Mediación cultural para el cambio social en tiempos de pandemia

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Sofía Coca

Ago, 2021
MUSIC:

«Navegar por una geografía comunitaria difiere de leer un texto, comprar un producto o de la autoconciencia de las redes sociales. Tú navegas por un lugar material en el tiempo de tu cuerpo, en lugar de emitir envíos a una zona desmaterializada sin contexto. Tú eres público, pero no expuesto, para actuar o exponerte. Tu ‹yo› puede expandirse completamente en cuanto a movilidad social, en lugar de indexarte a ti mismo en los estrechos confines del texto. La ideología, la política, el gusto y las redes sociales… Estas fijaciones pueden ser un lecho de Procusto que envuelve a todo tu ser en una modalidad reducida de posiciones y mensajes transaccionales, pero las interacciones más interesantes que tenemos en la vida son cuando estamos «ON». La vida sucede cuando no estás haciendo declaraciones. La vida pasa cuando estás con otras personas».

As radical, as mother, as salad, as shelter: What should art institutions do now? – Ken Chen (Paper Monument, 2018)

Uno de los mayores logros de la mediación cultural es la facilitación de encuentros entre personas que no se conocían previamente. Más allá de la creación de redes y la generación de proyectos conjuntos, una de sus claves es la forja de nuevas relaciones.

Cuando hablamos de «cuidados» como generación de «espacios de co-creación» a través de metodologías que afrontan y reconocen las relaciones de poder y, al mismo tiempo, tratan de fomentar formas imaginativas de trabajar conjuntamente, pareciera que todo queda envuelto en un halo de misterio. Es fácil que un entorno afable y relajado empañe el trabajo de planificación y estructura que hay detrás de este proceso.

Obviamente nada puede garantizar que dos personas que no se conocen puedan congeniar. A veces ni la más atinada de las facilitaciones ni el más afinado de los algoritmos podrían conseguir vincular a dos personas: a veces, incluso entre aquellas personas que parecen tener mucho en común no resulta fácil alcanzar la ansiada conexión que genera, a su vez, nuevos espacios sociales. Pero sí hay herramientas para intentarlo. Este intento de «mediación cultural» es el trabajo que ZEMOS98, una cooperativa sevillana dedicada a la producción cultural y la investigación social, lleva a cabo desde hace más de veinte años.

Esta labor puede adoptar distintas formas: a veces se traduce en encuentros de tres días, donde unas 40 personas (grupos más grandes hacen difícil mantener la complicidad y la intimidad necesarias) trabajan de forma conjunta con un montón de cartulinas, rotuladores y pósits. En otras se trata de interlocuciones largas, cuyos momentos de conexión se dilatan en el tiempo durante semanas, pero cuyo objetivo es proponer un espacio de reflexión y producción común para personas que no forman parte del mismo gremio. Otras veces se trata de negociar entre personas que conforman una comunidad de práctica o de intereses compartidos que no han sido capaces de identificar un camino en común.

La mediación cultural es una amalgama de prácticas, herramientas y metodologías que tienen que ver con la facilitación, el acompañamiento, la recodificación y la problematización. Pero la mediación también es la búsqueda de un lenguaje en común. Un lenguaje que a veces es nuevo, inventado e intencionalmente evocador. Un lenguaje que a veces busca rescatar palabras o rituales perdidos. Un lenguaje que a veces se asemeja a una almazuela.

Ni esto es una metodología de aplicación universal en cualquier contexto, ni está desvinculada de los deseos, las posibilidades y las capacidades de todos estos agentes en un ecosistema determinado. Por ejemplo, uno no puede mediar contra la institución, o al menos no creo que eso sea un proyecto muy recomendable como manera de intentar construir un modelo con el que ir adelante. Pero sí creo que, en esas tensiones, es importante que agentes tan consolidados en la sociedad como la academia o la institución cultural entiendan que no existen en la nada.

A continuación, en base a la dilatada experiencia de Zemos98, tratamos de desgranar seis preguntas que buscan abordar los retos de la mediación cultural en un contexto post-pandémico.

La mediación como traducción

La palabra «mediación» ha aludido tradicionalmente a un contexto asociado a las instituciones culturales y museísticas. De unos años a esta parte, se le ha añadido el adjetivo «cultural» para referir a una serie de prácticas de intervención comunitaria que opera más allá del sector público y las instituciones. En este terreno de juego nos movemos cuando hablamos de mediación para la transformación social. Más allá de las reflexiones conceptuales de corte académico, consideramos que pensar y ampliar el concepto es un ejercicio interesante. No tanto para otorgar una definición definitiva, sino más bien para facilitar y hacer accesible un trabajo que, en ocasiones, resulta difícil sintetizar en pocas palabras. A su carácter procesual, y en cierta medida experimental, hay que añadir otras dificultades, como el poco apoyo y reconocimiento institucional que las prácticas de mediación cultural reciben, así como la escasa formación reglada asociada a este ámbito de trabajo. Poco a poco se van desarrollando líneas de financiación pública y espacios formativos, pero mientras tanto tenemos que seguir sacudiendo el término con preguntas para que no se solidifique en definiciones incompletas.

José Luis de Vicente tiene claro que la palabra clave es la intermediación y concebir la mediación como una suerte de herramienta intercomunicadora: «Para mi la palabra mediación remite de forma clara a la mediación educativa en una institución cultural. Sin embargo, podemos ampliar la idea y pensarla como una intermediación, o como un mecanismo dispositivo de traducción. Es un intercomunicador que genera comunicación entre agentes de distintas comunidades de conocimiento, comunidades de práctica y espacios de especialización. Uno son los movimientos sociales, otra es la institución pública, otro puede ser la academia, otro puede ser las comunidades de prácticas artísticas, otra puede ser la ciudadanía… ».

Al final, esa labor de traducción requiere del privilegio de entender varios idiomas. ¿Podemos vivir en un mundo sin traductores? Seguramente la tendencia es la de automatizar todos los procesos de traducción. Pero bien sabemos que los algoritmos tienen sus limitaciones cuando se trata de traducir, no tanto literalmente, sino todas las cuestiones que hay implícitas en el acto de comunicación. Por tanto, cabe preguntarse, ¿tiene futuro la mediación entendida como un ejercicio de traducción? José Luis de Vicente así lo cree: «Yo creo que hay dos tensiones respecto a esta clase de procesos de traducción. Por un lado: ¿tienen futuro? Y por otro: ¿pueden generar trasvases? Para mí, absolutamente. De hecho cada uno de estos agentes existen en compartimentos estancos y, cuándo eres capaz de habilitar pasos de unos a otros, pasan cosas muy potentes. Ahora bien, ni esto es una metodología de aplicación universal en cualquier contexto, ni está desvinculada de los deseos, las posibilidades y las capacidades de todos estos agentes en un ecosistema determinado. Por ejemplo, uno no puede mediar contra la institución, o al menos no creo que eso sea un proyecto muy recomendable como manera de intentar construir un modelo con el que ir adelante. Pero sí creo que, en esas tensiones, es importante que agentes tan consolidados en la sociedad como la academia o la institución cultural entiendan que no existen en la nada».

En paralelo a esta idea de los procesos de traducción hay otra metáfora que usa Adam Horowitz para ampliar la noción de mediación, hablando de la metáfora de cavar túneles y de poner en práctica una noción de pedagogía distribuida: «El lenguaje de la construcción de puentes se ha vuelto un poco manido. Como si «tender puentes» fuera la definición misma del trabajo. Soy un poco escéptico con esta definición. Pero a la vez, cuando miro atrás, gran parte del trabajo que he estado haciendo sí podría explicarse de forma parecida, pero con otra metáfora: cavando túneles. Porque gran parte del trabajo que hacemos no es visible, o implica redistribución de recursos o el tipo de colaboraciones que realmente no están pensadas para ser visibles porque son más subversivas. Cuando recuerdo mi experiencia en el US Department of Arts and Culture, cuyo nombre era una provocación que señalaba irónicamente el hecho de que en los Estados Unidos de América no existe dicha institución gubernamental, la mayor parte de lo que funcionó para nosotros tenía que ver con la idea de pedagogía distribuida. Trabajando con un montón de compañeras y compañeros, desarrollando herramientas y recursos, para que estuvieran disponibles tanto para un niño de 10 años como para una institución cultural grande. La mayor parte de aquello rara vez tenía que ver con producir grandes eventos, sino haciendo crecer una cierta legitimidad cultural con un montón de organizaciones que lo que buscaban era hacer las cosas de una forma más participativa, que querían formar parte de algo que fuera más que la suma de partes, y formar parte de la acción colectiva. Creo que haciendo aquello sí que conseguimos construir puentes de forma exitosa entre movimientos sociales y artistas. Porque estábamos conectados a una red creciente de artistas que se preocupaban por cuestiones sociales pero que no estaban necesariamente liderando dichas cuestiones, u organizando los movimientos sociales».

Foto_ Ungry Young Man_ CC BY 2.0

No siempre es fácil conseguir la participación efectiva. En ocasiones, y especialmente la administración, se generan dispositivos que fomentan la participación de forma torpe y fugaz, generalmente debido a una falta de recursos. Esto se traduce en una suspicacia legítima por parte de quienes ven en esto una simulación de participación más que participación real y efectiva. Pero esta es una crítica que a veces se queda en lo superficial, sin llegar a la raíz: la participación transformadora solo puede conseguirse con recursos materiales que la sostengan en el tiempo.

Cuando dichos espacios de co-creación y participación, independientemente de si usan pósits o asambleas de diez horas, cuentan con una labor de mediación sostenida en el tiempo con un objetivo claro vinculado a la justicia social, generan conocimiento compartido que se pone en práctica de formas realmente transformadoras, más allá de la generación de fotos bonitas de eventos participativos fugaces para colgar en las redes.

Lo que parece seguro es que son procesos que se incorporan cada vez más a la sociedad. Tal y como apunta José Luis de Vicente: «Cada vez veo más que este tipo de procesos se están dando en la cultura de la sociedad de forma natural. Quizá cuánto más habituales de vuelvan este tipo de procesos, más habrá que repensarlos».

La mediación para el cambio social en un contexto digital privatizado

No es ningún secreto que la pandemia ha consolidado un proceso que lleva dándose desde hace años: la continua privatización de espacios y herramientas que pudieron conformar lo que los pioneros imaginaban como un espacio común digital.

Durante la década de los dos mil, una fórmula que aspiraba a desarticular una aproximación maniquea del debate rezaba: «se puede hacer cultura libre con software privado». Pero lo cierto es que la RSS, el espíritu del conocimiento compartido de los blogs o las wikis, las redes P2P y la idea de la red como espacio abierto y descentralizado han dado paso a un Internet donde manda la suscripción de pago, la publicitación de marcas personales o colectivas o los algoritmos que premian una fidelidad que en ocasiones puede ser tóxica y enfermiza.

Durante la pandemia hemos tenido que reinventar una y mil veces las formas de comunicarnos digitalmente, y en muchos casos ha implicado tener que pagar servicios pro de herramientas que normalmente usábamos en su versión gratuita. Sistemas de videoconferencias, pizarras digitales compartidas, espacio para el almacenaje de contenidos… todo se ha vuelto de repente una necesidad imperiosa. Y en muchos casos se alojan contenidos muy valiosos en espacios privados de corporaciones cuyos criterios no tienen nada que ver con el bien común.

Sobre esta cuestión reflexiona Tere Badía, gestora cultural catalano-mexicana: «Una de las cosas que me preocupa y en la que creo que se puede construir mucho incluso en términos de acción política, aun siendo una batalla casi imposible, pero que puede ser muy emancipadora, es cómo definimos el espacio de lo público en lo digital. Si la cultura ocurre en el espacio de encuentro y el espacio de encuentro es un espacio común, ¿cómo creamos este espacio? ¿Cómo creamos un espacio público en lo digital cuando lo digital está absolutamente privatizado? Si dependemos de las grandes corporaciones (Apple, Google, Facebook, etc.) y son ellas las que deciden qué se puede y no se puede hacer, lo que estamos haciendo es perder el espacio público».

Los proyectos más transformadores son los que generan pasajes intermedios, pequeños pasadizos por dónde hay un tránsito de personas diferentes que van de una estructura a otra. Y en este contexto está frecuentemente la figura de la persona mediadora, como agente doble, o agente triple.

Evidentemente, es un asunto lleno de matices en el que convendría huir de debates maximalistas: ya sabemos que el problema no es la tecnología en sí, que ha permitido, por ejemplo, generar una participación más activa. Por ejemplo, los eventos digitales durante este año han permitido la incorporación de personas que —por estar en situación irregular, por conflictos con la conciliación o por tener algún tipo de diversidad funcional, como posibles ejemplos— encontraban muchas más dificultades para participar en actividades presenciales.

Tere Badía añade otra ventaja: cuestionar la dictadura de la oficina como espacio de trabajo compartido: «La presencia de la pantalla tiene cosas también muy buenas, porque tiene una parte positiva que, según cómo, también te permite quitar la omnipresencia o la dictadura de tener una oficina. Eso está muy bien, el problema es ¿cómo sustituyes la oficina por un espacio de encuentro que no sea digital?».

La pandemia ha generado mucho dolor y ha arruinado las vidas de miles de personas. De rebote, ha conseguido parar temporalmente la máquina global capitalista que estaba generando viajes por encima de sus posibilidades. Ahora lo que queda es tratar de quedarnos con lo positivo de lo digital y rescatar poco a poco la presencialidad. Lo que va a seguir siendo una prioridad y parece complicado es la recuperación de los espacios públicos digitales?

El pensamiento situado entre lo académico y lo activista

Uno de los miedos legítimos que se producen con la producción de conocimiento experimental, ya sea desde el ámbito social o desde el cultural, es la creación de imaginarios vacíos. Conjuntos de palabras que incluyan expresiones en inglés para impresionar y que no vienen acompañadas de prácticas que sean realmente transformadoras para su entorno y las comunidades que lo habitan. También esto es un prejuicio que se atribuye con demasiada frecuencia sobre agentes sociales y culturales que no están en la primera línea activista, pero que están tejiendo formas de experimentar los códigos con los que nos relacionamos.

Para Marta Malo, investigadora transfeminista y trabajadora cultural, una posible respuesta a esta pregunta pasa por fomentar el pensamiento situado. Para ello narra un reto personal muy vinculado a su vida: ¿cómo resistirse a la tendencia extractivista de quien posee un capital cultural y participa en un movimiento de base?

«Yo me crié en una familia con capital cultural, rodeada de libros, me vi en los movimientos sociales, pero yo tenía posibilidad de insertarme en el sector cultural. Esa oportunidad la veía como algo que me podía llevar a dinámicas de extractivismo. Veía que compartiendo espacios con otras compañeras yo tenía la oportunidad de capitalizar el discurso y otras no lo iban a tener nunca. Eso me hacía sentir muy incómoda y opté por intentar tener un oficio muy concreto y poder tener un trabajo exento de glamour, porque además no sé venderme a mí misma y soy tímida, me desagrada. Pues me hice traductora. Siempre he defendido ese lugar de oficio, pero luego sé hacer otras cosas y en determinado momento empecé a ver que ese privilegio también se podía jugar de otra manera: para generar espacios de producción discursiva, promover transformaciones… Lo he ido haciendo, pero a partir de los movimientos en los que he participado. Lo que hace que sea una secuencia muy caótica que sólo se explica a través de mi biografía. Cuando fui madre, trabajé con la escuela. Cuando trabajé con personas en situación irregular, trabajé sobre las fronteras… Y siempre tratando de generar pensamiento situado. La palabra, no atrapada por la lógica abstracta de la academia, pero tampoco por la rigidez militante o artística. La clave para mí es generar espacios de igualación y reconocimiento».

Lo que apunta Marta tiene una bifurcación clara: por un lado, quien puede llevar adelante procesos de mediación, lo puede hacer porque en muchas ocasiones se encuentra en una posición de privilegio. El privilegio, al menos, de ser escuchado y considerado como ciudadano activo. Si alguien consigue trabajar en una posición de intermediación entre distintos agentes sociales y esto se produce en condiciones remuneradas, esto apunta hacia un cierto privilegio. Pero no toda posición de privilegio se usa para oprimir, también puede usarse para redistribuir roles, conocimientos y recursos. La otra parte de la bifurcación es: si la mediación es consciente de su propia posición de privilegio, entonces la clave es: ¿quién sale beneficiado del proceso? ¿quién obtiene nuevos roles, recursos y conocimientos? Sin que sea ciencia exacta, si la respuesta apunta hacia la acumulación de éstos en unos pocos, entonces estaremos en una práctica extractivista. Si la respuesta apunta hacia quienes no estaban en posesión de los mismos antes de que el proceso se iniciara: entonces podría llegar a resultar transformador.

Nuevos roles a los márgenes de las lógicas institucionales

Sabemos que las instituciones son como grandes cascadas: inercias con una fuerza complicada de doblegar. También que, desgraciadamente, en muchas ocasiones generan relaciones binarias: o estás dentro de la institución o estás fuera. Dentro, evidentemente, hay una serie de mecanismos de control y rituales tecnificados que solamente permiten habitarlas a quienes están acreditados para ello, mientras que el resto de personas se convierten automáticamente en «visitantes».

Esto es especialmente doloroso cuando se trata de instituciones públicas que, en teoría, deberían estar diseñadas bajo el principio de universalidad y equidad. Pero también sabemos que hay muchas personas tratando de ejercer una cierta resistencia a estas inercias, tratando de abrir espacios donde las personas puedan ser habitantes y no visitantes. La mediación puede cumplir un papel en este sentido, pero, ¿puede llegar a desbordar estas lógicas institucionales? Fran MM Cabeza de Vaca, profesor, artista y responsable de educación en el Museo Reina Sofía, reflexiona sobre estas cuestiones:

«Uno de los temas que me preocupa es la homogeneidad de los espacios. El espacio escolar es homogéneo, el espacio artístico es homogéneo, el espacio institucional es homogéneo, mientras los proyectos más transformadores son los que generan pasajes intermedios, pequeños pasadizos por dónde hay un tránsito de personas diferentes que van de una estructura a otra. Y en este contexto está frecuentemente la figura de la persona mediadora, como agente doble, o agente triple. Ahora empiezo a percibir también que el espacio de la mediación también es un espacio homogéneo. Son necesarias este tipo de figuras que tengan también un pie en cada sitio. Porque como confiemos mucho en esos lugares homogéneos y dejemos a la institución a solas, o a la escuela a solas, es muy difícil que pasen cosas. Vivimos en un paisaje político muy polarizado, en el que todos tiran hacia los extremos. En ese sentido la labor de la persona mediadora es muy buena, que es la de colocarse en un lugar de no polarización, heterogéneo, diverso».

Si atendemos a una noción convencional de mediación, lo primero que nos viene a la mente es la gestión de un conflicto de partes. La mediación en la resolución de conflictos suele implicar llamar a una tercera parte para que resuelva un desencuentro entre partes. Evidentemente podría trazarse una analogía. Pero siguiendo con la metáfora que propone Fran MM Cabeza de Vaca, los agentes dobles (o triples) no siempre vienen de fuera ni siempre tienen que acabar con un problema. A veces es necesario facilitar el disenso, sin aspirar a encontrar soluciones buenistas. En ocasiones la mediación entre espacios sociales la provocan agentes que formalmente pertenecen a uno de ellos, pero que también forman parte de otros espacios y conocen otros lenguajes y formas de hacer. Es el caso, en el contexto de los espacios educativos, del profesorado:

«El privilegio docente es una herramienta muy poderosa para generar espacios de seguridad, de contrapoder […]. Incluir dentro de todos estos procesos la pregunta del adentro y el afuera de la escuela, es decir, tener claro que la escuela no tiene un lugar delimitado físicamente, que hay una valla que literalmente se salta, sobre todo en el caso de los institutos. Pero realmente a mí también me está ayudando mucho el poner en cuestión permanente lo qué es el adentro y qué es el afuera, porque los relatos están construidos para hacernos creer que hay un adentro y un afuera y que esos límites están claros. La administración educativa lo hace en la distribución de los centros escolares, en cómo reparte el alumnado. Siento que es una pregunta que nos puede ayudar a buscar otra lógica», comenta Cabeza de Vaca.

El objetivo nunca es una facilitación neutral. La neutralidad en un proceso político es normalmente una falacia tramposa que suele devenir en un rol imposible de cumplir. Pero a la vez sí hay que reconocer que la facilitación debe tender a equilibrar y posibilitar, y no lo contrario. Esa posición y ese rol doble de escuchar al grupo y tratar de ecualizarlo es algo que en ocasiones consume muchas energías.

También tiene que ver con las identidades, los roles y las formas de nombrar las cosas. A menudo las etiquetas que se atribuyen de forma automática a los roles que vamos conformando en los determinados espacios sociales en los que participamos conllevan una serie de prejuicios y nociones preestablecidas: profesor/a, activista, artista, investigador/a. Para Fran MM Cabeza de Vaca la clave pasa por comprometerse con los márgenes de la identidad, y que eso sea lo que reinvente la institución y sus clichés:

«Me resisto a soltar lo que realmente significa la palabra queer frente a ese identitarismo, aunque a veces se está sustituyendo un mainstream por otro. Queer significa tener un compromiso claro con los márgenes de la identidad y de lo cultural, con lo móvil. Y eso me parece un compromiso muy transformador: lo más queer no tiene que ver realmente con el género, sino con todos los géneros de las cosas, las categorías. Permitir que las cosas en el margen crezcan y se hagan fuertes porque hay una inercia en las cosas que hacemos que hace que al final todo se ponga en el centro».

Condiciones del cuidado y la mediación

Uno de los aspectos más complicados de la labor de una mediación que no desea ser neutral y a la vez que quiere fomentar una participación distribuida y facilitar una conversación plural, es la energía que hay que invertir para mostrarse como un agente que representa a la vez escucha y orientación. Escuchar, para ser capaces de leer los diferentes estados de ánimo o atender a cuestiones que son aplastadas por las inercias de los grupos. Actuar como una guía firme que proporciona seguridad, confort, buen humor y actitudes que inspiren al grupo a seguir adelante.

Por paradójico que pueda parecer, el objetivo nunca es una facilitación neutral. La neutralidad en un proceso político es normalmente una falacia tramposa que suele devenir en un rol imposible de cumplir. Pero a la vez sí hay que reconocer que la facilitación debe tender a equilibrar y posibilitar, y no lo contrario. Esa posición y ese rol doble de escuchar al grupo y tratar de ecualizarlo es algo que en ocasiones consume muchas energías. Y además, la persona que está mediando en un proceso tampoco entra en él de cualquier forma: siempre hay un afuera que condiciona ese estado de ánimo.

Muchas de las organizaciones que trabajan en el ámbito de la mediación cultural lo hacen en condiciones precarias. Y esto quiere decir que somos pocas personas haciendo muchas cosas y con un sueldo que da lo justo para vivir. Simplificando y reduciendo mucho. Por eso, es importante plantear esta última cuestión sobre esa relación entre el afuera y el adentro de la propia labor de mediación. Las condiciones materiales en las que se produce el trabajo y lo que hay que hacer en ocasiones entre un proceso de mediación y otro. Entre una actividad y otra. Y al final lo que más parece emerger en ocasiones es el deseo de parar ¿Es parar una posibilidad? Jaz Choi, mediadora e investigadora cultural, aporta su intuición al respecto:

«Parar es duro. Y también es dramático. En coreano tenemos una expresión, nolda, que significa jugar, y otra que se refiere a un clavo. ‹Un clavo está jugando›, que en el fondo quiere decir que está ahí pero no está presionando como para perforar. En japonés es similar, hay una palabra que es yutori. Significa dar amplitud. Como una prenda que es ligeramente más grande de lo que te corresponde. Que implica generar un poco de espacio para la comodidad y la flexibilidad. Y esto se puede aplicar a la educación. Y supongo que aplicado a una organización en «modo de supervivencia», que es apretado, ajustado, puede ser sugerente. Y la idea es, ¿cómo generar esos pequeños espacios que te den algo de respiro y permitan reflexionar? Porque la reflexión puede llevarse a cabo en momentos cortos y espacios pequeños, en realidad. Y esos momentos o espacios pueden ser de juego, básicamente».

Lo cierto es que parar es algo que no todo el mundo puede permitirse y quizás la metáfora que aporta Jaz sea muy sugerente para ser traducida en la práctica de distintas maneras, casi ad hoc, dependiendo de la organización de la que hablemos. Aún así es muy tentador tratar de identificar estrategias concretas mediante las cuales romper esta inercia, y tratar de generar espacios en los que poder reflexionar sobre lo vivido y hacer una digestión compartida de aprendizajes no verbalizados.

Siendo conscientes de que no todos los procesos y herramientas funcionan igual para todo el mundo, creemos necesario poner sobre la mesa la necesidad que todas las personas tenemos de espacios de cuidados, y el hecho que cualquier organización necesita de vez en cuando «una puesta a punto». Esto implica generar rutinas que permitan incorporar la reflexión conjunta y que no se vean descuidadas por el frenesí del día a día. La mediación honesta necesita espacios para el cuidado, sean cuales sean. Y, una vez construidos estos espacios, quedan muchas preguntas por resolver: ¿Cómo se gestionan los afectos a distancia? ¿Cómo se resuelven los conflictos cuando no puedes mirarte a los ojos en persona? ¿Cómo se trabaja la empatía a través de una pantalla? ¿Cómo se trabaja una higiene digital que no implique falta de participación?

Creemos que las respuestas a todas estas preguntas las encontraremos como siempre lo hemos hecho: aprendiendo de las personas con las que colaboramos, cooperando y trabajando conjuntamente.

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