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Nacer, ese pequeño accidente geográfico sobre el que el individuo no tiene ningún poder de decisión, marca sin embargo las facilidades u obstáculos que tenemos para movernos por el globo. Nuestras vidas están atravesadas por diversas topografías afectivas, al igual que el mundo actual lo está por un conjunto de movilidades, radicalmente diferentes para los habitantes del Norte o del Sur global.
No es lo mismo nacer en Tamaulipas (México) que en Toulouse (Francia), y sin embargo varios de los marcos teóricos hegemónicos que abordan las migraciones internacionales, claramente eurocéntricos y producidos en el «primer mundo», se han exportado a otras realidades en las que no calzan (por ejemplo, las andinas o mesoamericanas), pues no contribuyen a entender la complejidad de las mismas. Así, nos contaron por mucho tiempo que nos encontramos en la «era de las migraciones» [1][1] Castles Stephen y Mark Millar, 2004. La era de la migración. Movimientos internacionales de población en el mundo moderno. México: U. Zacatecas-Porrúa-INM. por el incremento de migrantes en dirección Sur-Norte; cuando el continente americano fue destino de millones de migrantes forzados y voluntarios siglos atrás. Como señalaba el antropólogo argentino Alejandro Grimson, «considerar que la multiplicación de inmigrantes del Sur al Norte implica que estamos en una época de migración sin parangón en la historia de la humanidad, supone equiparar la novedad que implica esa recepción para los europeos con una novedad que debería ser asumida por el mundo entero» [2][2] Grimson, Alejandro, 2011. Doce equívocos sobre las migraciones, Revista Nueva Sociedad, Nº 233, mayo – junio de 2011. Disponible aquí: https://nuso.org/articulo/doce-equivocos-sobre-las-migraciones/. Es decir, supone, una vez más, desconocer u olvidar la historia de nuestro continente.
Otro ejemplo de cómo el Sur global es receptor de conceptos o paradigmas foráneos en relación con el fenómeno migratorio, es la narrativa según la cual el gran problema de la migración son los traficantes de personas, los «coyotes» o «polleros», como se les denomina en distintas partes de América Latina. Para combatirlos, se han elaborado múltiples programas de lucha contra el tráfico de migrantes que aspiran a conseguir flujos «regulares, ordenados y seguros», pero no se suelen tener en cuenta, sin embargo, las razones por las cuales miles de personas utilizan estas redes de pasadores o guías. Del mismo modo, en el análisis causal de las migraciones suelen perderse de vista las políticas migratorias que exigen visas a todos los «sureños» que se dirigen al Norte; y mucho menos se tienen en cuenta las desigualdades históricas entre los países de origen y los de destino.
Parte de la geopolítica de la migración consiste en esto: el Sur Global recibe los relatos y marcos teóricos del Norte, ya transformados en recetas de políticas públicas prefabricadas en materia de migración. O bien el Norte impone su perspectiva mediante la obligación de firmar cláusulas de readmisión o de externalización del control de fronteras, en el marco de convenios bilaterales o multilaterales de «cooperación para el desarrollo».
Los famosos planes de retorno, cuyo objetivo central es que los migrantes, sobre todo los indocumentados, abandonen «voluntariamente» el lugar donde residen, es un ejemplo de lo señalado. Pero más evidente aún es el caso de las remesas. Cuando los organismos multilaterales se dieron cuenta de las jugosas cantidades de dinero que llegaban provenientes de nuestros migrantes, se empezó a construir la idea de que estas tienen que servir para «el codesarrollo». En otras palabras, esto significaba que el Estado, con el apoyo de esos mismos organismos internacionales y sus redes de Organizaciones No Gubernamentales (ONG), debía incidir en el uso del dinero que los migrantes enviaban a sus familias, para que no lo malgasten. Es decir, la ecuación ante sus ojos es: «migración más remesas, igual a desarrollo», y nos hacen creer que de esa forma «ganamos todos». El famoso win-win.
En el caso de mi país, Ecuador, las remesas de los migrantes efectivamente salvaron la economía dolarizada en pleno auge de la larga noche neoliberal, a finales de los noventa e inicios del nuevo siglo. Actualmente, casi 25 años después, cuando la agenda neoliberal ha retornado al país con el gobierno de un banquero, ese dinero enviado por los trabajadores migrantes vuelve a ser el sostén de miles de familias para superar la crisis económica. Por cierto, que esos mismos organismos multilaterales vaticinaron que en el mundo pandémico y postpandémico las remesas disminuirían [3][3] «El Banco Mundial prevé la mayor caída de remesas de la historia reciente». 22/4/2020. Disponible aquí: https://www.bancomundial.org/es/news/press-release/2020/04/22/world-bank-predicts-sharpest-decline-of-remittances-in-recent-history. Está claro que no comprenden el significado de la solidaridad.
El Sur global es receptor de conceptos o paradigmas foráneos en relación con el fenómeno migratorio.
Para ello, para acuñar nuestro propio pensamiento, debemos comenzar por debatir, cuestionar y reinterpretar los marcos teóricos importados; desde una mirada crítica en torno a las problemáticas del proceso migratorio internacional. Esto es, teniendo en cuenta que, a día de hoy, la mayoría de nuestras comunidades están inmersas en la globalización; lo que implica que, al ser desterritorializadas y reterritorializadas, tienen diferentes tipos de asentamientos, a nivel local, nacional e internacional. Esto permite entender el propio concepto de comunidad como un espacio geográfico socialmente vivido por sus miembros, y que en su conjunto forman un archipiélago en movimiento. La metáfora del archipiélago activo permite entender la movilidad humana como una estrategia y una forma de vida en sí misma.
Tras esta introducción necesaria, siendo una de las claves geopolíticas de la actualidad la falta de herramientas analíticas producidas desde y para el Sur Global, nos proponemos realizar una retrospectiva de ciertos hechos que, en materia migratoria, nos han llevado a la situación en la que nos encontramos en la actualidad. Esto es, un contexto mundial en el que somos testigos a diario del incremento en la vulneración de los derechos de las personas migrantes (especialmente jóvenes y menores no acompañados que viajan por distintas geografías, muchas veces de manera clandestina). Es decir, el endurecimiento del enfoque de control, represión y neosecuritización sobre las migraciones, que ha dado lugar a la geopolítica del horror.
Antecedentes: el «mar rojo» de Europa, sin derecho de desembarco
Las imágenes del horror migratorio se repiten por todo el globo y con más fuerza desde la última década. En 2015, mientras miles de sirios trataban de llegar a la fortaleza europea huyendo de la guerra, la imagen del pequeño Aylan yaciendo en la arena de una playa turca dio la vuelta al mundo. Al mismo tiempo, cientos de refugiados intentaban llegar a Reino Unido por el canal de la Mancha, a través de los 28 kilómetros de vallas que componen el «euro túnel». El entonces primer ministro británico, David Cameron, se refirió a los migrantes como un «enjambre» [5][5] Ver: «Para Cameron, los migrantes son ‹enjambre›», Página 12, 31/7/2015. Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-278300-2015-07-31.html, y tanto Londres como París reforzaron inmediatamente los controles fronterizos.
La situación no ha cambiado mucho en la actualidad, pues los flujos migratorios en dirección Sur-Norte siguen siendo los mayoritarios a nivel mundial y el corredor África del Norte-Europa uno de los de mayor afluencia. Desde el fin de las llamadas «primaveras árabes» (especialmente desde que la Unión Europea retiró el apoyo a la Libia de Gadafi, país que hasta entonces funcionaba como Estado-tapón), se produjo un progresivo incremento de llegadas de pateras y cayucos a las costas europeas. Miles de migrantes en tránsito comenzaron a naufragar en el mar Mediterráneo, que poco a poco se fue trasformando en un mar rojo, teñido metafóricamente de la sangre de tantos migrantes fallecidos. Se estima que entre 2013 y 2017 murieron en el Mediterráneo más de 17.000 personas, la mayoría de ellas provenientes de Somalia, Eritrea, Liberia, Sudán, Mali o Gambia [6][6] La cifra de muertos desde el 2014 hasta marzo de 2023 asciende a 26.191 personas.. Muchos de ellos, cabe recodar, países por entonces en guerra.
Al mismo tiempo que la Unión Europea (UE) reforzaba la vigilancia en sus costas (sobre todo en Italia, Grecia y Malta) y declaraba la guerra contra los «traficantes de personas», se endurecían los controles en otros puntos calientes de tránsito de «cruzadores de frontera». Por ejemplo, en las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, en el estrecho de Gibraltar; o en Kapitán Andreevo, cruce fronterizo que separa Bulgaria de Turquía. Fue en este último lugar donde la UE decidió poner en marcha, en 2016, las operaciones de la Agencia Europea de Guardia de Fronteras y Costas. Un sistema de control migratorio que complementaba al ya existente programa Frontex y que arrancó con 1.500 efectivos cuya misión era controlar el ingreso de migrantes, mientras en Siria se seguía perpetrando una masacre que empujaba a miles de personas a buscar refugio en la UE. El por entonces Comisario de Inmigración de la Unión, Dimitris Avramopoulos, señaló en la inauguración de dicha agencia que «a partir de ahora la frontera exterior de un Estado Miembro de la Unión Europea es la frontera exterior de todos los Estados Miembros, tanto de forma legal como operativa» [7][7] Ver: «La UE pone en marcha un cuerpo unificado de vigilancia de fronteras», 6/10/2016, agencia EFE. Disponible en: https://www.elcomercio.es/internacional/union-europea/201610/06/pone-marcha-cuerpo-unificado-20161006125027-rc.html.
Debemos entender el concepto de comunidad como un espacio geográfico socialmente vivido por sus miembros. Un archipiélago activo que hace de la movilidad humana una estrategia y una forma de vida en sí misma.
Desnacionalizaciones y securitización: dos recordatorios
Nuestro continente americano también ha sido escenario y testigo recientemente de múltiples historias de violencia y muerte de las que componen el horror migratorio. México, como principal país de tránsito del mayor corredor migratorio del mundo, así como el mal llamado Triángulo Norte (Honduras, Salvador, Guatemala) son puntos calientes del drama que atraviesan millones de cruzadores de frontera, en su intento por alcanzar, ya no el «sueño americano», sino la reagrupación familiar.
Desde 2014 miles de niños, niñas y jóvenes migrantes no acompañados tratan de llegar a Estados Unidos viviendo una verdadera pesadilla en el trayecto y, muchas veces, muriendo en el intento. Solo en 2016 pasaron por esa ruta, incluyendo la vía marítima por el golfo de México, alrededor de 60.000 menores no acompañados, la mayoría de ellos necesitados de protección internacional [8][8] US Customs and Border Protection, 2016. https://www.migrationdataportal.org/es/themes/ninos-migrantes. Estados Unidos afrontó esa «crisis humanitaria» capturando a los menores con sus patrullas fronterizas, y encerrándolos en centros de detención para, a la gran mayoría de ellos, deportarlos a su país de origen.
Si bien años atrás se hizo famosa «La Bestia», el tren de carga en el que muchos migrantes trataban de llegar a Estados Unidos como polizones, viajando peligrosamente sobre los vagones de la máquina; recientemente los migrantes centroamericanos tenían que enfrentar a otra «bestia» a su llegada a los Estados Unidos: el expresidente Donald Trump, que nunca escondió sus intenciones de ampliar el muro que separa Estados Unidos de Latinoamérica (no solo de México), ni de deportar a entre 2 o 3 millones de migrantes, [9][9] Vale señalar que en la era Obama fueron deportados 2,9 millones aproximadamente. limitar el número de personas que acceden al país en calidad de refugiados, encarcelar a los que tienen antecedentes penales (incluyendo a aquellos que cometieron infracciones de tránsito o infringieron las leyes de migración) y, lo que es aún mas brutal, rastrear a los padres de los niños y jóvenes migrantes no acompañados, utilizando a los menores para dar con su paradero, acusándoles penalmente de contribuir al tráfico de personas por llevar a sus hijos a Estados Unidos. Es decir, que la Administración Trump fue un paso más allá en la implementación de políticas del horror migratorio, no solo persiguiendo penalmente a los migrantes por entrar al país de manera ilegal, sino considerando a los progenitores de los menores migrantes no acompañados como parte de la supuesta «red de coyotes». Bajo su política de «tolerancia cero» a la inmigración, fuimos testigos de la detención de miles de menores migrantes, que fueron cruelmente separados de sus padres y retenidos en las «hieleras», nombre como se conoce a los centros de detención migratoria.
El discurso migratorio de Trump fue probablemente el más abiertamente racista y xenófobo que haya sostenido un presidente, llegando a referirse a los migrantes como «hordas de invasores», «criminales» o «violadores». Incluso llegó a decir que «Estados Unidos necesita inmigrantes noruegos en lugar de gente de países de mierda poblados de negros». La reacción a esta violencia verbal, sin embargo, fue la aparición de las llamadas «caravanas migrantes», que desafiaron al poder durante su periodo. La llegada de la Covid-19, ya en 2020, permitió a la Administración Trump reforzar aún más sus políticas de terror; endureciendo los controles fronterizos en base a la aplicación del Título 42 de la Ley de Inmigración, que le permitió expulsar a los migrantes aduciendo riesgos a la salud pública.
Otro ejemplo flagrante del horror migratorio de la última década es la desnacionalización de dominicanos de ascendencia haitiana, llevada a cabo en el 2015 por un fallo del Tribunal Constitucional de la República Dominicana, que negó la nacionalidad a cuatro generaciones de dominicanos de origen haitiano. De un plumazo, miles de personas, la mayoría jornaleros de la zafra, se convirtieron en apátridas y se vieron forzados a migrar, no solo al otro lado de la isla, sino también a Brasil, Chile y otros destinos de Suramérica [10][10] Desnacionalización y apatridia en República Dominicana, informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), 31/12/2015. Disponible en: http://www.oas.org/es/cidh/informes/pdfs/RepublicaDominicana-2015.pdf#page=222. Ese mismo año, a finales de agosto, cientos de migrantes colombianos radicados desde los años 90 en Venezuela (país que históricamente ha sido uno de los que más migrantes ha acogido en la región) fueron deportados de manera arbitraria por una absurda ley migratoria que equiparaba a las personas migrantes con contrabandistas y paramilitares.
Un año después, el «paisaje migratorio» de la región cambió radicalmente con la llegada de cientos de miles de migrantes venezolanos, que caminaban por los países de la costa del Pacífico Sur. Gobiernos como los de Colombia, Ecuador, Perú y Chile pasaron rápidamente de un discurso humanitarista a otro que ve a los migrantes como una meta-amenaza a los problemas sociales, económicos, políticos y por supuesto de seguridad.
Este breve repaso a algunos de los antecedentes más atroces que nos han llevado a la geopolítica del horror migratorio que vivimos en la actualidad, nos habla de la división del sistema-mundo, del papel de los Estados y sus gobernantes y de la primacía de los enfoques de seguridad y control a nivel mundial. Y es por todas estas imágenes sucedidas a lo ancho y largo del globo que se vuelve imprescindible realizar dos recordatorios.
Uno, que construir muros, levantar vallas, imponer visas, militarizar fronteras, cerrarlas o externalizar su control, no es la solución al drama migratorio. Según un estudio de la Universidad de Quebec, en el mundo contemporáneo más de 70 países han erigido algún tipo de construcción en sus fronteras para impedir el paso de inmigrantes, nuevamente equiparando las migraciones a asuntos de seguridad nacional, como el terrorismo u otro tipo de amenazas. El país que más muros ha levantado es Israel, con un total de seis en sus fronteras con Egipto, Jordania, Franja de Gaza, Cisjordania, Siria y Líbano.
Al respecto, vale recordar las palabras del expresidente de Bolivia, Evo Morales Ayma: «Los muros entre pueblos no protegen, enfrentan; los muros entre pueblos no unen, dividen; los muros entre pueblos no respetan, agreden; los muros entre pueblos no liberan, asfixian; los muros entre pueblos no igualan, discriminan; los muros incentivan el miedo, promueven la confrontación y el racismo» [12][12] Discurso en la Conferencia Mundial de Pueblos en Tiquipaya (Cochabamba, Bolivia). 20/6/2017..
El segundo recordatorio necesario es que todos estos migrantes o cruzadores de fronteras, que son en su mayoría personas jóvenes, fueron forzados a salir de su país; ya fuera a causa de la guerra, la pobreza, la violencia urbana, la violencia intrafamiliar, la persecución por motivos religiosos o políticos, los desastres ambientales o climáticos. Si a quienes huyen de su país de origen por cualquiera de estos motivos se les considerara debidamente migrantes forzados, se acabaría con la cínica jerarquización de los migrantes (y su clasificación en «migrantes económicos» o «refugiados»), que tan patente se ha hecho este año con la crisis migratoria derivada de la guerra de Ucrania.
En el marco de la relevancia que tiene el capital cognitivo en el actual sistema capitalista, un estándar muy diferente se aplica cuando se trata de migración cualificada.
Del «control con rostro humano» a la desterritorialización de derechos: ciudadanos universales vs. consumidores globales
Ha quedado demostrado que el tratamiento del hecho migratorio en los países del «primer mundo» esconde una inmensa dosis de hipocresía y de instrumentalización de las personas. No se les reconoce derechos, no se les da ciudadanía, pero se exige de ellos un inmenso esfuerzo laboral que llega incluso a nuevas formas de esclavitud en pleno siglo XXI. Es en este nivel donde el enfoque securitario refuerza la perversidad del modelo neoliberal en relación con la fuerza de trabajo: se buscan trabajadores, pero no personas.
El debate entre el enfoque de seguridad y derechos es, no obstante, muy complejo, pues hasta los acérrimos defensores de los enfoques de control hablan sin embargo de derechos humanos. El sociólogo argentino Eduardo Domenech denomina «enfoque de control con rostro humano» [14][14] Domenech, Eduardo, 2013. «Las migraciones son como el agua»: Hacia la instauración de políticas de «control con rostro humano». La gobernabilidad migratoria en la Argentina. Polis. Vol. 12 (35). https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-65682013000200006, a este tipo de visiones tan extendidas en la actualidad, que camuflan tras una narrativa mentirosa de derechos humanos un enfoque de gestión y gobernabilidad migratoria que por lo último que vela es por los derechos de las personas migrantes.
No solo hay que tener en cuenta que hoy en día muchos países llaman a sus políticas migratorias con la etiqueta «de derechos humanos» porque lo contrario sería políticamente incorrecto; sino también que una perspectiva «de derechos» real no es por sí misma la panacea. Pues la perspectiva hegemónica de los derechos humanos, que proviene del pensamiento liberal anglosajón y que tiene como base los derechos naturales a la vida, la libertad y la propiedad, formulados por Locke en el siglo XVII, y que se han traducido con el paso de los años en garantías de seguridad jurídica y libertades para la participación política; [15][15] Algunos pueden decir que el catálogo de los derechos es más amplio como propone Rawls (que incluye derechos de subsistencia o algunos derechos sociales) o la visión comunitarista de Walzer que intenta ir más allá del individualismo ontológico o también la visión multicultural de Kymlicka. Para un análisis profundo del tema, ver: Estévez, Ariadna, 2008. Migración, globalización y derechos humanos. Construyendo la ciudadanía universal. México, D.F.: UNAM-CISAN. no es suficiente por sí misma para abordar la problemática actual de las migraciones de una manera que ponga en el centro a los propios migrantes.
En primer lugar, porque la visión liberal que define los derechos humanos como garantías inherentes al ser humano por la simple posesión de la razón o la moral que esta le adjudica, y que es comúnmente usada tanto en la política como en la academia, es atemporal y carente de contexto sociocultural. Y, en segundo lugar, como explica la mexicana Ariadna Estévez, porque no permite ver los derechos humanos de las personas migrantes desde la mirada del que demanda derechos: es decir, desde la necesidad de quien requiere gestionar y exigir sus propios derechos.
Esto es, que la visión hegemónica sobre las migraciones, inclusive aquella que se da a sí misma el apellido «de derechos humanos», carece de la mirada descolonizada y sociopolítica de los derechos humanos necesaria para un contexto de globalización, desigualdades y migración como el actual, como planteó el filósofo Enrique Dussel [16][16] Dussel, Enrique, El «giro descolonizador» desde el pueblo y hacia la segunda emancipación, Buenos Aires: CLACSO. Disponible en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/mexico/xochimil/coloquio/Docs/Mesa4/Enrique%20Dussel%202.pdf. Dicho de otro modo: la visión hegemónica de las migraciones sigue colocando a los migrantes en una posición pasiva, de víctimas atadas a las estructuras (sujetos-sujetados), a pesar de que la realidad demuestra que, cada vez más, los migrantes son actores que interpelan a la globalización y a los Estados, y que realizan «comportamientos heréticos», como diría el argelino Abdelmalek Sayad [17][17] Sayad, Abdemalek, 1984. «Estado, nación e inmigración. El orden nacional ante el desafío de la migración». https://www.perio.unlp.edu.ar/catedras/hdelconocimiento/wp-content/uploads/sites/152/2020/08/10-Sayad-Estado-nación-e-inmigración.pdf.
Así, la categoría sociológica de «sujetos migrantes», con esa connotación de pasividad que implica, estaría resultando obsoleta. Mientras cierta literatura académica sigue situando al Estado y las instituciones como «actores» y a los migrantes como «sujetos», hechos recientes demuestran que los migrantes son de facto actores políticos, cada vez con mayor visibilidad y más recursivos repertorios de acción, que han empezado a interpelar e interactuar con el Estado de origen, tránsito y de destino, incluso desde su condición de indocumentados.
Los migrantes son de facto actores políticos, cada vez con mayor visibilidad y más recursivos repertorios de acción, que han empezado a interpelar e interactuar con los Estados de origen, tránsito y destino, incluso desde su condición de indocumentados.
Todas estas prácticas y otras que han sido llamadas «luchas migrantes» en defensa de sus derechos, constituyen, como dijimos anteriormente, repertorios de acción migratoria que desafían la soberanía nacional, el régimen internacional de control fronterizo y el Pensamiento de Estado.
Luchas que demuestran, una vez más, que la categoría «sujeto» está analíticamente desfasada, como sus connotaciones de inferioridad, de otredad y de no-ciudadanía. Y es que, como señaló el antropólogo ecuatoriano Andrés Guerrero, la categoría «sujeto» ha sido un título que se ha usado históricamente para justificar subordinación y explotación, como ocurría en el siglo XIX con los indígenas o negros [19][19] Guerrero, Andrés, 1991, La semántica de la dominación: el concertaje de indios, Quito: Ediciones Libri Mundi..
Es decir, que claramente es el explotador el que ha querido ver «sujetos migrantes» donde en realidad hay actores sociales activos, en movimiento, en lucha por su propio futuro; que demandan a los Estados derechos, garantías, participación y trato como con-ciudadanos nacidos en otro lugar.
En línea con esta determinación y como propuesta teórica y política nacida de las entrañas del Sur, está el principio de ciudadanía universal, que tuvo como uno de sus peldaños el proyecto de ciudadanía suramericana que fue impulsada desde UNASUR [20][20] Ramírez, Jacques, 2016, Hacia el Sur. La construcción de la ciudadanía suramericana y la movilidad intrarregional. Quito: CELAG..
Alineada con los paradigmas andino-originarios del Buen Vivir o Vivir Bien, la ciudadanía universal constituye una propuesta jurídico-política descolonizada, que busca desterritorializar los derechos. Es decir: superar la visión clásica que otorga derechos y obligaciones solamente a aquellos individuos reconocidos como miembros de una determinada polis; reconociendo, al contrario, derechos y obligaciones a partir del principio del ius domicile en el lugar donde resida cualquier ciudadano del mundo.
Así, el principio de ciudadanía universal persigue alcanzar otro principio: el de justicia global, entendida como el reconocimiento de las asimetrías y desigualdades históricas entre países como factores que explican en gran parte las migraciones globales. Se trata, por tanto, de un principio que desafía al modelo neoliberal imperante: pues mientras el capitalimo busca crear consumidores globales, este paradigma pretende considerar a toda la humanidad, incluidas las personas migrantes, como ciudadanos universales.
El principio de ciudadanía universal, que atribuiría a los Estados y a las instancias supraestatales la rectoría en el otorgamiento de derechos a los ciudadanos migrantes, desplazaría la geopolítica actual del horror migratorio hacia un paradigma de acogida, protección, integración y vivir bien, tal como fue propuesto en la Conferencia Mundial de los Pueblos por un Mundo sin Muros hacia la Ciudadanía Universal.
Y es que la geopolítica de la migración tiene también que ver con que, en nuestra sociedad globalizada, en términos generales se coloca a la movilidad humana dentro del sistema-mundo como un problema/consecuencia del sistema capitalista en el que vivimos. Desproblematizar las migraciones, desde un enfoque multidisciplinar, multidimensional e interseccional, que entienda el hecho migratorio desde los diferentes espacios de interlocución centrados en la población migrante, es imprescindible para desarrollar estrategias que nos permitan, en última instancia, crear nuestros propios conceptos y paradigmas.
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