido que ella o inflacionar hasta saldarla. Sin embargo, la experiencia empírica nos sugiere que ninguno de estos tres métodos funciona realmente. Irving Fisher, padre de la teoría deuda-deflación en las grandes depresiones destacó que la vía de simplemente «pagar la deuda» fracasa en la medida en la que la reducción directa de la misma destruye dinero dólar a dólar: igual que cada nuevo crédito incrementa la cantidad de dinero en circulación, el pago de la deuda la reduce. Y la caída de la oferta monetaria puede producir una caída aún mayor del PIB, teniendo como resultado el aumento de la deuda en relación al PIB por pago directo, un fenómeno que yo denomino «la paradoja de Fisher». [7][7] Fisher, I. (1932). Booms and Depressions: Some First Principles [Booms y depresiones: Algunos principios preliminares]. Adelphi. [8][8] Fisher, I. (1933). The Debt-Deflation Theory of Great Depressions [La teoría deuda-deflación de las grandes depresiones], Econometrica 1 (4),337-357
Un nivel elevado de deuda privada, incluso con tipos de interés a la baja, tiene como consecuencia que la mayor parte del dinero circulando en una economía lo haga en el sector financiero y no en la economía real –en las tiendas y fábricas de las que de hecho salen la producción física de bienes, los beneficios y los salarios–.
Un «jubileo moderno de deuda» es una forma de lograrlo. Un jubileo moderno de deuda se vale de la capacidad de los gobiernos para crear divisa para reducir la deuda privada cambiando dinero crediticio por dinero fiduciario:
·En lugar de reducir la deuda aliviando solo a una parte, todas —deudor y acreedor— reciben la misma cantidad de dinero fiduciario;
·Los deudores deben reducir su deuda; los ahorradores reciben un efectivo que debe usarse para comprar acciones de nueva emisión;
·Los productos de esta compra deben utilizarse para pagar la deuda privada; y
·El jubileo provee a las entidades bancarias de la situación financiera propicia para comprar «bonos del jubileo», cuyos propios intereses les compensan por la caída de ingresos que supone cancelar la deuda.
Las ideas expuestas a continuación reflejan una simulación del jubileo moderno de deuda modelizado a partir de Minsky [10][10] https://sourceforge.net/projects/minsky/, un programa Open Source (esto es, gratuito) de sistemas dinámicos. La funcionalidad exclusiva e insigne de Minsky, la llamada «Tabla Godley», es una tabla de contabilidad por partida doble que facilita enormemente la modelización de sistemas financieros dinámicos frente a los programas convencionales. Los resultados clave del modelo respecto a la cuestión propuesta son:
·El jubileo reduce los niveles globales de deuda en relación al PIB;
·La deuda privada en relación al PIB cae de inmediato gracias al jubileo;
·La deuda pública crece tanto como la privada cae, pero en relación al PIB crece menos, gracias a los efectos estimulantes del jubileo sobre éste;
·La relación de deuda total respecto al PIB cae, por tanto, de inmediato y
·Con el tiempo, el jubileo estimula la economía, porque la caída del endeudamiento potencia la demanda agregada, transfiriendo dinero de quienes gastan despacio (fundamentalmente banqueros) a quienes gastan rápido (trabajadores).
Una política que requiere un aumento inicial de endeudamiento público —puesto que el dinero fiduciario sustituye al crediticio— acaba reduciendo así tanto la deuda pública como la privada en relación al PIB, como demuestra el gráfico 1.
¿Y cuál es la magia de este proceso? El mecanismo fundamental es que el jubileo moderno de deuda reduce la desigualdad que el continuo aumento de la deuda privada provoca.
Un nivel elevado de deuda privada, incluso con tipos de interés a la baja, tiene como consecuencia que la mayor parte del dinero circulando en una economía lo haga en el sector financiero y no en la economía real —en las tiendas y fábricas de las que de hecho salen la producción física de bienes, los beneficios y los salarios—. El jubileo moderno de deuda invierte esta polaridad: a menos deuda privada, menos demanda de servicios de crédito y, por tanto, mayor la cantidad de dinero que acaba en manos de los trabajadores que, como decíamos, lo gastarán proporcionalmente mucho más rápido. Y es por esto último que el influjo monetario expandirá la actividad empresarial, aumentando el PIB. Un incremento en lo que los economistas convencionales llaman «velocidad de circulación del dinero» (ver gráfico 2) crea más PIB a partir de la misma cantidad de dinero, permitiendo el descenso en el tiempo de la deuda en relación al PIB. El jubileo, por tanto, invierte la paradoja de Fisher.
Y para todo aquél que se pregunte «¿y quién va a pagarlo?», me guardo una lección sobre contabilidad. Primero la Hacienda estatal realiza un pago per cápita a cada adulto que forma parte de la economía. Como el grueso de la población es asalariada (trabajadora) y no empresaria (capitalista), una amplia mayoría —digamos el 95%— del dinero va a los trabajadores, y el resto a los capitalistas. Esta operación, como toda acción en contabilidad por partida doble, consta de dos componentes: considera las cuentas bancarias tanto de trabajadores como de capitalistas. Los activos (reservas) de la banca privada aumentan tanto como lo hacen sus pasivos (depósitos).
El incremento en las reservas facilita el siguiente paso: la venta de bonos del jubileo por parte de la Hacienda a la banca privada. Así, el jubileo ha aumentado las reservas del sector bancario, permitiendo cambiar este activo no remunerable y no comercializable por bonos del jubileo, con los que sí es posible comerciar y generar intereses, del mismo modo que con bonos estatales convencionales. Esta es la verdadera clave de la teoría monetaria moderna: en la medida en la que un gobierno es generador de divisa, el gasto público es una forma de auto-financiamiento. La financiación, en otras palabras, no es el problema; en todo caso el problema son las consecuencias de ese gasto.
Con el jubileo hablamos no de gasto, sino de «concesión» al grueso de particulares no-bancarios: el gobierno les entrega un dinero que solo puede usarse para saldar deuda privada. Para hacerlo, también concede a la banca reservas adicionales —activos no remunerables—. Y la venta de estos nuevos bonos estatales, los bonos del jubileo, es una segunda concesión que, como decíamos, permite al sector bancario intercambiar activos no-comercializables ni remunerables por otros que sí lo sean. No tengo dudas de que se trata de una concesión que la banca aceptaría —no olvidemos que todo bono estatal emitido en la historia ha experimentado sobredemanda—. A los llamados «bond vigilantes» o vigilantes de los bonos (inversores que se enfrentan activamente a las políticas fiscales vendiendo bonos) bien podríamos apodarlos «imbéciles de los bonos» si fueran capaces de renunciar no ya a una concesión, sino a dos.
El coste final de esta segunda concesión —en cuanto a los intereses a los que los bonos se vendan— depende de qué proporción de esta emisión de bonos quede en manos de la banca. Es perfectamente posible que un banco central compre todos los bonos del jubileo a la banca privada, si así lo desea: todo lo que necesitaría hacer sería abonar sus reservas (los pasivos u obligaciones del banco central para con los bancos privados), colocando en su balance de cuentas a los bonos del jubileo como activos de valor equivalente. A grandes rasgos, esto implicaría que el coste público del jubileo sería cero, ya que se financiaría endeudando a una parte del gobierno (la Hacienda pública) a través de otra (el Banco Central).
Bien es cierto que los principales objetores a todo esto serían más que probablemente los propios bancos, porque una reducción semejante de la deuda privada —de en torno al 100% del PIB, según esta simulación— reduciría significativamente sus ingresos. El pago de Hacienda a la banca por los intereses de los bonos sería el coste real del jubileo: es la cantidad de interés mínima requerida para compensar al sector bancario por la pérdida de ingresos que les supondría saldar así toda esta deuda. Sin embargo, es muy posible elevar los tipos de interés de los bonos del jubileo a un nivel que compense integralmente al sector bancario.
Esto último puede hacerse endeudando, como decíamos, a la Hacienda pública con el Banco Central, de manera que si el jubileo cubriese del orden del 100% del PIB, como propone la simulación, el coste anual del mismo rondaría el 5% del PIB, o un billón de dólares anual en el caso de EE. UU. Hay un bonus social también en el pago de estos intereses: además de compensar a la banca por el beneficio perdido, también se genera divisa: incrementa las reservas (activos) y su capital al mismo tiempo [11][11] Este modelo simple trata los fondos propios del banco «a la carta», como cuentas de depósito; un modelo más sofisticado mostraría que los ingresos por intereses del banco irían a una cuenta a la carta mientras que los fondos propios serían a largo plazo. En todo caso, el resultado global seguiría siendo el mismo.. Así que de hecho puede entenderse ese «coste» como una inyección anual de un billón de dólares a la banca.
El jubileo moderno de deuda nos emanciparía así del problema de un exceso de deuda en relación al PIB, actuando sobre el denominador (el PIB) más que sobre el numerador (la deuda, sea pública o privada). Sus principales efectos se deberían a cómo actúa sobre el suministro monetario (sobre quién lo tiene y sobre cómo crece). Esta relocalización del dinero existente invertiría los errores que los bancos centrales del mundo han cometido históricamente mediante las políticas de expansión cuantitativa, que se tomaron con el pretexto de la estimulación económica y terminaron enriqueciendo aún más a los más ricos al encarecer las cotizaciones.
No podemos continuar operando bajo la presunción de que el sistema financiero se autorregula.
Por supuesto, se necesitarían otras políticas para sostener el jubileo: no querríamos reducir la deuda privada y después dejar que los bancos la recreasen a través de las mismas prácticas irresponsables de préstamo que les caracterizan desde 1970. Necesariamente esto incluiría frenos a los préstamos bancarios para la compra de activos, y políticas de fomento del préstamo a empresas y emprendedores en lugar de a especuladores.
Las políticas económicas que sigan al jubileo deberían dejar de centrarse solo en el desempleo y la inflación y empezar a abordar la cuestión de la deuda privada. Necesita mantenerse en niveles sostenibles, esto es, del orden del 50% del PIB, como lo estaba en la era dorada del capitalismo, tras la Segunda Guerra Mundial. Debemos ver a aquella última vez que logramos escapar de la trampa de la deuda privada (los años 30 y 40) como una versión rudimentaria de lo que aquí se propone: el incremento del gasto público, primero para el New Deal y después para sostener la guerra, estimularon al sector privado para reducir drásticamente sus niveles de endeudamiento.
Y necesitamos, claro, hacerlo evitando los errores de entonces, como instrumentalizar la guerra para reducir la deuda en lugar de promover un jubileo, y como consentir que el genio de la banca escape de la lámpara justo después de aliviar las cuentas. Una economía funcional necesita de equilibrio entre dinero fiduciario y dinero crediticio, y una vez este sea restablecido mediante un jubileo, necesitará ser mantenido por gobiernos conscientes de los peligros de ceder el control del suministro monetario a aquellos que Marx llamaba caballeros andantes del crédito. [12][12] Marx, K. (1894). Capital [El capital]. (Vol. #3). International Publishers. Disponible en https://www.marxists.org/archive/marx/works/1894-c3/ch33.htm Actores que «pueden permitirse el lujo de pagar un alto interés porque lo pagan a costa del bolsillo ajeno (pero contribuyendo con ello a establecer el tipo de interés para todos) y porque entretanto viven desahogadamente de las ganancias anticipadas».
Estos «caballeros», a la vez que censuran el endeudamiento público, se aferran a una sabiduría convencional intocable que guarda siempre las peores consecuencias para quienes menos pueden permitírselo. No podemos continuar operando bajo la presunción de que el sistema financiero se autorregula. Concluyo, recordando a Robert Schiller, con que la economía es más una cuestión de contar relatos que de explicar el capitalismo. Las políticas públicas deben trazarse a partir de un conocimiento verdadero y de una innovación capaz de reorientar a nuestras sociedades hacia el beneficio colectivo, incluso si ello supone reconocer que las creencias que nos han traído hasta aquí eran equívocas. Estos sistemas de creencias son el sello distintivo de la humanidad, pero es aquí cuando la educación y el método científico entran en juego: una sociedad formada y crítica es la mejor barrera posible frente a decisiones colectivas absurdas, y ha llegado la hora de revertir esas decisiones antes de que las consecuencias sean definitivas.
·
COMPARTIR: