El sistema transurbano global: sus formas de articulación y nuevos retos[1][1] Debo agradecer a Paulina Cepeda por sus aportes y comentarios a la primera versión del artículo. En el diccionario de la Real Academia de la lengua no existe la palabra transurbana; pero es un término compuesto por el prefijo trans, que quiere decir: cruza, atraviesa y sobrepasa; y urbana: perteneciente o relativo a la ciudad (DRAE). Esto es, que se desarrolla a través de varias ciudades.

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Fernando Carrión Mena

Oct, 2020
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La COVID-19 se ha constituido como una enfermedad esencialmente urbana: la interacción social, tan característica de las ciudades, es el principal factor que ha hecho de ellas el epicentro de esta pandemia. En los últimos meses hemos sido testigos de medidas de emergencia y prevención que han llegado a aislar ciudades enteras, evidenciando su vocación de articular el territorio. Una vocación, por otra parte, casi siempre oculta en esa normalidad que genera la falsa idea de ciudad como espacio autárquico.

Si originalmente las ciudades se desarrollaron junto a los mares, ríos o caminos naturales para disfrutar de acceso al campo y a zonas próximas de producción y consumo, mientras en la actualidad las ciudades se vinculan —sobre todo— con otras ciudades, y con vías y medios de comunicación producidos socialmente. Esta transformación se enmarca en factores tales como un nuevo patrón de acumulación planetaria, la migración urbana-urbana, la revolución científico-tecnológica, la red de puertos y aeropuertos, y la construcción de una voluntad política integracionista. En otras palabras, hemos pasado de una lógica de jerarquía urbana hacia otra que conforma un sistema urbano global, donde las relaciones interurbanas y transurbanas dan lugar a patrones de urbanización inéditos. Patrones que, al final, pueden también acelerar la expansión de una infección viral, hasta convertirla en pandemia en cuestión de semanas.

En términos regionales, América Latina es el continente más urbanizado del mundo, pero también el más desigual; una combinación peligrosa a la hora de contener una enfermedad. En torno a un 82% de la población del continente vive en ciudades, lo que supone el 8.8% de la población mundial, y aún pese la precariedad de sus sistemas de seguimiento para la COVID-19, el nivel oficial de casos diagnosticados y el de muertes alcanzan un 29% y un 33% del total mundial respectivamente. Esto es, una incidencia casi cuatro superior a la del resto del mundo.

Foto_ eosmaia_ fragmento obra de Tomás Saraceno_ CC BY 4.0

Mientras enfrentamos esta pandemia, ya con algunas vacunas disponibles y la urgencia de que se produzcan y distribuyan con rapidez, es pertinente recapitular algunos de los procesos que dieron lugar a la actual configuración del sistema transurbano global, así como sus formas de articulación, poniendo especial énfasis en América Latina. Si por un lado reconocemos aún en ella una profunda herencia colonial, también es cierto que los municipios latinoamericanos llegaron a este siglo muy fortalecidos; gracias a la transferencia de recursos económicos nacionales, a la ampliación de sus competencias y, sobre todo, a su conversión en una entidad representativa de la sociedad local. Este fortalecimiento municipal ha llevado a la territorialización de la política nacional e internacional, surgida de la autonomía —entendida como «facultad o poder de una entidad territorial integrada a otra superior para gobernarse de acuerdo a sus propias leyes y organismos» [2][2] Definición según del diccionario OXFORD en español.—. Esto supone una integración enmarcada dentro de pactos territoriales y no dentro de jerarquías impuestas desde lo nacional hacia lo local; pero también la unificación de distintas voluntades interurbanas para potenciar el sistema de ciudades que integran.

A continuación se hace una descripción de este proceso de integración desde lo local, identificando los ensamblajes principales que conforman la Red Urbana Global. Todo con el objetivo de realizar una primera aproximación a esta realidad, buscando potenciar el proceso de integración desde el aparato estatal más próximo a la sociedad: el municipio. Pero este es también un intento de potenciar soluciones a los problemas globales —hoy en día, pandémicos—, desde y para la ciudadanía.

 

1. El ensamble de la urbanización interurbana y transurbana

El proceso de urbanización en América Latina se ha caracterizado por tener dos grandes momentos o coyunturas desde principios del siglo pasado. La primera, considerada como una explosión urbana (1900-1980), tuvo su origen en una gran ola de migración rural-urbana, que produjo un crecimiento del número de ciudades y del tamaño de las mismas en una modalidad altamente desigual, que sería bautizada primacía urbana [3][3] Cuervo, Luis Mauricio (2004). Desarrollo económico y primacía urbana en América Latina Una visión histórico-comparativa. En. El rostro urbano de América Latina, Ed. CLACSO. Buenos Aires.. Una suerte de «macrocefalia urbana», que consolidó un patrón de urbanización sustentado en una ciudad, un territorio y una nación. Este período se caracterizó por la ausencia de redes y de relaciones interurbanas, ya que en él se privilegiaron los vínculos con el territorio circundante inmediato, fuera del origen regional o rural, bajo la noción de contigüidad para dar lugar a las áreas metropolitanas o las ciudades nucleares.

El segundo momento, la transición urbana [4][4] ONU-HABITAT (2012): Estado de las ciudades de América Latina y el Caribe, Rumbo a una nueva transición urbana, Ed. PNUD, Río de Janeiro. se extiende desde 1980 a la actualidad. En este período se constituyeron un sistema interurbano y una estructura transurbana, que romperían con la jerarquía rango-tamaño del período anterior [5][5] El lugar puede definirse claramente como el punto del espacio físico en que un agente o cosa están situados, «tienen lugar», existen (Bourdieu, 1999).. Esto se debió a que, por un lado, la migración de la población cambió de dirección con el cierre del ciclo de la movilidad rural-urbana y se abrió el de la migración urbana-urbana internacional. Por otro lado, una nueva economía de base urbana y global fue tomando forma, enlazando espacios y sectores bajo una lógica de dispersión de actividades económicas y de centralización de su gestión y operaciones. Esto demandó una infraestructura de integración con puertos, aeropuertos, autopistas y, sobre todo, con nuevas tecnologías de comunicación. Además, requirió de una centralidad urbana inédita, que operó bajo una lógica de integración sustentada en que «el norte de las ciudades del sur se articula con las ciudades del norte» [6][6] Sassen, S. (1999). La ciudad global: Nueva York, Londres, Tokio, Ed. Eudeba, Buenos Aires..

En este contexto se instaura una pluralidad de patrones de urbanización que se pueden visualizar en la Figura 1, donde las relaciones interurbanas y transurbanas se especifican. Por ejemplo, los clusters en que existen varias ciudades medias y pequeñas, articuladas alrededor de la monoproducción privada en una región con varios municipios (cluster del salmón en Chile o cluster automovilístico de El Bajío en México). También las ciudades fronterizas, que se integran como unidad urbana, a pesar de ese «corte» del nacionalismo metodológico, la frontera interestatal (Ciudad Juárez – El Paso; Foz Do Iguazú – Puerto Iguazú-Ciudad del Este). Así como en la urbanización regional con múltiples ciudades, gobiernos locales e intermedios formando parte de una unidad territorial altamente diversa (Ciudad de Buenos Aires, Ciudad de México); y la urbanización imaginada, en la que transcurre la vida en globalización. En todos estos casos operan las lógicas multi-escala del territorio y gobiernos multinivel.

Figura 1_ Patrones de urbanización y marcos institucionales de gobierno en América Latina

Esta nueva forma de organización del territorio genera la búsqueda de nuevos marcos institucionales de gobierno, que superen los estrictamente locales porque se produce una yuxtaposición de organismos provenientes de los niveles horizontales (municipal), verticales (provincias, departamentos, estados), nacionales (intraestatales) e internacionales (interestatales).
De cara a los actuales patrones de urbanización y de una institucionalidad que busca adecuarse a su inédita realidad territorial, la descentralización se funda como principio de cooperación multilateral, generando ensamblajes a partir de redes y de asociativismos interurbanos.

De cara a los actuales patrones de urbanización y de una institucionalidad que busca adecuarse a su inédita realidad territorial, la descentralización se funda como principio de cooperación multilateral, generando ensamblajes a partir de redes y de asociativismos interurbanos.

 

2. El ensamble de las redes

El ensamble de las redes de ciudades es relativamente reciente como fenómeno generalizado y se encuentra en franco crecimiento. Estas redes mantienen relaciones de integración estables alrededor de objetivos comunes y se desarrollan a través de cuatro elementos: i) escalas espaciales; ii) agrupaciones temáticas; iii) afinidades metodológicas; iv) integraciones institucionales.

Las escalas espaciales se refieren a la geografía en la que se despliegan las redes, que van desde lo local, regional, nacional hasta lo internacional. Bajo alcances territoriales variables, en algunos casos pueden ser acumulativos desde lo local hacia niveles superiores, o al revés, con un enfoque descentralizador, desde una organización mundial hasta sus representaciones regionales. A su vez, las agrupaciones temáticas están determinadas por los intereses hacia áreas de especialidad y solución de problemas específicos, desde infraestructuras, servicios públicos y medio ambiente, hasta cuestiones sociales y demográficas. Escalas espaciales y agrupaciones temáticas se influencian mutuamente, tanto en el tamaño de la ciudad (un pueblo o una metrópolis) y las esferas de gobierno (locales o intermedios), como por zonas particulares de la ciudad como los centros históricos o los asentamientos populares [7][7] Soja, E. (2014). En busca de la justicia espacial. Tirant Humanidades, Valencia..

Las afinidades metodológicas, el tercer elemento integrador, caracterizan las redes como plataforma de investigación, de discusiones temáticas, de debate de políticas, de difusión de experiencias, de búsqueda del intercambio de acciones, de posicionamiento o directamente de las metodologías mismas. El cuarto elemento, la integración institucional, se conduce a partir de actores diversos, sean ellos de base pública, privada o iniciativas de la sociedad civil. A modo de ejemplos, la Federación Latinoamericana de Ciudades, Municipios y Asociaciones (FLACMA) o la Organización Latinoamericana y Caribeña de Ciudades Fronterizas (OLACCIF) son iniciativas de origen local; [8][8] Quintero, R. (2006). Asociativismo municipal: Gobiernos locales y sociedad civil. ABDYAYALA-FLACMA, Quito. en el caso de Ecuador, mi país de origen, el Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda es una iniciativa nacional; la Sociedad Alemana para la Cooperación Internacional (GIZ), o la Agencia Española para la Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), son iniciativas internacionales bilaterales; la Organización de Naciones Unidas o el Banco Interamericano de Desarrollo, son iniciativas internacionales de cooperación multilateral. IBM, con su programa de «Smart Cities», la Fundación Ford o Fundación Rockefeller, representan iniciativas de base privada y no-gubernamental. Por último, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) o el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), suponen también iniciativas de agrupación en tanto a que entidades académicas, al igual que la red de estudios urbanos CIVITIC, que integra 22 universidades ecuatorianas especializadas en cuestiones urbanas.

En definitiva, estos cuatro elementos posibilitan la discusión de los problemas que enfrentan los habitantes urbanos y sus soluciones, alimentando su trabajo como aliados estratégicos de otras localidades que tienen intereses y retos similares. En fin, estas redes han servido para potenciar la colaboración más allá de lo local, incrementar la cooperación horizontal con aliados estratégicos y potenciar la inclusión de movimientos sociales. [9][9] Borja, J.& Castells, M. (1998). Local y Global, la gestión de las ciudades en la era global. Taurus, Madrid.

 

3. El ensamble asociativista

Formalmente el asociativismo es el proceso de constitución de organizaciones que representan a colectivos de ciudades y de gobiernos locales que mantienen intereses comunes. Pueden ser de tres tipos: asociaciones, mancomunidades y hermanamientos.

El asociamiento municipal como fenómeno generalizado se inicia en América Latina desde los gobiernos locales para concertar políticas con los gobiernos nacionales, en el marco de los procesos de descentralización de la década de los 80. En un primer momento este movimiento tuvo una visión fundamentalmente corporativista, de defensa de los intereses propios, sobre todo en torno a las transferencias de recursos económicos.

Posteriormente, a partir de los procesos de globalización, de reforma del Estado y de la presencia de los nuevos patrones de urbanización, el asociativismo se transforma con el fortalecimiento, democratización, modernización y autonomía de los municipios y, consecuentemente, de su proyección interurbana, estos pasan a insertarse en los niveles regional y mundial.

En la actualidad, el desafío pasa por una nueva transformación, en la que deberán convertirse en verdaderas plataformas de integración interurbana de alcance mundial. Esto debería corresponder con la posibilidad de construir capacidades para influir en las agendas globales; necesidad que, por cierto, queda patente en su ausencia en la formulación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) o de la misma Nueva Agenda Urbana (NAU). [10][10] Carrión, F. (2016). La «Agenda Oculta» de Habitat III en Quito. Diario El País. http://works.bepress.com/fernando_carrion/704/

Las mancomunidades son una experiencia de asociación voluntaria de entidades territoriales autónomas de nivel horizontal, como pueden ser las organizaciones municipales o provinciales, para administrar una o varias competencias entre organizaciones circunvecinas. No se trata de la creación de una institucionalidad supra-municipal, sino de una confluencia de intereses comunes operando en ámbito nacional, y en muchos casos binacional e internacionalmente, a través de la fronteras interestatales.

Otra posibilidad de convenios interurbanos es el llamado hermanamiento, que ha evolucionado de un simple instrumento de amistad e intercambio cultural hasta convertirse en una poderosa herramienta de cooperación horizontal para la construcción de capacidades conjuntas, dirigidas al impulso del desarrollo económico y social, así como también al potenciamiento de las actividades culturales, deportivas, políticas, etc. Este hermanamiento puede devenir, como de hecho ha ocurrido por la significación adquirida, en la construcción de un movimiento internacional de ciudades hermanas (Sister Cities International), en el que confluyan muchas ciudades a través de sus gobiernos locales.

 

4. El multilateralismo: de lo nacional con lo local

Tras la Segunda Guerra Mundial, la imperiosa necesidad de fomentar una cooperación entre países capaz de alcanzar objetivos comunes en materia de seguridad y desarrollo económico, da origen al concepto de multilateralismo. Su avance hacia una estructura organizada fue concebido a partir de una membresía compuesta exclusivamente por las naciones —representadas por sus gobiernos—, que crearon una institucionalidad de integración de carácter internacional, cuyos ejemplos más simbólicos son las Naciones Unidas y el Banco Mundial.

Pese a su relevancia, estos últimos años vienen evidenciado una profunda crisis del multilateralismo. Las principales razones de esta crisis son la decadencia del estado y el poder adquirido por las corporaciones globales, así como también por la tendencia política emergente del municipalismo, que todavía no generan las sinergias propias. Estos tres actores globales, estados, corporaciones y municipios [11][11] Sassen, S. (2003). The participation of States and Citizens in Global Governance. Indiana Journal of Global Legal Studies 10(1), 5-28., en lugar de estructurar redes comunes, a menudo disputan y defienden intereses propios, que terminan siendo antagónicos.

Estos últimos años vienen evidenciado una profunda crisis del multilateralismo. Las principales razones de esta crisis son la decadencia del estado y el poder adquirido por las corporaciones globales, así como también por la tendencia política emergente del municipalismo, que todavía no generan las sinergias propias.

Dicho de manera más detallada, los organismos de integración internacional tradicionales, propios del multilateralismo, han quedado debilitados a manos de agendas e intereses específicos, y por la desarticulación de gobiernos nacionales. El desgaste general de la política y el auge de los populismos ponen en jaque a las estructuras multilaterales vigentes. Al mismo tiempo, las corporaciones globales privadas instituyen su propia lógica de integración económica a través de holdings altamente centralizados (Amazon, Alibaba, Google) que articulan múltiples y dispersos territorios bajo fórmulas de tercerización; además de implementar y alimentar la pauta de acumulación capitalista, evadiéndose de casi cualquier frontera. Finalmente, las ciudades y sus gobiernos empiezan a tener un peso cada vez mayor con la integración urbana. En ellas se concentra la mayor cantidad proporcional de población, riqueza y poder del mundo, algo que proyecta un protagonismo indiscutible. Allí se asienta el nuevo modelo capitalista, sobre la base de emplazamientos y sectores considerados estratégicos, inscritos en lógicas del capital, y con alta concentración administrativa. De ahí que las ciudades hayan logrado articularse bajo dinámicas transurbanas, con nuevas vías de cooperación y solidaridad expresadas en una institucionalidad propia, como son FLACMA y OLACCIF, entre muchas otras.

Estos tres tipos de coalición de actores globales involucran profundas y específicas formas de integración dentro de la globalización, las cuales se interconectan, produciendo inéditos ensambles de lo local con lo nacional y, más aún, con lo global; modificando sustancialmente el sentido original del multilateralismo y construyendo un nuevo orden mundial desde abajo (multilateralismo híbrido).

El vínculo local-global permite entender el poder que actualmente tienen las ciudades, incluso en su relación con los estados [12][12] Brenner, N. & Theodore, N. (Eds). (2003). Spaces of Neoliberalism [Espacios de Neoliberalismo]. Blackwell.. Así, los nuevos desafíos de globalización conllevan una redefinición necesaria del multilateralismo, en este caso asumiendo su propia propuesta: la descentralización. Adicionalmente, reconociendo también que el mundo se ha hecho urbano, lo que requiere de una institucionalidad transurbana.

 

5. La pandemia, el espacio público y las plataformas

La eficiencia conectiva del sistema transurbano ha permitido que en pocas semanas un brote viral en Wuhan, China, se convierta en pandemia global. Más allá de los patrones morfológicos de urbanización que dibujan la forma actual de nuestras ciudades, la desigualdad es una característica arraigada y profunda de América Latina, y la crisis del multilateralismo un fenómeno más reciente que se suma al desafío de una situación de emergencia.

Según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), el 45% de la población latinoamericana no vive en una casa que cumpla con los requisitos para una vida sana, segura y mínimamente cómoda. Una condición que se acentúa bajo la presión de la pandemia, a falta de un espacio adecuado para confinamientos. La COVID-19 ha afectado principalmente a los sectores populares, como también a los espacios públicos, que sirven de extensión a los espacios domésticos y que son el lugar de mayor interacción social. Hogares sin refrigerador, habitaciones saturadas de residentes, precariedad económica y grandes desplazamientos laborales son apenas algunos de los factores que superponen el espacio doméstico de la casa con el espacio público de la calle.

En otras palabras, se entiende en estos casos al espacio público como extensión del espacio doméstico, o al menos un espacio al que se intenta domesticar y que uno está obligado a frecuentar. Y, sin embargo, de acuerdo con este nuevo capitalismo en expansión, al espacio público se le da cada vez más un sentido privado. La plataformización de las ciudades por empresas como Uber, AirBnB, Amazon y otras, está introduciendo en los espacios públicos una lógica absolutamente distinta, bajo el eufemismo economía colaborativa. Estas plataformas se convierten activamente en simulacros de espacio público, aunque como infraestructuras de carácter privado, terminan ejerciendo un poder de apropiación tanto sobre este como sobre la esfera doméstica [13][13] Carrión, F. & Cepeda, P. (2020). Ciudades de plataforma: ¿Hacia un nuevo paradigma urbano? Revista Foro No. 101..

Ahora bien, a raíz de la pandemia, lo que nos queda del espacio público como noción y como lugar se ha transformado en una suerte de espacio «maldito», casi fantasmal, pues en él se ejercen las mismas interacciones sociales que en última instancia son el principal vector de infecciones que terminan por penetrar en el espacio doméstico. Este fenómeno ha producido una verdadera agorafobia y los instrumentos de cooperación política no han sido capaces de plantear mucho más que campañas del «quédate en casa», mientras las grandes corporaciones siguen acumulando datos e informaciones de la población global, sin que esto influya en acciones políticas más heterogéneas y adaptadas a cada peculiaridad local.

Foto_ Jean-Pierre Dalbéra_ fragmento obra de Tomás Saraceno_ CC BY 4.0

Por otro lado, los debates sobre infraestructuras urbanas y modelos de ciudad han crecido entre la ciudadanía: movilidad sostenible, la ciudad-vecindario, la crisis de la vivienda y el rol de la tecnología en los servicios y las actividades cotidianas. Y no sería absurdo pensar que este podría ser el prolegómeno para una verdadera cooperación multinivel, capaz de hacer frente a esta lógica presuntamente colaborativa de las plataformas, que ejercen vigilancia y diseñan comportamientos sociales, culturales y políticos a escala individual.

Al tratarse de un fenómeno relativamente reciente, estas ciudades-plataforma son consecuencia de un modelo capitalista implementado sin regulaciones suficientes y ahora, sumado a una pandemia inesperada, se están produciendo una serie de efectos cuyo impacto resulta impredecible: acentuación de la precariedad, deslocalización del trabajo, externalización de gastos con espacio laboral, transformación de residencia en lugar de trabajo, relocalización de periferias y un preocupante fenómeno de alocalización profesional, es decir, contratación de trabajadores completamente desvinculada del territorio, sea una ciudad o un país.

Frente a esta crisis, lo que se han planteado son políticas absolutamente homogéneas para todo el mundo, en todos nuestros países. En el caso de América Latina además, frente a una heterogeneidad aún más acentuada por sus desigualdades económicas, jurídicas y de acceso a infraestructuras de servicio y tecnología.

 

6. El reto de la descentralización

No es difícil reconocer que la ciudad latinoamericana actual, con sus distintos patrones de urbanización, ha logrado un gran protagonismo demográfico y económico, por el peso de su población concentrada —que llega al 82%—, así como por el incremento del peso relativo de su economía en la región. Este protagonismo se ha construido mediante dos modalidades. Una, las ciudades región, que tienen su propio peso para incidir (Ciudad de México, San Pablo, Buenos Aires o Lima), o las que tienen una ubicación estratégica en el mercado mundial (Medellín, Monterrey, Río de Janeiro o Panamá). Y la otra, a través de la novedad que supone su articulación en un sistema de ciudades, y por su institucionalidad constituida bajo distintas formas, que reclaman mayor espacio en los escenarios globales.

Las ciudades aportan mucho a la economía, la cultura, la política y la sociedad de los países, de sus regiones y del planeta. Sin embargo, fueron y siguen siendo el epicentro de la pandemia al tiempo que aún no participan de los procesos de toma de decisiones más importantes del mundo. No solo que no participan, sino que además vemos en ellas una ventriloquía explícita, en el sentido de que son otros los que deciden por la ciudad y sus autoridades. Es más, incluso en las cumbres mundiales de ciudades su participación es marginal, porque la cooperación internacional piensa globalmente, los gobiernos nacionales asumen compromisos y los municipios solo deben actuar localmente. A esa escala, la autonomía municipal se desmorona.

Las medidas en contra de la pandemia han hecho patentes las implicaciones de esta dinámica. En países como Brasil hemos sido testigos de los conflictos del presidente de la República y su postura negacionista en contra de la gestión de gobernadores estatales y prefectos. Inclusive países más unitarios como Ecuador y Colombia no han quedado exentos de tensiones entre su gobierno nacional y las alcaldías locales. En términos generales de opinión pública, la aprobación de muchos alcaldes ha ido al alza, mientras los presidentes veían desplomar su popularidad.

Resulta además fundamental recuperar la planificación urbana. La ciudad neoliberal sólo se orienta hacia un urbanismo de proyectos, en que las grandes empresas alimentan procesos de desregulación para llevar al capital a aquellos sectores de la ciudad de mayor carga valorativa.

Es necesario retomar un proceso de descentralización consecuente con la estructura del sistema transurbano global, vinculado a la escala local de la vida de los ciudadanos. Las ciudades, además de ausentes en la toma de las decisiones realmente trascendentales, sufren la presión de una política que viene de la cooperación internacional tradicional y de los centros hegemónicos del poder, que buscan dirigir las políticas urbanas mediante ese «urbanismo de las palabras», frecuentemente patrocinado por grandes corporaciones internacionales. Así, la ciudad inteligente, la ciudad educadora, la ciudad inclusiva, la ciudad resiliente, la ciudad histórica y una multitud de conceptos más, construyen y dan forma a ránkings internacionales que las ponen a competir y no a cooperar entre ellas, a partir de indicadores diseñados para tal efecto [14][14] Carrión, F. (2016). La Agenda Oculta de Habitat III en Quito. Diario El País. http://works.bepress.com/fernando_carrion/704/. En otras palabras, se quiere fomentar la competitividad entre ciudades, cuando lo que se debería hacer es fortalecer la coordinación y cooperación entre ellas, de acuerdo con la lógica del beneficio colectivo.

A colación de lo anterior, resulta además fundamental recuperar la planificación urbana. La ciudad neoliberal sólo se orienta hacia un urbanismo de proyectos, en que las grandes empresas alimentan procesos de desregulación para llevar al capital a aquellos sectores de la ciudad de mayor carga valorativa. Y en eso está el espacio público, con clarísimos ejemplos en América Latina. El desafío de los gobiernos locales en la post-pandemia no será solo renegociar sus aptitudes ante gobiernos nacionales, sino también encontrar fórmulas para hacer políticas locales en un escenario dominado por plataformas privadas transnacionales.

En este escenario se presenta con fuerza un concepto que revela la política de impulso de las relaciones interurbanas, pero bajo principio aún poco preciso: la paradiplomacia [15][15] Enríquez, F. (2019). Paradiplomacia y desarrollo territorial, Ed. Congope, Quito.. En su etimología, la paradiplomacia mira a las relaciones entre las ciudades, para establecer políticas internacionales —no interurbanas— subordinadas a las nacionales, que permitan incidir en los procesos globales. Pero cabe resaltar que, en la práctica, esta puede llegar a convertirse en un contrasentido si no reconoce las características actuales del proceso de urbanización (interurbano), y del carácter autónomo de los gobiernos municipales. Las ciudades no pueden tener relaciones internacionales porque simplemente no son naciones, sino interurbanas, porque son ciudades. A partir de esta constatación, las políticas de relaciones entre ciudades, realizadas por los gobiernos locales como entidades autónomas, deben ser también autónomas y transurbanas. No es por un prurito de diferenciación banal, sino porque hacen referencia a dos objetos distintos: relaciones internacionales y relaciones interurbanas.

Reconocer la lógica inter y transurbana conduce a la búsqueda de una cooperación horizontal no tutelada, así como a la modificación de la relación ciudad-estado, nacional e internacionalmente. En suma, es la búsqueda de equilibrios que modifican la centralidad del poder en los múltiples niveles donde se expresan, pero también es el cambio de las estructuras de los mapas políticos.

De ahí que vivamos un proceso de formación de alianzas estratégicas entre ciudades y gobiernos municipales. Alianzas para constituir escenarios de cooperación interurbana horizontal y de amplio espectro, donde las relaciones de jerarquía tiendan a diluirse, tanto a nivel nacional como interestatal. Es por eso que los ensambles de la red urbana global cambian esta óptica, esta posición, gracias al protagonismo que alcanzan las ciudades en el ámbito mundial. Es un hecho que los cada vez mayores procesos de incidencia de las ciudades se han fortalecido gracias a las redes urbanas, en tanto que abren oportunidades de participación en espacios cada vez más globales, más especializados y más efectivos. Pero la pandemia ha puesto aún más de manifiesto que queda mucho camino por delante.

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