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David Bollier

No hay duda de que el mundo que hemos heredado ya no funciona. Apenas si es necesario desarrollar este hecho, ya que la evidencia está constantemente presente en nuestra vida cotidiana. Lo vemos cuando los Estados fracasan a la hora de abordar eficazmente el cambio climático, la extinción de las especies y otras numerosas variantes del colapso ecológico. Se manifiesta en el fracaso a la hora de reducir la desigualdad de riqueza e ingresos, de satisfacer las necesidades humanas esenciales y de garantizar las libertades y derechos civiles básicos. Los multimillonarios se multiplican y se aprovechan de una pandemia global mientras miles de millones de personas sufren precariedad, pobreza y desesperación. Y, a juzgar por sus acciones públicas, la clase política y los sistemas de poder parecen insólitamente tranquilos.
No obstante, existen numerosos indicios esperanzadores de personas que están imaginando y creando un futuro distinto. Hay muchos proyectos experimentales y movimientos sociales que demuestran que, en las sabias palabras de Arundhati Roy, «otro mundo no solo es posible, está en camino. En los días tranquilos puedo escuchar su respiración». Esto es más que retórica inspiradora. Existe toda una nueva serie de movimientos de posizquierda que confirma que las nuevas prácticas sociales no solo son posibles, sino también atractivas. Satisfacen necesidades fuera del marco del sistema convencional mercado/Estado y, en el proceso, empiezan a reestructurar las configuraciones básicas del poder del Estado y del mercado. Considero que estos proyectos podrían transformar la verdadera naturaleza de la política y la cultura.
De hecho, hay un sinfín de iniciativas sociales participativas que atienden necesidades importantes y que son ignoradas por la economía de mercado y el poder estatal. Conforman una gran alternativa a la política convencional, las instituciones estatales y los mercados a gran escala que muchas personas consideran, acertadamente, incapaces de resolver muchos problemas urgentes. Por muy necesarios que sean a la hora de responder a las necesidades a corto plazo, estos mecanismos se han vuelto demasiado centralizados, remotos, burocráticos, egoístas y orientados a los mercados como para resolver muchos de nuestros problemas más urgentes y cotidianos. Es probable que haya personas de buena voluntad trabajando en el gobierno y las empresas, pero las características estructurales de los mercados globales, la inversión de capital, la jurisprudencia occidental, los procedimientos burocráticos y la política electoral se ven a menudo muy limitados para poder ofrecer lo que se necesita, a saber: soluciones locales, ecuánimes, con conciencia medioambiental, socialmente cordiales y orientadas a los cuidados.
Así que las personas están organizándose para protegerse a sí mismas, buscando cada vez más satisfacer sus necesidades de forma directa, al margen del sistema mercado/Estado. La gente intenta mutualizar los beneficios de la creación de riqueza compartida (ya sean tierras, espacios urbanos, códigos de software, diseños, conocimientos y cultura) y administrarla a través de colectivos, en vez de aspirar a convertirse en propietarias particulares o protocapitalistas. Este enfoque puede ser el resultado de una última alternativa, de una necesidad lamentable, pero también es una estrategia brillante para forjar algo más sólido y resistente a largo plazo. Renunciando a la participación en un sistema concentrado, principalmente clasista y diseñado para favorecer la acumulación de capital, un número cada vez mayor de personas (comuneras, cooperativistas, programadoras de código abierto y agricultoras locales, entre otras) buscan la independencia de los mercados extractivos y depredadores. Luchan por mostrar una consideración genuina por los lugares y las personas.
Es probable que haya personas de buena voluntad trabajando en el gobierno y las empresas, pero las características estructurales de los mercados globales, la inversión de capital, la jurisprudencia occidental, los procedimientos burocráticos y la política electoral se ven a menudo muy limitados para poder ofrecer lo que se necesita, a saber: soluciones locales, ecuánimes, con conciencia medioambiental, socialmente cordiales y orientadas a los cuidados.
Los sistemas vivos como elementos generadores
El enfoque adoptado por estos múltiples movimientos apunta hacia un cambio profundo de mentalidad, sobre todo en cuanto a la percepción del valor. Sus innovaciones en materia de gestión colectiva no se reducen a una «gestión de recursos» mejor por medio de ajustes en los mercados y políticas públicas. Se trata de concebir los «recursos» como riqueza de cuidados, es decir, algo inherente a su cultura, su identidad y a las prácticas sociales asociadas a ellos, algo que debe ser protegido y conservado para las generaciones futuras. La comunidad comunera asume sus necesidades colectivas como una responsabilidad conjunta, muestra un compromiso creativo para con sus participantes y mutualiza los derechos que surgen de su cooperación.
Este planteamiento desplaza la propia definición de «valor» asentada en una perspectiva del mundo determinada por el dinero y los derechos de propiedad, expresados en forma de precios, hacia nuevas formas de valor vivas, es decir, el valor generado por sistemas vivos. Por lo tanto, «la economía» se considera un organismo social y no una gigantesca máquina global en forma de autómata. En este nuevo análisis, el valor adquiere una naturaleza cualitativa, social y ecológica. Es intrínseco a la calidad de vida y no una mercancía que se pueda comprar y vender.
Nuestra cultura está tan habituada a la simplificación de las distintas formas de valor en precio que rara vez percibimos la violencia reduccionista que esto conlleva. El precio de mercado distorsiona y limita nuestra propia percepción de valor, convirtiéndolo en un bien o servicio escaso que solo algunas personas pueden permitirse. De hecho, este marco para el reconocimiento del valor implica indirectamente que muchas cosas se consideren cosas sin valor. El sistema de precios trata la atmósfera, la biodiversidad, el agua potable y los ecosistemas resilientes y regenerativos como elementos que carecen de valor. Es una parte inevitable de la tendencia del sistema de precios a cosificar fenómenos vivos que en realidad son dinámicos, sociales y relacionales. En virtud del sistema de precios, las personas con dinero (las «fuerzas del mercado») obtienen privilegios para monetizar formas de vida como bacterias y mamíferos clonados, nanomaterial artificial, pequeños fragmentos de sonidos con derechos de autor e incluso olores y colores. Casi todo lo que puede ser reconocido legalmente como propiedad puede servir de alimento para el Moloc capitalista.
De acuerdo con la mentalidad capitalista, el valor se crea cuando individuos independientes y racionales actúan como agentes en el mercado y negocian precios para las transacciones. Sin embargo, en realidad existen otros importantes circuitos de creación de valor (unos circuitos existencialmente significativos) que no se encuentran recogidos debidamente por la epistemología de la economía y las finanzas. El valor surge de las relaciones simbióticas y generativas de los sistemas vivos. Estos circuitos de creación de riqueza son generativos precisamente porque en su estado natural están vivos, son dinámicos y no están sometidos al control directo del sistema mercado/Estado.
La capacidad de generación natural de los sistemas vivos puede observarse en las comunidades locales, los ecosistemas, las redes de cooperación social y en los linajes intergeneracionales. También es evidente en la economía de cuidados, en la que el amor, la devoción y el compromiso de las personas cobran una relevancia especial a la hora de atender las necesidades de sus familias, compañeros y amistades tanto en el trabajo como en el ámbito educativo, las tareas doméstica , la socialización y el cuidado de la tercera edad.
Las economías del don son también una fuente de creación de valor no capitalista, un sector que genera un significado cultural, un vínculo social y un sustento integral y colectivo enormes. La antropología ha demostrado que tanto sociedades indígenas, como comunidades académicas, redes artísticas y comunidades digitales emplean complejos circuitos de intercambio de dones que generan valor [2][2] Mauss, Marcel (1990). Ensayo sobre el don. Forma y función del intercambio en las sociedades arcaicas (traducido por Julia Bucci). Hyde, Lewis (1983). El don: El espíritu creativo frente al mercantilismo. Sexto Piso. Hagstrom, William O (1992). El don como principio organizador de la ciencia. Editores Barnes y Edge, Science in Context: Readings in the Sociology of Science. MIT Press.. Lewis Hyde explica de la siguiente forma cómo la circulación de dones genera incrementos de valor: «El capital obtiene beneficios y la venta de una mercancía genera beneficios, pero los dones que mantienen su forma de regalos no generan beneficios, producen incrementos. La diferencia radica en lo que podríamos denominar el vector del incremento. En el intercambio de dones, el incremento permanece en movimiento y sigue al objeto, mientras que en el intercambio de mercancías se queda atrás como beneficio». Así que la consideración del valor generado por las economías del don cosifica el excedente como dinero, lo retira de la circulación para su control privado y, de hecho, lo convierte en algo muerto (salvo como futura fuente de capital) [3][3] Hyde, Lewis (1983). El don: El espíritu creativo frente al mercantilismo. Sexto Piso. Notas de Hyde: «El capitalismo es la ideología que pretende que apartemos la riqueza excedente de la circulación y la dejemos de lado para generar más riqueza. Alejarse del capitalismo no consiste en cambiar el tipo de propiedad de unas pocas manos a muchas, sino en dejar de convertir tanto excedente en capital, es decir, en tratar la mayor parte del incremento como un regalo»..
Los ecosistemas naturales de plantas, animales, microorganismos, tierras y otros elementos biofísicos son también tremendamente generativos en tanto que forman redes de vida complejas que se apoyan mutuamente. La «interexistencia» de la cooperación (y la competición) mutua permite que las especies de un ecosistema generen un usufructo natural («recursos» renovables) del que dependen muchos mercados, pero cuyas necesidades como seres vivos no suelen ser respetadas. No obstante, las comunidades indígenas y tradicionales comprenden las realidades ecológicas y cósmicas y han desarrollado sus culturas en consecuencia. Por ejemplo, los bosques comunitarios de la India prosperan gracias a la labor afectiva de sus habitantes y sus cosmovisiones de la vida. Sus comunes funcionan porque las personas que aman y cuidan sus bosques suelen respetar sus límites naturales, incluso cuando se sirven de ellos para satisfacer sus propias necesidades domésticas.
En un contexto más actual, la permacultura y la agroecología integran minuciosamente muchas variables en un equilibrio simbiótico, ayudando a mantener unas redes generativas de reciprocidad indirecta entre los organismos vivos. Esto minimiza el trabajo necesario para producir alimentos, al mismo tiempo que maximiza la generatividad natural de manera sostenible, todo ello sin la intervención de los mercados ni del poder estatal [4][4] Holmgren, David (2017). Permacultura: Principios y senderos más allá de la sustentabilidad. (vers. cast.), Castellón, Kaicron, 2002/2013..
En nuestra época, el poder de la cooperación social en redes digitales (también conocida como código abierto, producción entre pares o P2P) se ha convertido en otro circuito potente de generación de valor vivo. Las comunidades autogestionadas de creadores (ya sean hackers, usuarios, aficionados, amateurs, tecnólogos aislados, etc.) aportan energía, ingenio y gobernanza para una inmensa constelación de comunes digitales, entre los que destacan el software de código abierto, las wikis, la publicación de acceso libre, la ciencia ciudadana y la producción cosmolocal (un diseño global asociado a una producción local), entre muchos otros tipos[5][5] Benkler, Yochai (2006). La riqueza de las redes: Cómo la producción social transforma los mercados y la libertad. Icaria..
Nuestra cultura está tan habituada a la simplificación de las distintas formas de valor en precio que rara vez percibimos la violencia reduccionista que esto conlleva. El precio de mercado distorsiona y limita nuestra propia percepción de valor, convirtiéndolo en un bien o servicio escaso que solo algunas personas pueden permitirse. De hecho, este marco para el reconocimiento del valor implica indirectamente que muchas cosas se consideren cosas sin valor.
El pluriverso de movimientos sociales que se extiende hoy en día es poderoso precisamente porque reafirma un tipo de valor distinto al de los mercados y el capital. En este sentido, el pluriverso nos ayuda a cuestionar el orden económico, político y cultural actual. Revela las limitaciones de una ontología individualista orientada a las transacciones mercantiles (amplificada por instituciones que promueven los beneficios materiales basados en una «racionalidad» individual) que resulta incluso destructiva. A trompicones, los movimientos sociales insurgentes están construyendo un nuevo mundo que honra las relaciones vivas y dinámicas, la cooperación, el intercambio y otras formas de valor que reivindican la vida.
Comprender los comunes
En esta búsqueda, el paradigma y el discurso del procomún tienen una historia especial y un poderoso papel a nivel conceptual. Nos ayuda a nombrar y comprender una noción más enriquecedora de valor, así como nuevos modelos de instituciones sociales constructivas. El relato de los comunes es totalmente compatible y sinérgico con otros relatos de la nueva economía, tales como el cooperativismo, el decrecimiento y la producción entre pares o P2P, pero aporta algo más: pone en cuestión la economía convencional al mismo tiempo que ofrece, por sí misma, un marco distinto para la creación de valor.
El término «comunes» ha estado asociado desde hace mucho tiempo a «La tragedia de los comunes», un ensayo del biólogo Garrett Hardin que se publicó en la revista Science en 1968 [6][6] Hardin, Garrett (1968). «La tragedia de los comunes». Science, 162, 1243-1248.. Hardin presentó una historia hipotética acerca de una pradera compartida por varios pastores que no tienen ningún incentivo para limitar el pastoreo de su ganado en ella. Por lo tanto, cada pastor toma cuanto quiere del recurso común, lo que forzosamente da lugar a un uso excesivo y a la ruina de la riqueza colectiva: esa es la llamada «tragedia de los comunes». Según sostenía Hardin, la única forma sensata de salvar el los comunes es recurrir a un sistema de propiedad privada o a la acción del Estado.
Sin embargo, Hardin no estaba describiendo un común, sino un tipo de anarquía egoísta, irracional y fuera de la ley. En el procomún existe una comunidad definida que lo gobierna y regula el acceso y uso del recurso compartido. Cada común cuenta con sus propios procesos sociales, sistemas de intercambio de conocimientos, normas y castigos por quebrantar las reglas. Los usuarios negocian sus responsabilidades y derechos e implementan sistemas de monitorización para identificar y sancionar a las personas oportunistas [7][7] Euler, Johannes (2018). «Conceptualizing the Commons: Moving Beyond the Goods-based Definition by Introducing the Social Practices of Commoning as Vital Determinants.» (Conceptualización de los bienes comunes: Más allá de la definición basada en los bienes e introducción de las prácticas sociales de creación de procomún como factor determinante). Ecological Economics, 143. 10-16..
Ninguna de estas dinámicas sociales está presente en el argumento de Hardin sobre los comunes, que presupone una ontología individualista y la incapacidad de las personas para comunicarse, negociar y acordar soluciones colectivas [8][8] Bollier, David y Helfrich, Silke (2019). Libres, dignos y vivos: El poder subversivo de los comunes. Icaria, 49. de manera conjunta. Da por sentado que es algo «racional» que los individuos sobreexploten un terreno compartido en su propio beneficio. A decir verdad, la «tragedia de los comunes» describe con mayor precisión los mercados laissez-faire en los que no existe una conceptualización de los intereses compartidos ni de la cooperación necesaria para servir al bien común y atender a las necesidades no mercantiles.
La politóloga Elinor Ostrom desafió las convenciones vigentes en el ámbito de la economía y los estudios del desarrollo al llevar a cabo una labor de investigación pionera y una teorización creativa desde la década de 1970 hasta su muerte en 2012. Gran parte de su investigación respondía a la siguiente pregunta: ¿Cómo puede organizarse un grupo de personas en una situación de interdependencia y autogestionarse para obtener unos beneficios comunes y constantes cuando todos ellos se enfrentan a la tentación de aprovecharse, de eludir las responsabilidades grupales o de adoptar un comportamiento oportunista? Su libro El gobierno de los bienes comunes, publicado en 1990, identificó los principios de diseño claves según los cuales las personas pueden organizarse y autogobernarse para una gestión eficaz de los recursos comunes. La obra de Ostrom ha sido esencial para reconceptualizar el análisis económico y mostrar que la cooperación puede resultar factible y económicamente relevante. Ostrom ganó el premio Nobel de Economía en el año 2009 por su trabajo pionero en este campo.
Si bien Ostrom se centró principalmente en comunes a pequeña escala, evitando grandes polémicas sobre el poder del Estado y el capitalismo de mercado, otros (entre los que me incluyo) hemos situado los comunes en el marco más amplio del «sistema mercado/Estado» y hemos propuesto una ontología relacional para comprender el procomún [9][9] Véase Bollier, David y Helfrich, Silke (2019). Libres, dignos y vivos. Capítulo 2, «El OntoGiro hacia el procomún», 43-66.. En estos estudios los comunes se entienden mejor como una forma dinámica de vida (un proceso vivo) en el que grupos de personas trabajan y colaboran para crear nuevas formas de satisfacer sus necesidades y gestionarse a sí mismas.
Esta interpretación del procomún rechaza la mentalidad de la economía neoclásica y el liberalismo, que generalmente separan la producción (la economía) de la gobernanza (el Estado) y que se centran en la acción individual sin tener en cuenta el bien común (que se supone que se materializa mediante la «mano invisible»). El paradigma del procomún fusiona la economía y la gobernanza en un todo, conjugando las prácticas sociales de sustento integral, gobernanza, cumplimiento de normas, cultura e intereses y responsabilidades personales en un único sistema.
Desde esta perspectiva, el procomún no se limita únicamente a proyectos a pequeña escala para mejorar la vida cotidiana en la periferia del sistema mercado/Estado, ni a su contención. Al contrario, el procomún surge como una visión germinal para reinventar las premisas sociales fundamentales de la economía, la gobernanza, la política, las organizaciones, la infraestructura y el poder del Estado.
Por lo tanto, hablar del procomún supone adentrarnos en una narrativa poscapitalista que nos invita a aplicar una ética y una política de bienestar «nuevas». No obstante, llevar a cabo este cambio puede ser difícil. Es necesario que consideremos el «procomún» menos como un sustantivo (recursos sin dueño o compartidos) y más como un verbo. Es necesario que consideremos las prácticas sociales de creación de procomún (acciones de participación, apoyo mutuo, conflicto, negociación, comunicación y experimentación) desde un punto de vista más holístico, y no simplemente como un montón de individuos racionales compitiendo entre sí. Las comuneras que conforman el común no solo crean nuevos tipos de organismos sociales en su búsqueda de la soberanía y control directo sobre las esferas de la vida que les resultan importantes, sino que, de hecho, crean nuevas formas de poder político. A medida que adoptan unas identidades civiles y sociales nuevas (protectoras del agua, guardianes del bosque, piratas informáticas, cuidadores) consolidan espacios culturales nuevos y fascinantes para un tipo distinto de política. Convierten la «sociedad civil» en un nuevo público más interesado y capaz de enfrentarse al sistema de mercado/Estado, corrupto e ineficaz, y a su teoría de valor (como precio de mercado).
El relato de los comunes es totalmente compatible y sinérgico con otros relatos de la nueva economía, tales como el cooperativismo, el decrecimiento y la producción entre pares o P2P, pero aporta algo más: pone en cuestión la economía convencional al mismo tiempo que ofrece, por sí misma, un marco distinto para la creación de valor.
El discurso del procomún es especialmente valioso porque hace que estas luchas sean más legibles desde un prisma cultural. Lo que de otro modo se consideraría algo fragmentado e invisible puede visualizarse en su dimensión más amplia y colectiva. Los cientos de comunes documentados por académicos inspirados por Ostrom (y un sinfín de otros comunes que todavía quedan por estudiar) revelan el alcance y diversidad de un orden poscapitalista que ya está en funcionamiento.
Aunque pueda parecer una afirmación sorprendente, debemos recordar que la creación de procomún ha estado en el centro del desarrollo humano y de la comunidad a lo largo de la historia. Son numerosas las investigaciones que, desde los campos de la antropología, la sociología, la biología evolutiva y la neurología documentan la manera en que la especie humana ha superado numerosos obstáculos gracias a los principios instintivos y afines al procomún de la cocreación, la relacionalidad, la cooperación y la adaptación creativa. Nuestro triunfo evolutivo a lo largo de los milenios se ha basado en nuestra capacidad de comunicarnos y trabajar de manera conjunta para superar problemas colectivos, negociar diferencias y concebir soluciones innovadoras. Somos una especie cooperativa, tal y como afirma el economista y científico de la complejidad Samuel Bowles [10][10] Bowles, Samuel y Gintis, Herbert (2013). A Cooperative Species: Human Reciprocity and Its Evolution (Una especie cooperativa. Reciprocidad humana y su evolución). Princeton University Press, New Jersey..
La verdadera aberración de la historia de la humanidad es el modelo neoclásico del ser humano, el homo economicus. Las personas no son seres esencialmente racionales, egoístas, individualistas y motivados por la utilidad, tal y como afirma la lógica reduccionista de la economía convencional (aunque evidentemente contemos con dichos rasgos). La creencia de que somos individuos autónomos y «hechos a sí mismos» es un espejismo. El yo aislado no existe como tal. Nuestro desarrollo y bienestar dependen de las relaciones que mantenemos y nuestras propias identidades se crean mediante las relaciones que forjamos [11][11] Bollier, David y Helfrich, Silke (2019). Libres, dignos y vivos: El poder subversivo de los comunes. Icaria, 42..
La tríada del procomún
Silke Helfrich y yo escribimos el libro Libres, dignos y vivos para contribuir a una mejor comprensión del procomún como sistema social. Un aspecto clave del libro es la «tríada del procomún», una herramienta para comprender las enriquecedoras dinámicas internas y sociales que mueven el procomún. La tríada mueve el foco de la «gestión de recursos» como objetivo principal de un común (la perspectiva favorita de las ciencias económicas y sociales) hacia la consideración básica del común como un sistema social vivo (que, por el contrario, interpreta los «recursos» como elementos de valor social integrado, es decir, como una «riqueza de cuidados»).
Este cambio de perspectiva sirve para constatar que la creación de procomún es un fenómeno social transversal que no se encuentra regido estrictamente por la naturaleza de los recursos per se ni por su valor de mercado. Los comunes deben considerarse como acuerdos sociales consensuados que son muy semejantes en toda una serie de ámbitos y tipos de recursos muy distintos.
La creación de procomún comprende al menos tres esferas de actividad distintas: la vida social, la gobernanza entre pares o P2P y el sustento integral. Esa es la llamada «tríada del procomún», que describe tres esferas simbióticas e interconectadas: la social, la institucional y la económica. Cada una de ellas está formada por muchos «patrones de creación de procomún», que plasman actitudes y comportamientos sociales que se observan en la mayoría de los comunes.
Los siguientes resúmenes indican la parte esencial de cada esfera y sus «patrones de creación de procomún», pero se aconseja consultar el libro para obtener una descripción más detallada y completa de los patrones.
Vida social. La vida social de quienes participan en un común tiene gran importancia dado que el primer requisito para cualquier común es establecer un sistema relacional vivo donde tiene lugar el proceso de cocreación. La naturaleza del procomún se basa en la creación y el mantenimiento de relaciones sociales constructivas y ecológicamente regenerativas, incluso con el mundo no humano. Las relaciones entre las personas y otros seres vivos son más importantes que los propios seres.
Por ejemplo, la vida social de un común requiere los patrones definidos bajo el epígrafe cultivar propósitos y valores compartidos. Sin esta práctica, un común pierde su coherencia y vitalidad. Pero los comunes rara vez comienzan con unos valores y propósitos compartidos, sino que van tomando forma a partir de las experiencias compartidas y de la reflexión, la tradición, la celebración y la participación colectivas. Gran parte de todo esto pertenece a otro patrón que consiste en ritualizar dinámicas sociales y que tiene lugar al reunirse, compartir y celebrar cosas en grupo.
La vida social de un común también requiere que las personas aporten sin coerciones, es decir, que ofrezcan sin esperar recibir el mismo valor a cambio, al menos no de forma directa o inmediata. Las contribuciones se realizan voluntariamente o mediante el consentimiento colectivo, y no responden a presiones externas o sanciones. También es necesario practicar la reciprocidad empática, un intercambio social que no necesariamente contempla unas partes absolutamente equitativas o un intercambio monetario equivalente entre las personas, sino más bien una sensación de justicia informal y flexible. En el contexto del procomún esto ocurre mediante la reciprocidad indirecta y no mediante una igualdad de intercambio directa y calculada.
Gobernanza entre pares o Gobernanza P2P. La gobernanza entre pares es otra de las esferas centrales del procomún y consiste en considerar a los demás como iguales, con los mismos derechos y obligaciones en el proceso colectivo de toma de decisiones, establecimiento de límites y cumplimiento de las normas. Las personas que participan en un común suelen contribuir de forma no jerárquica, y acostumbra a haber una cierta aversión a los sistemas centralizados de poder.
La gobernanza P2P implica practicar la transparencia en un entorno de confianza, entre otras cosas. La transparencia no es algo que se pueda imponer; florece únicamente si las personas confían las unas en las otras. De esta forma, para lograr practicar la transparencia real en un común, las personas deben llegar a confiar plenamente en las demás para poder compartir la información que resulta difícil o incómoda. Un patrón de la creación de procomún relacionado con todo esto es transmitir saberes desinteresadamente. Esta es una herramienta clave para generar sabiduría colectiva. El conocimiento crece de manera exponencial cuando se comparte, pero para ello es necesario que la información sea accesible y que circule libremente. Tomar decisiones de manera comunánime es otro patrón que permite garantizar que las decisiones de gobernanza se consideren legítimas y dignas de confianza. El hecho de que las personas que conforman un común cocreen las normas por las que se autogobiernan hace que estas sean más fáciles de cumplir y de mantener. Este proceso requiere el consentimiento de las personas comuneras, es decir, la ausencia de objeciones razonables.
Desde esta perspectiva, el procomún no se limita únicamente a proyectos a pequeña escala para mejorar la vida cotidiana en la periferia del sistema mercado/Estado, ni a su contención. Al contrario, el procomún surge como una visión germinal para reinventar las premisas sociales fundamentales de la economía, la gobernanza, la política, las organizaciones, la infraestructura y el poder del Estado.
No dispongo de espacio suficiente para enumerar otros patrones de gobernanza entre pares, pero se incluyen prácticas como partir de la heterarquía (en lugar de la jerarquía), discernir entre procomún y comercio para que el dinero y las transacciones mercantiles no interfieran con la cooperación dentro de un común, y afianzar las dimensiones relacionales del tener, que supone considerar la propiedad compartida de manera que honre nuestras relaciones con los demás, nuestros medios de vida y las generaciones futuras.
Sustento integral. Por último, los comunes dependen de que sus miembros puedan sustentarse a sí mismos. La economía de un común no separa la producción y el consumo en roles distintos, sino que mezcla y difumina ambos en el proceso de producción, asignación y redistribución de la riqueza. Un objetivo básico del sustento integral es reintegrar los comportamientos económicos con el resto de la vida de una persona, incluyendo el bienestar social, las relaciones ecológicas y las preocupaciones éticas. El objetivo del sustento integral basado en el procomún no es lograr la máxima eficiencia o beneficio posible o el aumento del PIB. Simplemente trata de satisfacer las necesidades y ofrecer un medio de vida estable, justo, satisfactorio y sostenible desde un punto de vista ecológico.
El sustento integral es una esfera que contiene prácticas como hacer y usar juntos, en la que cualquiera que quiera participar puede hacerlo y todas las personas contribuyen según sus propias capacidades y necesidades. La coproducción es el proceso fundamental, o lo que podría denominarse también DIT (do-it-together, hacerlo juntos).
Sin embargo, el trabajo en el ámbito del procomún no es una unidad mercantilizada de trabajo humano. Es una actividad que surge de las pasiones y valores más profundos de las personas, de todas sus facetas. El trabajo de cuidados que tiene lugar en el seno de las familias es un ejemplo notable del trabajo que opera a un nivel más relacional y humano que los mercados laborales convencionales. De ahí que un patrón importante sea practicar los cuidados y desmercantilizar el trabajo. Otro es asumir en común los riesgos del Sustento Integral, por el cual las personas que participan en un común comparten riesgos para hacerlo posible, pero también comparten los beneficios que obtienen. Contribuir y compartir es un patrón que describe la distribución de los resultados de las contribuciones colectivas. Emplear herramientas convivenciales describe la confianza en herramientas y tecnologías que fortalezcan la libertad individual, las relaciones colectivas y la innovación, a diferencia de las herramientas patentadas y restringidas.
El procomún como el camino a seguir
Cuando John Maynard Keynes luchaba por reinventar la economía en la década de 1930, escribió que «la dificultad no radica en las nuevas ideas sino en escapar de las antiguas, que se ramifican en cada rincón de las mentes de todas aquellas personas que fueron educadas como lo hemos sido la mayoría». El poder de una visión del mundo dominante organiza de forma invisible los fenómenos en un marco mental que suplanta otras maneras diferentes y potencialmente importantes de concebir el mundo [12][12] Keynes, J.M. (1936). Teoría general del empleo, el interés y el dinero..
Así ocurre hoy en día, cuando intentamos escapar de las categorías generalizadas del pensamiento económico que eclipsan las realidades vividas de la creación de procomún. En ocasiones no es fácil identificar nuevas realidades porque simplemente no existe un vocabulario o lógica que las haga inteligibles a nivel cultural. Ese es el caso de los comunes. La idea del procomún desafía los fundamentos de los sistemas imperantes del pensamiento político y económico, pero no necesariamente cuenta con los conceptos, las palabras y la lógica necesarias para comprender adecuadamente este paradigma. Eso es lo que Helfrich y yo intentamos ofrecer en nuestro libro Libres, dignos y vivos. En particular, es preciso que cultivemos lo que acuñamos como el OntoGiro o cambio ontológico, basado en la idea de que la relacionalidad entre los seres vivos es la realidad primordial de la vida. O, en palabras del historiador cultural Thomas Berry, «el universo no es un conjunto de objetos, sino una comunión de sujetos».
A nivel del procomún esto significa que las personas deben tomarse en serio la idea de que sus colaboraciones pueden ser libres, dignas y vivas. En lugar de aferrarse a la ideología o a los esquemas mecánicos de cómo deberían hacerse las cosas, debemos entender que los sistemas centralizados de poder y organización, así como la «racionalidad» y la eficiencia, no son enfoques apropiados. Como comuneros, debemos apostar por la participación y la sabiduría colectivas para desarrollar soluciones estables y sostenibles. La cultura del procomún marca el camino hacia un futuro muy prometedor.
Ensayo producido bajo una Licencia Pública Internacional Creative Commons Atribución – No Comercial 4.0 (CC BY-NC 4.0)
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