(El único camino para) Parar la guerra y salvar el mundo

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Abr, 2022
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Mientras miles de personas sufren debido a la guerra de Vladimir Putin en Ucrania, algunas personas han aprovechado para sacar tajada. Las compañías petroleras y los principales fabricantes de armas están entre los que más han salido ganando. Como principales proveedores del Ejército ucraniano, los fabricantes de armas estadounidenses, en particular, se han beneficiado de manera espectacular. Además de las armas enviadas a Ucrania, los fabricantes de armas estadounidenses y sus aliados en y alrededor del Congreso de los Estados Unidos han aprovechado la guerra para hacer que el gasto militar estadounidense total —que no tiene nada que ver con Ucrania— alcance niveles récord. Se han añadido decenas de miles de millones de dólares a un presupuesto del Pentágono que ya sobrepasa los 1,000,000,000,000$ (un billón de dólares) [1][1] Hartung, B. (2022), “Fueling the Warfare State: America’s $1.4 Trillion ‘National Security’ Budget Makes Us Ever Less Safe,” TomDispatch.com https://tomdispatch.com/fueling-the-warfare-state/ [accedido por última vez el 7 de julio de 2022].. Esto es más que el gasto combinado de China, India, El Reino Unido, Rusia, Francia, Alemania, Arabia Saudí, Japón y Corea del Sur [2][2] SIPRI (2022), “Trends in World Military Expenditure, 2021” https://www.sipri.org/sites/default/files/2022-04/fs_2204_milex_2021_0.pdf [accedido por última vez en abril de 2022].. Y algunos están pidiendo un aumento de cientos de miles de millones más.

La capacidad de los actores más influyentes para usar la guerra en Ucrania para aumentar espectacularmente el tamaño del presupuesto militar de los Estados Unidos muestra de manera clara el poder creciente del complejo industrial militar. El CIM es ese fenómeno frecuentemente ignorado que el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower señaló al terminar su mandato en 1961. El antiguo general en la Segunda Guerra mundial y comandante de las fuerzas aliadas en Europa alertó a los ciudadanos estadounidenses de que después de la guerra el País había creado una «inmensa clase dirigente militar y una gran industria armamentística» que había acumulado una influencia «económica, política e, incluso, espiritual» sin precedentes sobre prácticamente todos los aspectos de la vida pública y privada. El presidente advirtió del «potencial para el ascenso desastroso de poder controlado por manos equivocadas» así como de la necesidad de «protegernos de la incorporación de influencias improcedentes» [3][3] Dwight D. Eisenhower (1961), “Farewell Address,” http://avalon.law.yale.edu/20th_century/eisenhower001.asp [accedido por última vez en octubre 2022]..

Foto_ manhhai_ CC BY 2.0

Casi sin excepción, los líderes estadounidenses han ignorado las advertencias de Eisenhower. Las consecuencias han sido globales. Dejando de lado las fuerzas entrelazadas del capitalismo, el patriarcado y la supremacía blanca, puede que no haya en el mundo otra fuerza más destructiva que el CIM. Tengamos en cuenta el historial de guerras estadounidenses, prácticamente constantes desde la Segunda Guerra Mundial. Mucho antes de las guerras más recientes en Afganistán y en Irak, el Ejército de los Estados Unidos ha participado en guerras en Somalia, Libia, Siria, Pakistán, Yemen, Filipinas, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Granada, Panamá, República Dominicana, Vietnam, Laos, Camboya y Corea, entre otros. Sin duda hay una serie de causas complejas detrás de estos conflictos, pero el CIM ha jugado un papel crucial en este patrón de guerra permanente, y es responsable de los daños que estas guerras han causado. Los daños incluyen decenas de millones de muertes, muchas otras decenas de millones de personas heridas física y psicológicamente y un daño social y ecológico inconcebible.

Cabe considerar también las muertes y el daño que se podrían haber evitado si los líderes estadounidenses hubieran escogido otro destino para los cerca de un billón de dólares al año que se invierten en el CIM. El complejo ha acaparado sistemáticamente dinero, trabajo, y energía que podrían haberse destinado a hacer frente a urgentes necesidades de la humanidad como, por ejemplo, la construcción de infraestructura verde para hacer frente al calentamiento global, la preparación ante pandemias, la lucha contra el hambre y la falta de vivienda y la erradicación de la pobreza.

Y, si bien el daño causado hasta la fecha ha sido catastrófico, puede que el CIM esté abocando al mundo hacia una trayectoria todavía más destructiva. Los miembros del CIM y de sus élites en los Estados Unidos y entre sus aliados europeos y asiáticos están llevando al mundo hacia confrontaciones directas —no solo de nuevas Guerras Frías— con Rusia y China, ayudadas por la guerra de Putin y el propio lenguaje irresponsable y escalatorio de los líderes rusos y chinos, su desarrollo armamentístico y sus provocaciones militares. Lo más aterrador de todo es el riesgo vertiginoso de una guerra nuclear, accidental o no, entre los Estados Unidos y sus aliados y Rusia o China (o ambas). Nunca, desde el fin de la Guerra Fría y la Crisis de los misiles de Cuba en 1961 (el año en el que Eisenhower pronunció su primera advertencia sobre el CIM), había sido una guerra de este tipo más probable que ahora. Un solo ataque nuclear podría descontrolarse fácilmente y acabar en una guerra nuclear a gran escala qué podría matar a miles de millones de personas y, potencialmente, acabar con nuestra especie [4][4] Witze, A. (2022), “Nuclear war between two nations could spark global famine,” Nature, Agosto 15, https://www.nature.com/articles/d41586-022-02219-4; Wellerstein, A. (2012-2022), Nukemap, https://nuclearsecrecy.com/nukemap/.

Ike —como era conocido Eisenhower— tenía razón en su advertencia sobre el CIM. Y para hacer frente a esta amenaza debemos desmantelar el CIM.

Desmantelar el Complejo Industrial Militar puede que parezca poco realista para algunas personas. No lo es. Si bien el dinero y el beneficio van a continuar formando parte de las guerras hasta que la humanidad consiga abolir la guerra por completo, el CIM es un fenómeno relativamente nuevo, posterior a la Segunda Guerra Mundial; el resultado de un proceso político y económico progresivo y, como un fenómeno derivado de un proceso, ese proceso puede ser revertido. Las estructuras de poder político y económico entrelazadas que conforman el Complejo pueden —y deben— destruirse. Como los imperios, el CMI no es ni inevitable ni eterno.

Debemos desmantelar el CMI. La pregunta es, obviamente, ¿cómo?


La emergencia de un monstruo

Desde la Segunda Guerra Mundial los fabricantes de armas y otros elementos del sistema de guerra han acumulado cada vez mayores niveles cuantitativos y cualitativos de poder económico, político e ideológico, además de unos inmensos beneficios. Esta acumulación de poder surge de la economía de guerra permanente que los Estados Unidos y la Unión Soviética crearon durante la llamada Guerra Fría (que no fue nada fría para millones de personas). Si bien la economía de guerra permanente soviética disminuyó dramáticamente después de la disolución de la URSS (el gasto militar ruso es hoy en día cerca de un doceavo del de los Estados Unidos) [5][5] SIPRI (2022), “Trends in World Military Expenditure, 2021” https://www.sipri.org/sites/default/files/2022-04/fs_2204_milex_2021_0.pdf [accedido por última vez en abril de 2022]., la maquinaria de guerra estadounidense ha visto extendido su poder, su influencia y su control sobre los recursos estadounidenses, especialmente desde que la Administración de George W. Bush lanzará la «guerra contra el terrorismo» en el 2001.

Antes de la Segunda Guerra Mundial los Estados Unidos tenían una industria militar y armamentística relativamente pequeña. La máquina de guerra estadounidense tuvo el peso suficiente para ayudar a cambiar el curso de la Primera Guerra Mundial, pero tras la guerra la mayoría del país se desmovilizó, las fábricas de armas se cerraron y el tamaño de su Ejército se redujo significativamente.

Tras la Segunda Guerra Mundial la mayoría de las naciones industrializadas ricas crearon Estados del bienestar —invirtiendo en sistemas de salud universal, educación, servicios de atención a la infancia, vivienda y otros servicios sociales— los líderes estadounidenses crearon el Estado de la guerra, que gira alrededor de un Complejo Militar Industrial del Congreso (como algunos académicos creen que Eisenhower lo nombró inicialmente con más precisión).

Durante la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno abrió el grifo del gasto militar de una forma nunca vista antes en el mundo. Construyó una maquinaria militar formada por millones de tropas, trabajadores fabriles en la industria armamentística, obreros involucrados en la construcción de infraestructuras y demás. El gasto se redujo después de la guerra, pero el grifo se quedó abierto de forma indefinida. Cuando el gobierno abrió el grifo todavía más durante los primeros años de la llamada Guerra Fría, en medio de la guerra en Corea, cerrarlo se volvió todavía más difícil.

La deriva de este gasto militar y las relaciones económicas y políticas que creó fue el Complejo Militar Industrial sobre el que advirtió el presidente Eisenhower por primera vez en 1961. A pesar de sus advertencias, el CMI continuó aumentando su poder e influencia después de que Eisenhower fuera sucedido por John F. Kennedy. El complejo convirtió el gasto militar en lo que la académica Catherine Lutz ha llamado «el mayor proyecto de obras públicas» de los Estados Unidos desde la Guerra Fría hasta hoy. Mientras que tras la Segunda Guerra Mundial la mayoría de las naciones industrializadas ricas crearon Estados del bienestar —invirtiendo en sistemas de salud universal, educación, servicios de atención a la infancia, vivienda y otros servicios sociales— los líderes estadounidenses crearon el Estado de la guerra, que gira alrededor de un Complejo Militar Industrial del Congreso (como algunos académicos creen que Eisenhower lo nombró inicialmente con más precisión).

En el corazón del Complejo Militar Industrial está el «Triángulo de Acero», la vieja relación triangular entre el Congreso, el Ejército y los fabricantes de armas y otros contratistas del Ejército. El analista Stephen Semler explica el funcionamiento básico de este sistema: el gasto militar «mantiene en pie toda una industria llena hasta los bordes de decenas de miles de empresas privadas que proveen de bienes [incluyendo armas] y servicios al Ejército mediante contratos. Los grandes presupuestos del Ejército llenan de dinero los bolsillos de estos contratistas privados, dinero que estas empresas reinvierten a su vez en el sistema político para alimentar el flujo de esta generosidad. Cada año los contratistas del Ejército se gastan cientos de miles de dólares en contribuciones a partidos y campañas políticas, gastos de cabildeo y donaciones a importantes think tanks» [6][6] Semler, S. (2022), “How the Military-Industrial Complex Gets Its Power and Harms Workers, in 6 Graphs”, Jacobin, https://jacobin.com/2022/10/pentagon-budget-military-contractors-lobbyists-biden [accedido por última vez en octubre del 2022]. que contribuyen a delinear el enfoque hipermilitarizado de la política exterior de los Estados Unidos.

Los principales fabricantes de armas van más allá para velar por esos miles de millones de dólares en contratos anuales asegurándose de que sus procesos industriales tengan lugar en el mayor número de distritos electorales posibles. A los miembros del Congreso les encantan los puestos de trabajo asociados al gasto militar (incluso a pesar de que las investigaciones al respecto muestren que el gasto militar crea muchos menos puestos de trabajo que el gasto en sanidad, educación e infraestructura verde).

A lo largo del tiempo, cuanto más dinero público han invertido los miembros del Congreso en el Complejo, más poder ha ido amasando. Y cuanto más poderoso se ha convertido el complejo, más dinero y más poder ha ido absorbiendo, expandiéndose como una bola de nieve que rueda cuesta abajo. A medida que ha crecido el poder del CMI ha ido desviando sistemáticamente dinero, trabajo, y energía que podrían haberse destinado a necesidades humanas urgentes, tanto en los Estados Unidos como a nivel global, como la sanidad universal, la erradicación de la pobreza, la salud pública, la igualdad racial, la vivienda asequible, la educación pública y la lucha contra el calentamiento global. En un discurso de 1953, Eisenhower describió muy acertadamente esta desviación de fondos como «un robo»; posteriormente, durante el resto de su mandato dirigió una importante expansión militar.

Hoy en día el CMI ha alcanzado un poder mucho mayor que en las peores pesadillas de Eisenhower. Tras el fin de la guerra en Afganistán, el presupuesto militar de Estados Unidos no sólo no disminuyó sino que aumentó en cientos de miles de dólares, incluso antes de la guerra en Ucrania. Muchos reconocen hoy que la principal beneficiaria de la guerra que llevó a cabo Estados Unidos en Afganistán fue la parte industrial del Complejo Militar Industrial, que cosechó cientos de miles de millones durante el conflicto: en 2021 el periódico corporativo oficial, The Wall Street Journal, publicó un artículo bajo el siguiente titular: «¿Quién ganó en Afganistán? Los contratistas privados».

En tiempos recientes el Complejo Militar Industrial del Congreso se ha convertido en «una amenaza mucho más seria» que en los tiempos de Eisenhower, escribe el periodista Gareth Porter. El complejo actual ha acumulado una influencia mayor y más profunda que la que tenía en 1961, expandiéndose hacia nuevos ámbitos sociales y económicos. El antiguo oficial de los servicios de inteligencia de los Estados unidos Ray McGovern lo llama el «CMCIMATT», el «Complejo-Militar-del-Congreso-la-Inteligencia-los-Medios-de-Comunicación-la-Academia-y-los-Think-Tanks-Industrial». En su libro El complejo, el historiador Nick Turse habla de un complejo todavía mayor, el «Complejo-Militar-Tecnológico-Mediático-Académico-Científico-de-los-Servicios-de-Inteligencia-Seguridad-Nacional-Vigilancia-Empresas-de-Seguridad-Industrial».

El complejo se ha convertido en «el lobby más poderoso de todos», capaz de influenciar la línea política y presupuestaria de Washington D. C , afirma McGovern. Con la ayuda de miembros dóciles del Congreso, los contratistas demuestran regularmente que son capaces de forzar al Ejército a adquirir armas que ni siquiera quiere. Dana Priest y William Arkin, periodistas del Washington Post, reflejan en su libro Top Secret America cómo los contratistas «se deben a sus accionistas, y no al interés público». «Si te paras a pensarlo, es como una ducha de agua fría», les dijo un oficial de alto rango. «El Departamento de Defensa ya no es una organización de desempeño bélico, es una empresa comercial».

Entre el 2001 y el 2021 las guerras de los Estados Unidos le costaron al contribuyente estadounidense más de 8 billones de dólares, de un total de 19 billones de gasto militar [7][7] Estimación de los costes bélicos totales de The Costs of War Project, accesible bajo www.CostsofWar.org y L. Koshgarian, A. Siddique y L. Steichen (2021) State of Insecurity: The Cost of Militarization Since 9/11, National Priorities Project and Institute for Policy Studies, span style=»text-decoration: underline;»>https://www.nationalpriorities.org/analysis/2021/state-insecurity-cost-militarization-911/. El Complejo es responsable de un presupuesto bélico estadounidense totalmente desproporcionado con respecto a las amenazas a las que se enfrenta el país. Actualmente es mayor que en el punto álgido de la Guerra Fría (ajustado a la inflación), a pesar de la ausencia de una amenaza o un enemigo comparable a la Unión Soviética. El presupuesto bélico de los Estados Unidos hoy en día supera el de las siguientes nueve naciones con un mayor gasto militar combinados (la gran mayoría de las cuales son naciones aliadas). El gasto militar estadounidense es más de 10 veces mayor que el de Rusia y tres veces el de China. Combinado con el presupuesto de sus aliados, el presupuesto bélico de los Estados Unidos es 6 veces el tamaño del de China [8][8] SIPRI (2022), “Trends in World Military Expenditure, 2021” https://www.sipri.org/sites/default/files/2022-04/fs_2204_milex_2021_0.pdf [accedido por última vez en abril de 2022]..

Foto_ Paul Silva_ CC BY 2.0
Los daños del CMI van más allá de lo financiero. En las ocho décadas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial ha habido exactamente dos años en los que el Ejército de los Estados Unidos no ha estado involucrado en una guerra o algún otro tipo de combate. Si tenemos en cuenta los golpes de Estado apoyados por la CIA, los envíos de armas a zonas de guerra y demás formas de intervención extranjera, es probable que el gobierno de los Estados Unidos no haya estado nunca en paz desde el final de la Segunda guerra Mundial (y su expediente durante el periodo previo a ella no es mucho mejor) [9][9] Vine, D (2020) The United States of War: A Global History of America’s Endless Conflicts, from Columbus to the Islamic State, University of California Press..

Los muertos y los heridos causados por el afán bélico de los Estados Unidos se cuentan por decenas de millones. En tan solo los últimos 20 años, el CMI ha contribuido a la mal llamada guerra al terrorismo, que ha provocado la muerte de unos 4,5 millones de personas, herido a decenas de millones y desplazado a 38 millones de personas. Al coste total de estas guerras hay que añadirle la huella de carbono militar de los Estados Unidos, mayor que cualquier otra organización en el planeta. Entre el 2001 y el 2021 el Ejército emitió 1,2 mil millones de toneladas de gases invernadero —más del doble que las emisiones anuales de casi 300 millones de coches en los Estados Unidos [10][10] La mayoría de estas estimaciones provienen de www.CostsofWar.org. La explicación detrás de mi estimación del número de muertes puede leerse aquí: https://twitter.com/davidsvine/status/1436387989609857027?s=20&t=hVo8AbPzOx6a_eJxoMsyCQ.


Un problema global

Si bien el Complejo es un problema específico íntimamente ligado a la emergencia de los Estados Unidos como la mayor potencia mundial después de la Segunda Guerra Mundial, otros países han desarrollado sus propios complejos militares industriales. Antes de su colapso, la Unión Soviética contaba con uno propio. Rusia, China, el Reino Unido y Francia tienen sus propias versiones. Sin embargo, todos palidecen en comparación con el CMI original debido a las cantidades mucho mayores que el gobierno de los Estados Unidos ha invertido en su máquina bélica. El de los Estados Unidos representa cerca del 40 % del gasto militar global [11][11] SIPRI (2022), “Trends in World Military Expenditure, 2021” https://www.sipri.org/sites/default/files/2022-04/fs_2204_milex_2021_0.pdf [accedido por última vez en abril de 2022].. En el punto álgido de las guerras de los Estados Unidos en Afganistán e Irak el gasto militar estadounidense llegó a representar cerca de la mitad de todo el gasto militar del mundo.

El CMI original se ha convertido también en un fenómeno cada vez más transnacional, expandiéndose más allá de las fronteras de los Estados Unidos. Fabricantes de armas extranjeros participan y ganan regularmente licitaciones de importantes contratos de armamento con el Pentágono. Algunos de los principales contratistas del Ejército de los Estados Unidos ya no son corporaciones estadounidenses; han trasladado sus sedes fuera de los Estados Unidos para evadir impuestos. Un reportaje reciente del Washington Post destapó la frecuencia con la que generales y almirantes del Ejército estadounidense retirados ganan lucrativos salarios trabajando para ejércitos extranjeros, especialmente en Arabia Saudí y los Emiratos Árabes. Estos contratos y las relaciones que de ellos se derivan parecen haber influenciado en ocasiones grandes ventas de armas y la política exterior de Estados Unidos.

Durante décadas, la OTAN ha sido tanto una alianza militar como una alianza económica articulada alrededor de las ventas de armas. El énfasis del gobierno de los Estados Unidos en la «interoperabilidad» de los ejércitos en la OTAN tiene tanto una función militar orientada a coordinar las fuerzas militares como una función económica que garantiza que los aliados de la OTAN continúen siendo profundamente dependientes de las compras a futuro a fabricantes de armas estadounidenses. A su vez, integra también las industrias armamentísticas de otras naciones en la maquinaria bélica de los Estados Unidos. La fabricación de los principales sistemas de combate implica muchas veces la colaboración entre varias corporaciones con sede en múltiples países aliados con los Estados Unidos. El jet de combate F-35, el sistema de combate más caro de la historia, depende de la participación de más de 1900 empresas en 14 países distintos, según afirma Lockheed-Martin, el contratista principal encargado de su fabricación.


Desmantelando el(los) CMI

El CMI ha sido el factor frecuentemente ignorado que ha obstruido la lucha de movimientos a lo largo y ancho del mundo para poner fin a las guerras de los Estados Unidos, oponerse a su imperialismo, reducir el gasto militar, evitar la aniquilación nuclear y promover la paz. El Complejo es la principal razón por la cual, a pesar de una labor alentadora y algunos signos de progreso, nuestros esfuerzos han sido en su mayor parte ineficaces. Los activistas contra la guerra y a favor de la paz deben admitir que todavía carecemos de estrategias efectivas para cuestionar este núcleo enquistado de poder. Somos bastante buenos a la hora de señalar la naturaleza del problema pero ¿qué es necesario para solucionarlo?

Debo reconocer que carezco de la respuesta definitiva, pero en los últimos tiempos he estado dialogando con una amplia gama de expertos sobre el CMI —activistas, académicos, analistas, veteranos de guerra, funcionarios del Congreso y otros— sobre esta cuestión, precisamente: ¿Qué se necesita para socavar el poder del CMI y, en última instancia, desmantelarlo?

A lo largo de decenas de conversaciones he podido identificar un consenso generalizado sobre la necesidad de:

1.Enfrentarse al CMI directamente.
2.Coordinar mejor los diversos grupos y personas que muy a menudo llevan a cabo acciones contra la guerra, el imperialismo y a favor de la paz de manera aislada.
3.Desarrollar mejores estrategias y tácticas con el objetivo de reducir el poder del CMI.
4.Escalar nuestras mejores estrategias, lo que puede implicar una mayor esfuerzo humano y financiero.
5.Recaudar mucho más dinero —decenas de millones de dólares más— si queremos cuestionar seriamente un complejo que cuenta con la participación de algunas de las corporaciones más ricas del mundo, todo un ejército de lobistas profusamente financiados y políticos a sueldo. Si bien recaudar decenas de millones de dólares puede parecer una tarea abrumadora e incluso risible, cabe recordar que hay gente que tiene tanto el deseo de mejorar radicalmente las condiciones de vida de miles de millones de personas con enormes patrimonios. Para estas personas, diez millones de dólares no son más que una pequeña fracción de su riqueza.

Ante las amenazas a las que nos enfrentamos, ha llegado la hora de formular estrategias, tácticas y campañas valientes que reduzcan el poder del CMI y nos permitan construir el mundo que queremos. Debemos rechazar la idea de lo que es «realista» y lo que no, que tan frecuentemente limita nuestra manera de pensar de manera innecesaria. Debemos buscar inspiración y fijarnos en las estrategias y las tácticas de movimientos que han conseguido cuestionar de manera exitosa otros núcleos enquistados de poder como las «Siete Hermanas» de la industria petrolífera (Big Oil), los gigantes tecnológicos (Big Tech), la industria tabacalera (Big Tobacco), los intereses de las grandes farmacéuticas (Big Pharma) o la Agroindustria (Big Agriculture), así como el racismo, la supremacía blanca y el complejo industrial-penitenciario estadounidense.

Algunos de los principales contratistas del Ejército de los Estados Unidos ya no son corporaciones estadounidenses; han trasladado sus sedes fuera de los Estados Unidos para evadir impuestos. Un reportaje reciente del Washington Post destapó la frecuencia con la que generales y almirantes del Ejército estadounidense retirados ganan lucrativos salarios trabajando para ejércitos extranjeros, especialmente en Arabia Saudí y los Emiratos Árabes.

Entre muchos otros enfoques debemos valorar la vía judicial y las campañas de desinversión; una campaña publicitaria y de redes sociales ambiciosa con financiación multimillonaria; la nacionalización de las empresas fabricantes de armas con el objetivo de eliminar el beneficio como motivación para la fabricación de armas; la conversión de los comerciantes de armas en corporaciones sin ánimo de lucro y la reconversión de gran parte del Ejército en fuerzas enfocadas a la asistencia a los desastres, la salud pública y el desarrollo de infraestructuras. Debemos considerar reclutar aliados de las industrias que salen corriendo cuando cada año el Congreso de los Estados Unidos otorga la mitad del presupuesto anual del gobierno estadounidense a la industria militar y armamentística. Debemos considerar seriamente si el progreso de la batalla contra del CMI y otras importantes luchas por la justicia social de nuestro tiempo urgen la creación de un movimiento de movimientos en la izquierda —tanto en el ámbito nacional como internacional— que cuestione de manera conjunta el racismo y el CMI, el calentamiento global y la pobreza, el patriarcado y el robo de tierras indígenas, y demás.


Conclusión

El éxito de la lucha para reducir el poder del CMI es el primer paso hacia un mundo más seguro, sano y protegido. Socavar el poder y la influencia del CMI puede contribuir a cambiar el curso de guerra permanente de los Estados Unidos y sus aliados y la dinámica cada vez más acelerada hacia una potencial guerra nuclear con China o Rusia (o ambas) que podría significar el fin de nuestra especie. La reducción del CMI implica la reducción del número de sistemas de combate, de bases militares en el mundo, de armas nucleares y lobistas, así como la reducción del poder del congreso y los medios de comunicación para fomentar la política exterior bélica e imperialista que ha definido el papel de los Estados Unidos en el mundo desde 1945.

El éxito de la lucha para poner coto al poder del CMI traería consigo con casi total seguridad una reducción importante del tamaño del presupuesto militar anual en los Estados Unidos y en el mundo entero. Si bien mi apuesta pasa por reducir el presupuesto militar de los Estados Unidos a la mitad, incluso una reducción en un 30 % —que nos situaría en un lugar similar al del final de la Guerra Fría— liberaría cientos de miles d emillones de dólares anualmente y dejaría todavía a los Estados Unidos con un presupuesto militar más grande que los de China, Rusia, Irán y Core del Norte juntos.

Cientos de miles de millones de dólares quedarían disponibles para hacer frente a las retos humanos y medioambientales a los que nos enfrentamos, incluidos el desarrollo de una infraestructura de energía verde, la preparación ante pandemias y desarrollo de vacunas, la erradicación de la pobreza global, la construcción de vivienda asequible, la mejora de la educación pública y un mayor compromiso con la diplomacia internacional. Reducir el CMI, y con él toda la maquinaria de guerra, contribuiría a una reducción de las emisiones de dióxido de carbono y a una desaceleración del calentamiento global dado que el Ejército de los Estados Unidos es el mayor emisor de carbono del mundo.

Puede que algunas personas aleguen que el CMI es lo que está manteniendo a la ciudadanía ucraniana viva ante la invasión imperialista de Putin. No obstante, aunque las armas estadounidenses y de sus aliados han ayudado ciertamente a la autodefensa ucraniana, los fabricantes de armas están muy lejos de ser unos filántropos. Si realmente les importara la ciudadanía ucraniana renunciarían a todo beneficio, facilitando su puesta a disposición para la ayuda humanitaria para Ucrania (o ahorrando el dinero de los contribuyentes estadounidenses). Naturalmente, no lo hacen. El Complejo ha utilizado esta guerra para inflar sus ganancias y los precios de sus acciones de manera espectacular.

Algunos sectores continúan creyendo que desmantelar el CMI es un objetivo poco realista debido al fracaso de algunos modestos esfuerzos previos. Sin embargo, con todo lo que está en juego no podemos permitirnos profecías pesimistas autocumplidas o el acotamiento de la idea de lo que es posible. Esto significa aceptar la derrota y la perpetuación de un statu quo que daña a miles de millones de personas.

Es necesario incorporar una idea de la urgencia del desmantelamiento del CMI para evitar nuevas catástrofes que se ciernen sobre los Estados Unidos y el mundo. Si queremos evitar de forma colectiva el despilfarro de billones de dólares de los contribuyentes en una guerra permanente; si queremos salvarnos de los peores efectos del calentamiento global mediante la construcción de infraestructura verde; si queremos abordar los problemas globales más urgentes como las pandemias, la pobreza y la desigualdad; si queremos evitar la guerra entre los Estados Unidos y sus aliados contra Rusia o China, si queremos evitar la aniquilación nuclear debemos articular un movimiento transnacional para desmantelar el CMI cada vez más transnacional.

Al fin y al cabo, todo se reduce a una cosa: si queremos salvar el planeta, debemos construir un movimiento que desmantele una de las fuerzas más nocivas para la Tierra y, a la vez, una de las más ignoradas: el Complejo Militar Industrial.

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