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Rafael Heiber | Colleen Boland

En menos de seis meses, la pandemia de la COVID-19 ha desencadenado condiciones y circunstancias tan excepcionales que incluso podrían recordarnos a una situación de guerra; pero en este caso, sin embargo, el enemigo resulta desconcertantemente intangible, y la solución que supone la vacuna, se esconde tras un horizonte de lo más incómodo.
Sea directa o indirectamente, el virus SARS-CoV-2 nos ha afectado a todos de un modo casi sin precedentes. Del mismo modo, la pandemia ha puesto de relieve muchas de las críticas que ya se estaban fraguando, o incluso articulando de forma explícita, en el seno de nuestras comunidades. Críticas que se han debatido desde hace tiempo entre la sensibilidad y el estupor, y entre la acción y la impotencia. Muchas de esas voces marginadas ya habían alertado de la necesidad de un cambio, advirtiéndonos sobre la necesidad de construir, mantener y proporcionar el acceso a la salud como un derecho fundamental, además de asumir el bienestar general ciudadano como un desafío social esencial de lo más apremiante. Estas voces han venido demostrando ser capaces de proporcionarnos marcos analíticos, y poderosos testimonios de un sacrocapitalismo fallido.
En este sentido, el verdadero desafío no radica solo en preguntarse cómo enfrentar la pandemia sino, más bien, en encontrar una alternativa a la construcción hegemónica y neoliberal del mundo y a la producción de sus sujetos. Para ello se presenta una disyuntiva: podemos, por un lado, permanecer en una modernidad avanzada y plena de promesas de triunfo; en esencia, en una visión narcisista que culmine con el famoso fin de la historia. O podemos, en cambio, resucitar la solidaridad y la creatividad en un esfuerzo que nos permita reevaluar el presente y reenmarcarlo en una transición postmoderna, comprometiéndonos de manera permanente con la construcción de una nueva realidad, aprovechando esta nueva normalidad pandémica como punto de inflexión.
Foto_ Tony Vacas_ Albergue Warnes
Buscamos apoyar una transformación nutrida de ideas progresistas, con modestia, pero de forma genuina y efectiva. Esta ha sido, de hecho, una de las grandes misiones de Common Action Forum desde su fundación. Una vocación que requiere del desarrollo y la aplicación de marcos críticos, capaces de unir, construir y promover soluciones a la creciente desigualdad, a la devastación del medio ambiente y a la distorsión de las libertades; aspirando en última instancia a una verdadera ciudadanía mundial.
Es motivados por este propósito que hemos decidido lanzar esta revista, para publicar artículos con un contenido exhaustivo y diverso. Aunque a menudo con la extensión propia de una publicación científica, este conocimiento tratará de mantenerse alejado de la endogamia académica, priorizando en cambio el entendimiento y la experiencia vital de los autores. Visiones, en esencia, cercanas a las problemáticas fundamentales que atraviesan nuestras sociedades.
metapolis es un espacio plural. Un lugar propicio para aquellas ideas que superan las fronteras tradicionales del saber, y que se movilizan para encarar los grandes desafíos globales. metapolis es un territorio de hiperconexión, emancipado de la nostalgia del pasado, crítico con el presente y comprometido con un futuro sostenible y justo. No espera reformas que mantengan el status quo, ni aspira a ellas. De hecho, en esta metapolis nadie da por hecho que ese futuro existirá, pero tampoco se convence de lo contrario. Los últimos acontecimientos políticos, económicos, tecnológicos, ambientales, sociológicos y sanitarios ratifican la necesidad de más y mayores esfuerzos.
Para hacer frente a esos problemas estructurales, hoy incluso más visibles gracias a la COVID-19, el primer volumen de metapolis, dividido en dos números, aborda «La ciudad pospandémica: cooperación transnacional y políticas públicas». Dado que el siglo XXI se caracteriza por un estilo de vida predominantemente urbano, es dentro de este espacio donde la sociedad y las instituciones pueden tener un impacto trascendente, operando también en conjunto con las estructuras nacionales, regionales y transnacionales. La ciudad ha puesto de manifiesto su relevancia de dos maneras: en primer lugar, desempeñando un rol fundamental en el progreso o la regresión del desarrollo humano, una trayectoria marcada por el reciente colapso de los sistemas financieros. Segundo, como una suerte de microcosmos capaz de hacer las veces de plataforma unificadora para un mundo de una diversidad e interconexión sin precedentes.
El verdadero desafío no radica solo en preguntarse cómo enfrentar la pandemia sino, más bien, en encontrar una alternativa a la construcción hegemónica y neoliberal del mundo y a la producción de sus sujetos.
En el primer caso, la crisis de la democracia moderna está directamente ligada a una financiarización de escala global, que mide su éxito reduciendo ciudadanos y ciudades a meros productos o bienes, mediante un mercado que no solo absorbe una inmensa cantidad de atención y energía, sino que también tiene un enorme impacto en las aspiraciones vitales del mundo entero. Este proceso de captura, de acumulación y de explotación se sirve de la aplicación de una auténtica gama de teorías psicológicas (positivas, cognitivas, etc.) y de doctrinas empresariales, que han funcionado como peligrosos placebos en la regulación interesada de libertades individuales y en la incesante búsqueda de meritocracias ensimismadas.
La curiosidad humana por entender los procesos de adaptación social a condiciones idealizadas de superabundancia posibles —sobre todo desde la Revolución Industrial— dio lugar a una infinidad de intentos de convertir el mundo en un laboratorio. Hace medio siglo, el etólogo John Calhoun experimentó con la creación de un universo para ratones que definió como utópico: un ambiente cuyos habitantes recibían toda la comida necesaria, cuyos espacios estaban diseñados para su comodidad, y en el cual el tiempo era casi como una eterna sucesión de domingos tranquilos. La población inicial de ocho ejemplares creció de manera exponencial durante las primeras semanas, hasta que finalmente se ralentizó y después de 600 días se paralizó la tasa de natalidad. La población había alcanzado los 2000 miembros, en un entorno que habría proporcionado sustento a casi 4000.
Una precaución que debe siempre ser tenida en cuenta en este tipo de análisis, es no olvidar la facilidad con que evocamos nociones hobbesianas, cartesianas, kantianas o durkheimianas para explicar el comportamiento de una especie que no actúa a partir de un estado, de un método, de una moral o de un hecho social [1][1] Una conducta praxeomórfica, o el intento objetivo de explicar el comportamiento de un cierto grupo o especie, basado en los criterios disponibles solamente dentro de la realidad del observador.. El experimento, con todo, acabó mostrando profundas transformaciones intergeneracionales en el seno de este grupo de ratones: los vínculos sociales comenzaron a romperse y con el tiempo el aislamiento se hizo norma. Algunos se segregaron de forma violenta y reprimieron a los más jóvenes. Otros fueron indiferentes y participaron de poco más que del disfrute hedonista. Incluso con todos los recursos disponibles, ese utópico universo de ratones se desvaneció en menos de cinco años, con la muerte solitaria de su último individuo.
A diferencia de los ratones de Calhoun, la humanidad es reflexiva, posee potencial y aspiraciones propias, y es capaz de predecir lo imprevisible; puede concebir el bien y el mal, y ya sea a través de uno o de otro, es capaz de desarrollar ideas abstractas, de superar colectivamente su propia fragilidad biológica y, en fin, de imponerse como una de las principales fuerzas de la naturaleza [2][2] Esto lleva a muchos pensadores a adoptar la noción del Antropoceno, una época geológica caracterizada por el impacto antropogénico en el planeta.. Pero su ingenio eleva también la complejidad de su mundo y desafía a una madurez ética que evoluciona más lentamente que las revoluciones tecnológicas que la rodean. Con todo, sigue siempre presente el reto de evitar el nacimiento y la perpetuación de totalitarismos, sean del estado o del mercado; así como el de superar el falso dilema entre libertad e igualdad, y de revertir la escisión entre humanidad y naturaleza.
Estos desafíos ilustran la perspectiva desde la cual los espacios urbanos cobran una relevancia clave, por las singulares formas de coexistencia, participación, enunciación y solidaridad que ofrecen. Individuos, comunidades y naciones han venido experimentando tanto las consecuencias de democracias imperfectas como las de autoritarismos amenazadores; que han fallado no solo a la hora de posibilitar bienestar general a todos los niveles, sino que también han sido incapaces de cultivar verdaderas filosofías de vida.
La dimensión local, vertebrada en una red global de relaciones, brinda un espacio único para el arraigo y para la experiencia humana colectiva, que puede alimentar y exponer esa apertura y universalidad tan fundamentales para nuestras sociedades hiperconectadas. De hecho, en respuesta a la ruptura y al declive civilizatorio que se ha venido produciendo hasta la fecha, estas comunidades pueden servir como fuente de inspiración tangible, concreta y fundamentada, para establecer nuevas bases de cohesión social.
Por todas estas razones, es un honor presentaros a los prestigiosos autores que nos han aportado su enriquecedora y singular mirada sobre estos temas, permitiéndonos trazar rutas de fuga hacia un futuro más esperanzador.
Manuela Carmena inicia el debate de este número con el artículo «Antes y después de la pandemia: ciudad solidaria, creativa y participada». En él, la ex Alcaldesa de Madrid reivindica la ciudad como espacio de emancipación por antonomasia, afirmando que la solidaridad, la creatividad y la participación son los tres principios en los que deben basarse las ciudades. Si bien la contaminación atmosférica es una amenaza constante para la salud, la COVID-19 ha hecho aún más evidente que nunca disfrutaremos de ciudades sanas si los gobiernos y los ciudadanos no hacen suyo el principio de solidaridad. La participación, por su parte, es inherente a las ciudades como espacios públicos de libertad. Finalmente, la autora propone que la creatividad es esencial en la medida en que nos permite concebir mundos mejores; mundos que solo pueden alcanzarse si primero son imaginados. Para lograr tales posibilidades, la exalcaldesa sugiere pensar en cuidar la ciudad «como una buena madre de familia». Metáfora no poco acertada, en la medida en que los liderazgos femeninos han protagonizado las mejores gestiones de la crisis en el transcurso de la pandemia en distintos países.
La dimensión local, vertebrada en una red global de relaciones, brinda un espacio único para el arraigo y para la experiencia humana colectiva, que puede alimentar y exponer esa apertura y universalidad tan fundamentales para nuestras sociedades hiperconectadas. De hecho, en respuesta a la ruptura y al declive civilizatorio que se ha venido produciendo hasta la fecha, estas comunidades pueden servir como fuente de inspiración tangible, concreta y fundamentada, para establecer nuevas bases de cohesión social.
La pandemia también ha puesto de manifiesto algunas de las debilidades en el diálogo entre ciencia y sociedad, entre ellas, el denominado negacionismo. Las razones de esas deficiencias son variadas, y van desde la manipulación de la opinión pública a los altos niveles de disonancia cognitiva, hasta el resentimiento social cuando la ciencia se percibe como un elemento de distinción de clases. Un ejemplo de ello es la forma en que algunos sectores económicos, políticos y sociales han actuado para desacreditar el calentamiento global durante los últimos años. Alfredo Aguilar, ex responsable de las unidades de Biotecnología y Cooperación Científica Internacional de la Comisión Europea, defiende que frente a esta pandemia, la ciencia es el pilar fundamental sobre el que construir políticas eficaces, guiadas por iniciativas público-privadas. Su artículo, «Demos otra oportunidad al futuro», ilustra cómo los próximos desafíos de la humanidad están estrechamente relacionados con la biosfera. En lugar de un silencio global, esos desafíos requerirán de una respuesta conjunta, multilateral y sinérgica. El autor propone la bioeconomía y la biodiplomacia como dos nuevas herramientas esenciales para integrar las iniciativas locales, nacionales y mundiales a fin de efectuar la transformación necesaria.
La ex Ministra de Justicia de Alemania, Herta Däubler-Gmelin, por su parte, cuestiona estas transformaciones en el artículo «El desafío post COVID-19: ¿un simple reinicio o un cambio real?»; argumentando que el estado de emergencia provocado por la pandemia es una amenaza peligrosa para los derechos humanos fundamentales. Al mismo tiempo, señala que la sociedad civil de varios países ha demostrado ser capaz de cooperar para detener la propagación de la COVID-19, frente a los grandes fracasos de la cooperación mundial. Las regiones más desarrolladas del mundo se han visto sacudidas por su falsa confianza, al tiempo que las poblaciones de las regiones en desarrollo, las más desfavorecidas, son las que más han sufrido. Además de relatar la experiencia del confinamiento en Alemania, la autora resalta cómo las sociedades democráticas no han sido menos eficientes en la gestión de la crisis que las autoritarias, y se muestra optimista respecto al potencial de cambio que se abre con la crisis actual, a pesar de la creciente brecha social. Por último, la autora llega a la conclusión de que las soluciones de largo alcance son factibles, siempre y cuando la amenaza se perciba como suficientemente grave.
Alfonso Zegbe, titular de la Unidad de Estrategia y Diplomacia Pública de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, presenta una propuesta en forma de enfoque multinivel para el diseño de políticas públicas, vinculando todos los planos de toma de decisiones. «Bienestar socioemocional: un enfoque revisado», examina los efectos inmediatos de la COVID-19, abogando por un enfoque y un marco transversal que incluya varios ámbitos y derechos civiles, entre ellos: salud y bienestar general, educación y aprendizaje emocional a largo plazo; seguridad alimentaria; espacios urbanos y rurales y flujos sociales; y, por último, vivienda y otras formas de hábitat humano. El autor concluye con reflexiones sobre la acción institucional que abordaría los conceptos de felicidad y bienestar comunitarios, incorporando al estado y a la sociedad civil en una discusión que no debería delegarse exclusivamente al mercado.
Precisamente en esta línea, Laura Basu, académica y editora de la sección ourEconomy en openDemocracy, nos brinda su artículo «La ciudad pospandémica más allá del estado y del mercado: un experimento de pensamiento». Conjugando ficciones eco-sociales, teorías de los bienes comunes y ejemplos reales de resistencias raciales y feministas, la autora pide imaginar una realidad en que se superen las fronteras del estado-nación y del modelo capitalista basado en distintas versiones de colonialismos. Un inestimable ejercicio de escalas, transitando entre el localismo comunitario de la vida cotidiana, las relaciones de producción y consumo, y el potencial de conexiones en red por parte de estas comunidades. El lector podrá igualmente encontrar una noción utópica distinta de aquella simulada por Calhoun; una utopía en donde las comunidades humanas están destinadas a romper con sistemas de dominación y participar en la creación de su propio universo.
Cerrando este número, Wadah Khanfar, presidente de Common Action Forum, nos ofrece una serie de precedentes históricos en el análisis «La meta-crisis de la COVID-19 y el orden pospandémico», que afirma que la del COVID-19 es una meta-crisis, en la medida en que es simultáneamente una crisis sanitaria, política, económica y social, con repercusiones en todos los aspectos de la vida humana, en todo el mundo. La pandemia ha alterado también el orden geopolítico con tendencias favorables a China y en detrimento de Estados Unidos; lo que parece apuntar a la conformación de un nuevo orden mundial. Esta transición implica nuevas disputas que requerirán instituciones y sociedades reimaginadas, con el poder de las ideas al servicio de la posibilidad de una nueva historia mundial. Es posible que el mundo pospandémico no sea justo ni seguro, y en muchos lugares el miedo dará paso a retrocesos y nacionalismos. No obstante, la humanidad puede también verse impulsada a construir una alternativa más justa, avanzando hacia un localismo conectado transnacionalmente, en el marco de un nuevo sistema de valores que permita que prevalezca el bien común.
Las perspicaces reflexiones de los autores aportan primero sus diversos conocimientos especializados en la observación o la solución de las problemáticas de la crisis de la COVID-19. Sin embargo, en última instancia, también plantean la posibilidad de aprovechar el debate sobre la COVID-19 como catalizador de cambios e innovación social. Transformaciones que se impulsarían a la vez a nivel local y transnacional, reconociendo lo individual y universal en todas nuestras comunidades, y el objetivo colectivo del bien común. Esperamos que este trabajo sea alimento para la reflexión en este sentido, así como un conjunto de experiencias inspiradoras para el mundo real y para las posibles soluciones que pongan tal pensamiento en acción. Sin embargo, esta conversación está lejos de haber terminado. metapolis continuará publicando un artículo mensualmente, con un segundo número disponible en diciembre de 2020, que completará nuestro volumen inaugural.
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