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Romualdo Dias

Soñar lo imposible para realizar lo posible, o encarnar los vínculos entre actuar y soñar en la simultaneidad de los instantes. Es necesario que actuemos y soñemos mientras nos abrimos paso por el mundo y pasamos a formar parte de una historia. En el espacio de los sueños hay una dinámica de producción de sentido con el poder de guiarnos en nuestros movimientos de desplazamiento sobre la realidad y, al mismo tiempo, con la capacidad de sostenernos frente a los obstáculos que plantea la realidad. Cuando nos involucramos en programas políticos transformadores hacemos explícitos nuestros proyectos. Estos proyectos se asientan sobre los sueños y los convierten a la vez en brújulas y mapas que los guían y orientan. En nuestro empecinamiento por inventar formas de resistencia nos alimentamos y fortalecemos con nuestros sueños.
Paulo Freire, cuyo centenario se ha celebrado recientemente, sostenía que:
«es imposible existir sin un sueño. La cuestión que se plantea es, en primer lugar, si el sueño es históricamente viable. En segundo lugar, si la viabilidad del sueño requiere que caminemos un trozo de tiempo y espacio para ser andado. En tercer lugar, en el caso de que el espacio a andar para hacerlo viable sea todavía largo, se trata de aprender a caminar y, mientras se camina, reaprender incluso a hacer realidad el sueño, es decir, buscar los caminos del sueño». [1][1] Freire, P. (1986) Essa escola chamada vida. Ed. Atica
En el campo interno de la imaginación, donde cultivamos nuestros sueños, hay una dinámica presente, hecha de energías intensas, procedentes de las más variadas confrontaciones del sujeto con su realidad. Es en ese lugar intermedio, en ese lugar demarcado entre el sujeto y lo real, en el propio esfuerzo de búsqueda de soluciones a los problemas, dónde se encuentra el sustrato que permite la germinación de los flujos capaces de afianzar la necesidad del ingenio. Si alguien tiene la capacidad de idear algo en su propósito de transformar el mundo, esta fuerza depende mucho de la calidad del vínculo que el sujeto establece con este territorio de interacción. Por ello, este lugar «intermedio» debe ser cuidadosamente conferido y protegido.
Si la imaginación es el lugar para experimentar la trascendencia, la experiencia es el lugar de afirmación de la inmanencia. En ella encontramos el lugar del acontecimiento, y por esta misma razón, las acciones de individuos y grupos se desarrollan en el terreno de la historia. Estamos presentes en el mundo, afirmamos esta presencia con nuestra acción y estamos determinados por una historia. Al mismo tiempo, nos motiva un deseo de superación. De este modo, la acción y la imaginación se constituyen mutuamente cuando estamos involucrados en programas transformadores. Entre las líneas de estos argumentos emerge sigilosamente la cuestión de la afiliación. ¿Qué hace que los sujetos salgan de un lugar de pasividad, sometidos a una cómoda espera, y se lancen a las más intensas aventuras de la creación? ¿Qué hace que alguien se adhiera a una causa comprometida con la transformación social?
El plano de la inmanencia está constituido por la materialidad del tiempo, tanto en el ámbito de la vida individual como en el de las organizaciones colectivas. Hay una experiencia del tiempo que está constituida por las vivencias que tenemos en nuestro lugar y que sentimos en cada momento. La experiencia de otra temporalidad se produce cuando podemos imaginar algo que aún no ha ocurrido. Aquí invitamos a todos a reflexionar sobre las diferencias entre los tiempos de la acción y los de la imaginación. Apostamos porque en medio de estas experiencias de temporalidades diversas nazca algo que nos ayude a tocar el núcleo del ejercicio de lo político.
¿Qué pone en marcha este movimiento de los sujetos cuando se alejan del territorio de la inmanencia y se esfuerzan por acceder a los horizontes más allá de las fronteras, allí donde se encuentra la trascendencia? ¿Qué entra en acción, en nuestras vidas, cuando confrontamos lo que imaginamos con lo que hacemos? Múltiples temporalidades entran en un diálogo en el que se enfrentan el tiempo de las individualidades y el tiempo de los colectivos. Del mismo modo, entra en tensión lo que se vive y lo que se desea. A esto cabe añadirle lo que sea que entre en juego cuando se accede al núcleo del ejercicio de la política. En este núcleo se encuentra una materialidad del tiempo que buscamos comprender. Es un tipo de materialidad con una fuerza capaz de determinarnos. Las fuerzas originadas en la historia nos determinan, pero no nos aprisionan. De hecho, es ahí donde aprendemos a combinar la tensión entre los distintos continentes que se forman hasta el punto de ser capaces de acoger las contingencias que derivan del flujo de las intensidades de una vida. De las contingencias nacen las energías para lanzarnos a la práctica de ir más allá de las fronteras. Y la trascendencia también surge de una composición con la inmanencia.
Mucho más allá de esta observación, tan primaria, está el hecho de que en nuestra temporalidad nos enfrentamos a nuestra finitud. El tiempo nos impone límites, además de robarnos cualquier ilusión de control. No elegimos la fecha de nuestro nacimiento. En una vida mínimamente equilibrada tampoco tenemos ningún poder sobre la fecha de nuestra partida. En este territorio desarrollamos nuestras habilidades para cuidar nuestra condición vulnerable de la existencia. En las gestiones sobre las fuerzas determinantes de la vida cada individuo está absolutamente solo. Los extremos de una vida son acontecimientos hechos de una inmensa soledad. En la condición de estar solos nacemos y morimos. La llegada y la salida pertenecen a cada uno sin poder elegir el lugar y la hora de su propio evento.
Y hay más: el tiempo nos pertenece a cada uno de nosotros y, en los momentos que vivimos, el tiempo también pertenece a un colectivo. Surgen entonces tres retos. La primera consiste en saber combinar el tiempo individual con el tiempo colectivo en la distribución de tareas en las prácticas compositivas, en las formas de responder a los retos que presenta el mundo. La segunda consiste en elaborar la tensión que plantea la diferencia entre el tiempo de actuar y el tiempo de imaginar. Los tiempos de la acción y los tiempos de la imaginación son diferentes. Un tercer reto, quizá el más difícil, consiste en comprender por uno mismo, individualmente, una dimensión de la realidad impuesta por el límite de una vida. Puede que cuando llegue el momento en el que se hagan realidad muchas de las cosas que soñamos ya no formemos parte de la historia. Otros, diferentes a nosotros, podrán recoger los frutos de este hecho resultante de la transformación. Alcanzar un cierto grado de comprensión con respecto a este límite comporta un grado de sabiduría. Porque los procesos de cambio de una realidad suceden con una temporalidad diferente a la que se da a cada vida en cuanto a individualidad.
El sujeto en el mundo
Vamos a describir algunas dimensiones relacionadas con la acción del sujeto en su tránsito por el mundo. A medida que el sujeto se desplaza por sus espacios, deja traslucir las expresiones de pertenencia y reconocimiento que resultan de sus interacciones con otros sujetos y sus lugares. Estos movimientos trazan una línea en sentido vertical que cruza otra línea, en sentido horizontal, que se extiende desde la acción hasta la imaginación. La línea vertical se traza entre el polo de pertenencia y el polo de reconocimiento. La línea horizontal se traza entre el polo de la acción y el polo de la imaginación. Las dos líneas se cruzan en las experiencias, y de esta intersección emerge algo inventivo.
La descripción de estas dimensiones implicadas en las formas de pertenencia y reconocimiento nos ayuda a componer un marco didáctico que puede ser utilizado en los análisis de nuestras experiencias. Este marco didáctico está formado por el trazado de los verbos entender, hacer y creer. Cada uno de estos verbos expresa una de estas dimensiones estrechamente relacionadas con nuestras necesidades. En el proceso mismo de constitución de nuestro modo de ser humano, sentimos la necesidad de comprender, realizamos nuestros deseos mediante el hacer, y nos dejamos guiar y sostener por un modo de creer. Comprender, hacer y creer se constituyen en una dinámica de implicación mutua.
Cada sujeto experimenta las dimensiones dadas por las necesidades forjadas por una condición de presencia. En una primera dimensión, el sujeto necesita comprometerse en el esfuerzo de comprender primero el mundo y, mientras lo hace, entender sus interacciones con él. Esta dimensión la denominamos esfera de comprensión, al ser el momento en el que el sujeto formula explicaciones sobre el mundo como acontecimiento. Cuando llegamos a un determinado lugar queremos entender lo que allí ocurre como una realidad que se nos ofrece. También queremos entender una producción de vínculos con el lugar como espacio disponible. También queremos entender los posibles vínculos que se pueden establecer con otros sujetos, con todos aquellos que participan con nosotros en la misma situación.
En este ámbito el sujeto piensa e interpreta. Este esfuerzo por comprender la realidad de lo que se vive se hace por grados. En cada grado alcanzado hay conquistas de conocimiento. Un sujeto no se conforma con lo que ya conoce. En el mismo esfuerzo surge el deseo de saber más. Ante cada reto que el mundo le lanza, se esfuerza por acompañarlo con sus respuestas, guiado por sus explicaciones. Esta es la dimensión de la epistemología, el término técnico forjado por el saber de la filosofía, útil para nosotros como forma de expresar el esfuerzo por comprender. Hasta aquí hemos esbozado la dimensión de la comprensión, este polo de realización de una epistemología.
Vamos a tratar la dimensión del hacer. Buscamos en el conocimiento de la filosofía la expresión adecuada para nombrar esta dimensión: es la ontología. A través de nuestro hacer, con el uso de nuestros conocimientos, nos lanzamos hacia la realización de experiencias. Nos lanzamos a la acción en la invención de soluciones a los problemas encontrados en nuestra situación. En medio de esta dinámica del hacer, transformamos el mundo, exploramos las tensiones entre los territorios de lo posible y los territorios de lo imposible. En el momento mismo de la acción, en las oportunidades de abrirse a las confrontaciones con el lugar y con las personas, sentimos que brota en nosotros el deseo de querer más. Podemos afirmar que estos lugares hechos de tensiones convocan la imaginación. Una vez más observamos cómo la acción y la imaginación se constituyen en una implicación mutua. Así delineamos la dimensión del hacer, este polo de la ontología, cuando podemos experimentar un modo de existencia. Así, nuestras prácticas van más allá de nuestras comprensiones para luego volver sobre ellas y forjar diferentes problematizaciones de lo que fue posible comprender en los pasos anteriores.
En nuestras experiencias con los movimientos sociales hemos ido adquiriendo una percepción del intenso movimiento entre la esfera del entendimiento y la esfera del hacer. Comprender y hacer se constituyen en una implicación mutua, y se alimentan mutuamente. Cuanto más desarrollamos nuestro saber, más mejoramos nuestro hacer. Entonces sentimos la necesidad de entender más. Y este movimiento se prolonga durante toda la vida sin permitir ningún tipo de descanso. Envueltos en todo este movimiento, ya no tenemos descanso. La ruptura con las ilusiones de calma, con el deseo de llegar a un supuesto lugar de armonía y paz, libera las energías en nosotros para volver a poner el sueño en el lugar correcto que podemos darle. El sueño, en las prácticas de la imaginación, se vuelve poderoso, siempre en confrontación con la acción.
A partir de nuestra percepción de esta implicación mutua entre el comprender y el hacer identificamos el elemento responsable de sostener este movimiento. Hemos visto, pues, cómo entre el entender y el hacer está presente, la mayoría de las veces de forma invisible, algo que es del orden del creer. Porque creemos en otro mundo posible, nos lanzamos entonces a estos movimientos intensos dados por una experiencia. La creencia nos anima en nuestras acciones y nos lanza a las experiencias de vínculos con otros sujetos involucrados con nosotros en los mismos movimientos de búsqueda de un mundo mejor.
Desde este punto de nuestra argumentación llegamos, pues, al lugar del creer, al campo del «creer». Buscamos en el conocimiento de la filosofía la expresión adecuada para nombrar esta dimensión: es la «axiología». Este es el terreno predilecto para que se desarrolle la imaginación, porque es a nivel de lo que creemos donde forjamos nuestros sueños. La exigencia de una «nueva» imaginación política nace en este lugar del «creer», cuya materialidad está formada por el incansable movimiento entre el entender y el hacer.
Encontramos en un pensamiento de Gilles Deleuze el apoyo para confirmar nuestra percepción justo en el momento en que delineamos para nosotros mismos esta comprensión sobre el significado del campo de la axiología. Así se expresaba el filósofo:
«Creer en el mundo es lo que más nos falta; hemos perdido completamente el mundo, nos han desposeído de él. Creer en el mundo significa sobre todo suscitar acontecimientos, incluso pequeños, que escapan al control, o engendrar nuevos espacios-tiempos, incluso de superficie o volumen reducidos». [2][2] Deleuze, G. (1990) Conversaciones – El control y el devenir: entrevista concedida a Toni Negri, Futur Antérieur, nº 1. Ed. L’Harmattan.
Con las palabras de Deleuze confirmamos para nosotros mismos hasta qué punto la creencia en el mundo y los esfuerzos por provocar acontecimientos participan en la materialidad de nuestra acción.
Las categorías modales de la existencia
El marco didáctico compuesto a partir de las esferas del saber, el hacer y el creer nos ofrece un referente interpretativo apto para ser aplicado en el campo «intermedio» establecido entre el nivel de la acción y el de la imaginación. Se trata de un conjunto de referencias para ayudarnos en nuestros esfuerzos por cuidar y cultivar los múltiples planos implicados en las luchas por la transformación social.
Siempre dentro de este marco, dirigiremos nuestra atención al campo de la acción, delimitando con más detalle este ámbito llamado «ontología». Queremos este lugar de realización de nuestra existencia en su potencia de afirmación de los vínculos como otras formas de exploración de lo que sucede en las mediaciones. Insistimos en nuestra especial atención al lugar de los «intermedios». Nos preocupamos por cuidar bien este terreno y garantizar su fertilidad, porque de él dependen la eficacia de la acción y la vitalidad de la imaginación.
En esta forma de explorar lo que constituye nuestra existencia, podemos elaborar para nosotros mismos una comprensión de las categorías modales de la existencia: 1) la necesidad, 2) la realidad, 3) posibilidad. Estas categorías constituyen la ontología. Mientras estamos en el mundo, mientras transitamos por la historia, nos hacemos sujetos a partir de las formas en que nos relacionamos con estas modalidades.
¿Por qué nos afanamos tanto en mejorar nuestra relación con las categorías modales de la existencia? Es porque producen los vínculos capaces de sostenernos en nuestros esfuerzos por transformar la sociedad, por mejorar el mundo, por componer la historia. Queremos llamar la atención sobre la dedicación al cultivo de vínculos. ¿Cuáles son los vínculos constitutivos de cada categoría modal de la existencia?
En la categoría de necesidad entendemos cómo se produce el vínculo de cada sujeto con su cuerpo. Aquí hay una materialidad de la vida que hay que cuidar. Estamos en el mundo, estamos presentes en él, a través de nuestros cuerpos. No somos ángeles ni máquinas. El cuidado de nuestro cuerpo es un requisito necesario para conservar nuestra salud. Sólo podemos dedicarnos bien a las tareas que requiere la lucha social si estamos sanos. Cuanto más cuidemos nuestra salud menos enfermaremos.
Tenemos que estar muy sanos para soportar el peso de las tareas que requiere un programa de transformación social. En la esfera de la necesidad nos ocupamos de esta dimensión de la supervivencia. Vivir, en este sentido, se expresa como la condición material de sobrevivir. La materialidad de este plano de necesidad tiene una amplitud que abarca muchos cuidados: la alimentación, el descanso, el ocio, las formas de placer, los gustos, las formas de protegernos de las inclemencias del tiempo y, de vestirnos, etc. Es el ámbito de las garantías de la salud física, donde la atención no puede limitarse a resolver las dificultades que surgen cuando se produce algún tipo de enfermedad. Si la atención se organiza de forma mínimamente racional, como atención preventiva, tendremos mejores condiciones para mantener nuestra salud. Destacamos aquí el hecho de que el placer de vivir también participa en nuestra dinámica como componente determinante de una salud concebida de forma integral.
Las actitudes forjadas en nosotros desde nuestro nacimiento, cuando se dejan llevar por las formas más espontáneas en el seno de una familia, refuerzan fácilmente vínculos de tutela y dependencia. La conquista de actitudes de autonomía requiere un esfuerzo educativo y un programa de formación, y esta es una tarea que deben asumir los grupos organizados en movimientos sociales.
Estos aspectos educativos pueden entenderse mejor mediante los siguientes ejemplos. Empecemos por la comida. La alimentación es un requisito para estar sanos. La preparación de alimentos implica un conjunto de conocimientos. Estos conocimientos pueden ser enseñados por otras personas con experiencia en la cocina. Lo mismo puede decirse de nuestra ropa. Los conocimientos relacionados con la confección de ropa pueden ser transmitidos por quienes saben coser. Necesitamos una vivienda, y los conocimientos relacionados con la construcción de una casa también pueden ser transmitidos por los albañiles. Y así sucesivamente. Lo que queremos destacar aquí es el hecho de que el desarrollo de estas diversas habilidades dará al sujeto una amplia independencia cuando tenga que responsabilizarse de sus formas de supervivencia.
Estas comprensiones sobre las relaciones del sujeto con su propio cuerpo nos advierten sobre el cuidado que implican estas formas de vinculación de cada uno consigo mismo. Los vínculos del sujeto con su propio cuerpo lo sostienen en su condición de sujeto activo. Estos vínculos ganan en calidad y consistencia cuando el sujeto desarrolla sus habilidades relacionadas con las tareas de supervivencia. Todo esto puede ser organizado por los movimientos sociales en sus programas transformadores. Existe una sabia confluencia entre el cuidado de los individuos, cada uno en su singularidad, y el cuidado de las organizaciones colectivas.
Desarrollando un paso más en la formulación de nuestro marco didáctico abordamos la categoría modal de la existencia llamada «realidad». Es la esfera de la acción, entendida como el ejercicio de lo político, el lugar donde los grupos encuentran soluciones a los problemas que plantean los retos de cada contexto social. En la categoría de realidad entendemos cómo se produce el vínculo de cada sujeto con sus semejantes. La potencia de nuestra implicación en la acción, en los movimientos de transformación social, depende mucho de la calidad de este tipo de vínculo. Existe aquí un territorio «intermedio» que resulta muy especial por ser la condición necesaria para sostener la actuación como tarea colectiva. La calidad de nuestros vínculos con el otro, con el que componemos modos de acción, permite la ampliación de nuestra capacidad de ejercer el poder. Si queremos ampliar nuestro poder a la hora de buscar soluciones a los problemas de nuestro entorno debemos cultivar estos vínculos de alteridad. Es con el otro con el que componemos una obra, en cada acción.
En esta categoría modal de la existencia, a nivel de la realidad, identificamos aspectos relacionados con los procesos educativos. Aquí el reto se refiere al conjunto de tareas que prerrequisitos necesarios para que la salud de nuestros vínculos con el otro esté bien cuidada. ¿Cuál es el tema que nos interesa, en esta categoría, para desarrollar ampliamente los procesos educativos articulados con los movimientos sociales con los procesos organizativos en las luchas por el cambio? Este es el lugar donde se forman las actitudes.
¿Qué entendemos por formación de actitudes? Aquí nos referimos a los esfuerzos por superar los dispositivos de mando, tutela o prácticas autoritarias. Las actitudes se refieren aquí a todo lo que implica el hecho de que cada sujeto puede contar consigo mismo y puede contar con el otro, sin ser capturado por los modos de dependencia. La actitud tiene que ver con la posición política, con la forma de estar presente en el mundo y en la historia. Nuestras actitudes, si queremos desarrollar la autonomía, no surgen de la naturaleza, no pueden asumirse como inherentes al sujeto por el simple hecho de estar vivo. Las actitudes exigen esfuerzos de formación, y por ello nos remiten a procesos educativos. Las actitudes forjadas en nosotros desde nuestro nacimiento, cuando se dejan llevar por las formas más espontáneas en el seno de una familia, refuerzan fácilmente vínculos de tutela y dependencia. La conquista de actitudes de autonomía requiere un esfuerzo educativo y un programa de formación, y esta es una tarea que deben asumir los grupos organizados en movimientos sociales.
Desarrollemos un paso más en la formulación de nuestro marco didáctico abordando la categoría modal de la existencia llamada «posibilidad». Esta es la esfera de la imaginación. En ella ejercitamos nuestra capacidad de soñar con todo lo que puede cooperar para lograr un mundo nuevo. Los primeros pasos para que una vida sea vivida en toda su diversidad consisten en imaginar rupturas con nuestra realidad, lo cual es propiciado por los sueños. En nuestros sueños nos ocupamos de las formas más amplias de realización de los deseos, tanto en la esfera de la individualidad como en formas constituidas colectivamente. En este nivel cultivamos la esperanza como un ejercicio de responsabilidad. La práctica de la esperanza no consiste en entregarse a una espera pasiva, como si se pudiera creer en fórmulas mágicas para cambiar el mundo. Se trata de traer el futuro al presente mediante la implicación de cada sujeto en programas de acción colectiva.
En esta categoría modal de la existencia, en el plano de la posibilidad, identificamos aspectos relacionados con los procesos educativos, y aceptamos el desafío de incluirlas como prerrequisitos necesarios para que la salud de nuestros vínculos con el mundo esté bien cuidada. Aquí también identificamos las tareas educativas que deben asumir los grupos organizados junto a los movimientos sociales. Estas tareas se refieren al campo de los valores, a los elementos materiales responsables de la composición de nuestras creencias. Las formas de creer también pueden ser atendidas por la educación de individuos y grupos al mismo tiempo.
Entre la acción y la imaginación: ética, estética y política
A lo largo de nuestras trayectorias en educación con grupos de movimientos sociales organizados en Brasil y en algunos países de América Latina hemos logrado organizar estos marcos de interpretación como recursos didácticos. A través de estos marcos evaluamos los resultados obtenidos por los programas de actuación. En el contexto de estas formulaciones hemos buscado un núcleo más decisivo a la hora de movilizar y conducir a la adhesión de nuevos participantes. En esta búsqueda nos hemos basado en la obra de Paulo Freire. Aquí nos limitaremos a presentar otros dispositivos de interpretación inspirados en una clave de lectura que nos ofrece nuestro maestro.
Esta clave de lectura es el resultado de la interpretación de la dedicatoria del libro Pedagogía del Oprimido. ¿Cómo escribe Paulo Freire esta dedicatoria?
«A los desarrapados del mundo y a los que se descubren en ellos y, así, se descubren a sí mismos, sufren con ellos, pero, sobre todo, luchan con ellos». [3][3] Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI.
En esta dedicatoria Paulo Freire utiliza tres verbos: descubrir, sufrir y luchar. Exploraremos los significados de estos verbos confrontándolos con el marco didáctico compuesto anteriormente.
Atribuimos al verbo «descubrir» todos aquellos esfuerzos que hemos explicitado en el campo de la comprensión. En términos de la filosofía de la educación de Paulo Freire se refiere a una lectura del mundo articulada con la lectura de la palabra. Queremos destacar en este uso de la comprensión el énfasis que Paulo Freire pone en la relación con el otro. Hay una definición de que el acto de descubrimiento se hace junto con el otro, atravesado por un descubrimiento de sí mismo en el otro. Entendemos que la importancia dada a esta etapa de la elaboración del conocimiento indica su dimensión política. Cuanto más amplía el sujeto sus conocimientos en sus tránsitos por el mundo, más aumenta su poder de acción. Esta dinámica de poder, presente en las prácticas de lectura, hace que éste sea el lugar privilegiado del ejercicio de la política.
El movimiento se despliega con el paso al segundo verbo: sufrir con los oprimidos. El verbo «sufrir» nos permite identificar el lugar en el que el sujeto se relaciona con su condición de vulnerabilidad. Esta es la dimensión ética. Cuando el sujeto reconoce su fragilidad, descubre en el otro la condición para el ejercicio de su complementariedad. Hay aquí una paradoja que debe ser habitada. Porque es en la condición de nuestra fragilidad donde reconocemos nuestra fuerza. Desde ahí, por tanto, vamos hacia el otro, no por obediencia a una racionalidad que proviene del nivel de comprensión. Vamos hacia los demás movidos por nuestra fragilidad, por el reconocimiento de que es en el encuentro con el otro donde podemos completarnos.
Pero no nos quedamos ahí, atrapados en el disfrute de algún sufrimiento. Empezamos a luchar. En los movimientos colectivos organizados desarrollamos la acción transformadora del mundo, allí donde ocurre el sufrimiento. Construimos juntos las soluciones para superar las distintas formas de sufrimiento. Esta es la dimensión estética, porque es el lugar de la composición de una obra para el mundo, en el mundo, en articulación con las acciones de los demás.
Se trata, por tanto, de dos enfoques diferentes ante la precariedad de la vida. La primera es ontológica y podemos tener cierta comprensión de ella. La segunda es histórica, y para ella movilizamos diversos conocimientos como recursos para encontrar las mejores soluciones.
Tiempos de paciencia y tiempos de urgencia
Cerraremos nuestro texto retomando una aproximación a las diferencias entre los tiempos implicados en nuestra acción y los referidos a nuestra imaginación. Nuestra intuición se originó en el entendimiento establecido en la confrontación entre «paciencia histórica» y «urgencia histórica», a partir de argumentos ya formulados por Célio Turino, el mentor de los «Puntos de Cultura» en América Latina.
En tiempos en los que la vida se ve obligada a pasar por momentos de incertidumbre, en tiempos en los que se experimenta una vulnerabilidad extrema provocada por una pandemia, el ritmo de la vida no coincide con el ritmo de las transformaciones. Arrojada a la mayor de las fragilidades, la vida de cada individuo no puede esperar. Más allá de lo que ocurre en el plano de la supervivencia de los individuos, desde el momento en que vemos crecer la barbarie en la convivencia social confrontamos la paciencia con la urgencia de la historia. El tiempo de la paciencia no se parece al tiempo de la urgencia. No dejar que la gente muera de hambre o de violencia urbana es un acto político por excelencia. Este tratamiento de las temporalidades, observando lo específico en la paciencia con lo requerido por la urgencia, puede insertarse en un proceso de composición con el cuidado del tiempo en la acción y en la imaginación.
Donde todo comienza…
Después de componer un marco de referencias con el propósito de ayudar en la evaluación de nuestras acciones en medio de los movimientos sociales, nos preocupamos por enfatizar cómo la acción se convierte en un acontecimiento a través de las experiencias. Cada participante en los grupos organizados, comprometidos con los movimientos de transformación social, sólo puede experimentar una invención del ejercicio de lo político a partir de las prácticas de desplazamiento y de las implicaciones del yo en las experiencias. El desarrollo de la racionalidad adquiere una mayor consistencia cuando está realmente vinculado a una práctica y a niveles comprendidos de eficacia.
Terminamos nuestro viaje argumentativo preguntándonos: ¿dónde empieza todo? Situamos este punto desencadenante de los movimientos sociales en la figura del militante, ya que es capaz de convertirse él mismo en educador. Esta habilidad incluye la capacidad de recoger las experiencias y las enseñanzas que ofrece la confrontación con la realidad en prácticas de transformación social y de transmitir los conocimientos adquiridos, de modo que un amplio intercambio de conocimientos está permanentemente presente en los procesos organizativos de los movimientos sociales. Por eso afirmamos que los cambios en una sociedad nunca son obra de seres angelicales ni de máquinas programadas. Cada sujeto, con la responsabilidad de cultivar en sí mismo un sentido amplio de lo humano, en intercambios complementarios con el otro, se apropia de la historia y rehace la historia.
Después de subrayar el papel del militante, destacamos el trabajo de base como parte de ese núcleo desencadenante, ese punto identificado como el lugar donde todo comienza. Las experiencias y los sujetos se desarrollan y se transforman mediante intensos movimientos de reinvención y resistencia.
Cerramos nuestro texto con las últimas palabras pronunciadas por Paulo Freire al cerrar el libro Pedagogía del Oprimido:
«Si nada queda de estas páginas, algo, al menos, esperamos que quede: nuestra confianza en el pueblo. Nuestra fe en los hombres y en la creación de un mundo en el que sea menos difícil amar».
La gestión de las temporalidades de los sujetos, en su trasiego entre la acción y la imaginación, está estrechamente implicada en la confianza del pueblo. Esta confianza se confirma como movimientos de reinvención de los sujetos y de los mundos. Y, en estas combinaciones, el amor se alza como fuente de vida y principio rector.
Por último, se confirma que la viabilidad del sueño consiste en un amplio recorrido. Este viaje está guiado por los sueños y reforzado por las experiencias. Las inmanencias de la acción se cruzan con las trascendencias de la imaginación. De este modo, podemos convertirnos en otros y, al mismo tiempo, inventar mundos donde la vida pueda florecer con intensa alegría.
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