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Mariano Gómez Aranda

A lo largo de la historia, la humanidad ha vivido muchas pandemias como la del coronavirus. A mediados del siglo XIV, se vivió la que quizá haya sido una de las epidemias más terroríficas de la historia: la Peste Negra, que duró unos 7 años, desde 1346 hasta 1353 aproximadamente. Se trató de una enfermedad que se propagó con gran rapidez y que causó una altísima mortalidad: se cree que entre el 25 % y el 50 % de la población en Europa murió como consecuencia de ella.
Desde el punto de vista científico, fueron muchos los médicos que escribieron tratados de medicina intentando explicar las posibles causas y consecuencias de la enfermedad, así como aportar remedios posibles. En la época medieval, donde el espíritu religioso impregnaba todas las facetas de la vida, la religión estaba íntimamente imbricada con la ciencia. Médicos cristianos, judíos y musulmanes elaboraron tratados sobre la Peste Negra en los que las explicaciones científicas se mezclan con cuestiones religiosas e incluso, en algunos casos, están condicionadas por la propia religión de sus autores.
El objetivo de este artículo es analizar algunos de los tratados sobre la Peste Negra, escritos por médicos de las tres religiones, para mostrar cómo ciencia y religión estaban conectadas en el pensamiento medieval en un diálogo constante. También se podrá observar que, aunque obviamente existen muchas diferencias entre la Peste Negra del s. XIV y la pandemia de coronavirus que estamos viviendo, existen notables similitudes entre ambas pandemias y algunas realmente asombrosas.
En su punto álgido a mediados del s. XIV, la Peste Negra estuvo acompañada de bulos y reacciones xenófobas que motivaron la expulsión y la masacre de muchas comunidades judías, señaladas como chivo expiatorio. Por otro lado, también marcó un punto de inflexión en cuanto al imaginario colectivo religioso de la época, mediante la introducción de argumentos exegéticos de carácter racionalista que permitieron dotar de base teológica a los incipientes llamamientos médicos para la adopción de medidas sanitarias orientadas a evitar el contagio.
En el ámbito cristiano los tratados sobre la peste son muy numerosos y entre podemos destacar tres importantes. [1][1] Arrizabalaga, J. (1991). La Peste Negra de 1348: los orígenes de la construcción como enfermedad de una calamidad social. Dynamis, 11, 73-117. El primero fue escrito en 1348 en catalán por un médico de Lérida llamado Jacme d’Agramont, que murió de peste poco después de terminarlo, y lleva por título Regiment de preservació de pestilència. El segundo, titulado Compendium de epidemia, fue elaborado por un grupo de médicos de la Facultad de Medicina de París, también en 1348, a petición del rey Carlos IV de Francia. Este grupo de médicos sería el equivalente a lo que hoy en día conocemos como el comité de expertos que asesora a los gobiernos a tomar decisiones de carácter sanitario. El tercero, titulado Tractatus de epidemia, fue escrito en 1349 por un médico anónimo de Montpellier, donde estaba una de las escuelas de medicina más importantes de la Edad Media.
En el ámbito judío los tratados médicos sobre este tema no son tan abundantes y además no se conocen con demasiado detalle, pues la mayoría de ellos ni siquiera han sido editados. Por lo general suelen ser traducciones del latín o del árabe al hebreo o escritos directamente en árabe. Entre ellos se puede destacar el tratado de Isaac ben Todrós, que vivía en Aviñón en la segunda mitad del s. XIV, titulado Pozo para el vivo. [2][2] Barkai, R. (1998). Jewish Treatises on the Black Death (1350-1500): A Preliminary Study. En R. French, J. Arrizabalaga, A. Cunningham, & L. García Ballester (eds.), Medicine from the Black Death to the French Disease (pp. 6-25). Aldershot-Brookfield-Singapore-Sydney: Ashgate.
En el mundo musulmán medieval son también muy numerosos los tratados sobre la Peste Negra. Entre ellos destacan fundamentalmente dos. El primero fue escrito por Ibn Jatima, médico musulmán de Almería, y lleva por título Consecución del fin propuesto en la aclaración de la enfermedad de la peste. Fue escrito en 1349. El segundo es obra del famoso Ibn al-Jatib (m. 1375), un médico musulmán que llegó a tener el cargo de visir del sultán de Granada. Lleva por título Libro útil para quien pregunta acerca de la terrorífica enfermedad. [3][3] Para el análisis de los tratados sobre la peste de autores musulmanes en comparación con los escritos por médicos cristianos y en particular en el concepto de contagio, véase Stearns, J. (2010). Infectious Ideas: Contagion in Premodern Islamic and Christian Thought in the Western Mediterranean. Baltimore: The Johns Hopkins University Press. Para el tratado de Ibn Jatima, véase Arvide Cambra, L. M. (2014-2017). El Tratado de la Peste de Ibn Jatima. Berlin: Logos. Para la obra de Ibn al-Jatib, véase la traducción en alemán de M. J. Müller (1863). Ibnulkhatîbs Bericht über die Pest. In Sitzungsberichte der königlichen bayerischen Akademie der Wissenschaften zu München (Vol. 2, pp. 1-34). München: F. Straub.
Los típicos bulos unidos a los prejuicios, a los que tan acostumbrados estamos hoy en día, también existieron en la época medieval. En el s. XIV, estas acusaciones desataron una ola de persecuciones de judíos en toda Europa en las que muchos fueron asesinados, masacrados, torturados u obligados a abandonar sus tierras y sus casas por masas enfervorecidas de gente sin control.
¿Qué información nos dan estos tratados acerca de la Peste Negra? ¿Cómo interpretaron esa pandemia? Y sobre todo ¿cómo influyeron sus respectivas religiones en sus consideraciones acerca de esa enfermedad?
Las explicaciones acerca de las causas y efectos de la enfermedad están de acuerdo con los postulados de la medicina medieval que se basan, como sabemos, en las teorías científicas de los autores griegos Galeno e Hipócrates y de autores medievales como Avicena.
En las descripciones que encontramos en los tratados medievales se observa que la Peste Negra producía fiebre alta, tos, sequedad en la garganta y cansancio generalizado, síntomas que hoy nos resultan muy familiares en el caso del coronavirus. Pero lo más característico de la enfermedad era la aparición de los famosos bubones —de ahí el nombre de peste bubónica— que eran unos abscesos de pus que podían aparecer en axilas, ingles y otras partes del cuerpo. Jacme d’Agramont advertía de que había casos en que enfermos de peste apenas presentaban síntomas o eran asintomáticos: no tenían fiebre o tenían poca, no había alteración del pulso —que en la Edad Media era uno de los signos de enfermedad—, y sin embargo el enfermo moría de repente.
Un artículo reciente explica que la descripción que hace Ibn Jatima sobre las causas de la muerte en el caso de la enfermedad medieval son muy similares a las de la muerte por Covid-19. Explica Ibn Jatima que la peste causa una refrigeración insuficiente del pulmón debido al calor innato generado en el corazón (fiebre) y vehiculizado a través de la sangre (equivalente al sistema de transporte del oxígeno). Como consecuencia de este proceso se generan residuos tóxicos (o radicales libres), que llevan a un fallo irreversible de múltiples órganos que produce la muerte (lo que hoy llamamos fallo multiorgánico). [4][4] Herrera Carranza, M. (2021). Regarding Pandemics: Ibn Jatima from Almería Anticipates the Physiopathological Concept of Multi-Organ Failure in the 14th Century. Medicina intensiva, (en prensa).
Hay que llamar la atención sobre el hecho de que, de todos estos autores mencionados, el único que menciona un lugar en el que se originó la pandemia del siglo XIV es el musulmán Ibn al-Jatib y el lugar de origen que él estableció fue China. Muchos siglos después, un epidemiólogo chino, llamado Wu Lien-Teh (1879-1960), de principios del s. XX, conocido por haber promovido el uso de la mascarilla durante la peste de Manchuria de 1910, defendía que la Peste Negra comenzó en China en 1346. Otros científicos, en cambio, contradicen esta opinión y ponen como lugar de origen la zona de Crimea.
Todos los tratados de medicina sobre la Peste Negra dan como causa de la enfermedad la corrupción o putrefacción del aire y la transmisión de la misma a través del medio aéreo. Los médicos parisinos decían que «el aire malo es más nocivo que los malos alimentos y bebidas, porque llega rápidamente con su malicia hasta el corazón y el pulmón». Hay diferencias entre los autores, sin embargo, en cuanto a las hipótesis sobre qué es lo que pudo provocar dicha corrupción. Jacme d’Agramont decía que la putrefacción del aire se ha podido originar por los malos vapores que han surgido en algún lugar y que se han mezclado con el aire. Señalaba, como otros autores, que la putrefacción del aire se solía producir después de las batallas cuando se dejaban los cadáveres de soldados y caballos sin enterrar y se pudrían y contaminaban el aire. También las aguas putrefactas podían producir pestilencias cuando se elevan los vapores de ellas por efecto del calor: la humedad de las aguas pasa al aire y se mezcla con él haciendo que este se corrompa, porque es bien sabido que la humedad produce putrefacción. Los médicos de París decían que era simplemente un cambio natural en la propia sustancia del aire.
Para evitar la corrupción del aire, se solían recomendar algunas medidas preventivas, como tener las habitaciones y las casas bien ventiladas y las ciudades libres de basura (sobre todo de estiércol y vísceras de animales). También se aconsejaba eliminar el mal olor quemando hierbas aromáticas o fumigando con vinagre para purificar el aire. Para evitar la transmisión interpersonal se recomendaba evitar aglomeraciones. Los médicos cristianos utilizaron mucho el conocido consejo de «huye pronto y lejos y regresa lo más tarde que puedas», que se repitió hasta la saciedad.
Sin embargo, además de la causa de la corrupción del aire, los científicos medievales, tanto cristianos como musulmanes y judíos, coincidieron en que la causa última de todo es Dios. En cuanto a las explicaciones del motivo por el que el Altísimo ha causado la peste hay diferencias entre los autores.
Para cristianos y judíos, la causa de la peste es el castigo de Dios por los pecados cometidos por los seres humanos. Jacme d’Agramont lo argumentaba citando varios ejemplos de la Biblia. En el capítulo 28 del libro del Deuteronomio, Dios deja muy claro al pueblo de Israel que, si no cumplen con su ley, recibirán castigos y se refiere expresamente a la úlcera de Egipto, hemorroides, sarna y tiña, demencia, ceguera y turbación de espíritu (Deut 28,27-28). Agramont cita también como argumento el caso de 2 Sam 24 donde se relata que el pueblo de Israel fue castigado con la peste precisamente por culpa del pecado de David. Argumentos similares aprecen en los tratados escritos por judíos. El pensamiento que subyace a estas observaciones es que si algo ocurrió en el pasado, puede perfectamente volver a suceder en el presente.
Agramont afirma que, si la razón de la peste son nuestros pecados, de poco sirve la medicina. En estos casos, lo único que el ser humano puede hacer es reconocer sus faltas y suplicar a Dios, tal como recomendaba Salomón en su discurso de consagración del Templo (1 Re 8), donde explícitamente mencionó que, cuando hubiera hambre o peste o cualquier tipo de plaga, Dios escucharía las súplicas de su pueblo si este se arrepentía (1 Re 8,37-40).
En el caso de los autores musulmanes, también se atribuía a Dios la causa última de la peste y en general de todo tipo de pandemias. Sin embargo, aunque también se propone la hipótesis del castigo divino, no se insiste mucho en él, sino más bien en la idea de que la enfermedad es el resultado de la voluntad de Dios que ningún ser humano puede evitar. La idea que subyace en estas observaciones es la de que Dios es omnipotente y, por lo tanto, causa de todas y cada una de las cosas que ocurren en este mundo.
En los tratados cristianos y judíos también se señalaban como causas de la enfermedad la influencia de los astros y en concreto, la influencia de las conjunciones de Júpiter y Saturno. Según la astrología medieval, cuando estos dos planetas entraban en conjunción señalaban cambios profundos en la historia de la humanidad. Se decía que el origen de las tres religiones monoteístas estuvo marcado por las conjunciones de Júpiter y Saturno que se produjeron en momentos clave relaciones con dichos orígenes.
En el caso de la Peste Negra, los médicos de París hablan de la conjunción de Júpiter y Saturno junto con Marte, que se produjo el 20 de marzo de 1345 a la 1 del mediodía como origen remoto de la enfermedad. Incluso citaban la fuente en la que se habían basado: el tratado De causis proprietatum elementorum, atribuido a Aristóteles y comentado nada más y nada menos que por Alberto Magno, una fuente de conocimiento de absoluta fiabilidad. Los médicos de París argumentaban esta influencia «científicamente»: los planetas mencionados, por su propias cualidades intrínsecas, al entrar en conjunción hacen que surjan en el aire vapores pestíferos, pútridos y venenosos que son esparcidos por los vientos extendiendo así la enfermedad.
En la edad Media, la idea de la intervención de los astros como causa de acontecimientos terrestres podía poner en cuestión la creencia en el poder absoluto de Dios, pues podía interpretarse que los astros tienen un poder propio al margen del poder del Altísimo. Consciente de esta dificultad de carácter teológico, el médico judío Isaac ben Todrós explicaba que los cuerpos celestes que han determinado la Peste Negra no actuaron por sí mismos, sino con el poder que Dios les había otorgado. Define a los astros como «el hacha en manos del artesano» y considera que su capacidad para determinar el bien o el mal en los seres humanos depende únicamente de Dios. Explicaciones similares encontramos en otros autores.
Ibn al-Jatib menciona las interpretaciones de los astrólogos que ponen como causa la conjunción de los planetas, pero él afirma que no es de esa opinión. Ibn Jatima, en cambio, sí que piensa que pueda existir influencia astral en la corrupción del aire.
El rechazo a las influencias de los astros como causa de los acontecimientos que ocurren en el mundo terrestre encuentra su mejor testimonio en Ibn Jaldún, autor de la famosa Muqaddimma o Introducción a la historia, y testigo directo de la epidemia del s. XIV. Ibn Jaldún rechaza la astrología por la única razón de que solo Dios puede ser la causa de todo lo que sucede en el Universo y no puede existir otra causa aparte de Él. Además, cita dos afirmaciones del profeta. La primera es «El sol y la luna no se eclipsan para anunciar la muerte ni la vida de nadie». La segunda es: «Entre mis fieles los hay que creen en mí y quienes no creen en mí. El que dice: ‘La lluvia ha caído por la gracia de Dios y por su benevolencia’ es de los que creen en mí y no en las estrellas. Y el que dice: ‘La lluvia ha caído por tal conjunción astral’ ése no cree en mí y sí cree en las estrellas». Ibn Jaldún concluye que la astrología es un arte inútil tanto desde el punto de vista religioso como desde el punto de vista de la razón. [5][5] Ibn Jaldún, A. a.-R. b. M. (2008). Introducción a la historia universal (al-Muqaddima). Córdoba: Umbriel, p. 1054.
En la peste de mediados del s. XIV existió también de manera muy generalizada la acusación de que los judíos eran la causa de la enfermedad. Los típicos bulos unidos a los prejuicios, a los que tan acostumbrados estamos hoy en día, también existieron en la época medieval. En el s. XIV, estas acusaciones desataron una ola de persecuciones de judíos en toda Europa en las que muchos fueron asesinados, masacrados, torturados u obligados a abandonar sus tierras y sus casas por masas enfervorecidas de gente sin control. Hasta las autoridades eclesiásticas tuvieron que intervenir para tratar de detener a las masas y el papa Clemente VI emitió varias bulas a lo largo de 1348 en las que exculpaba a los judíos de haber causado la enfermedad.
Los médicos cristianos admiten sin ningún problema que la Peste Negra se contagia de persona a persona por el simple contacto. Aunque también señalan que para que una persona sana que ha contraído la peste desarrolle la enfermedad hace falta que tenga una predisposición natural para ello. No todas las personas que estaban en contacto con enfermos desarrollaban la enfermedad y se pensaba que esto dependía de la propia constitución natural de su cuerpo, expresión equivalente al sistema inmunológico de la propia persona, que utilizamos hoy en día. El médico catalán Agramont señalaba que entre aquellos que eran más propensos a desarrollar la enfermedad estaban quienes comían y bebían mucho. Hoy se dice que las personas obesas tienen más predisposición a desarrollar el Covid-19.
El médico anónimo de Montpellier habla con insistencia del contagio por medio del aliento y también a través de la mirada. Esta última idea estaba asociada a una superstición muy popular y muy extendida en la Edad Media que era la del mal de ojo. Incluso los tratados de medicina de la época buscaron la manera de dar un soporte científico a dicha superstición. Enrique de Villena, en la primera mitad del s. XV, escribió un Tratado de fascinación o de aojamiento (mal de ojo), en el que habla de personas que pueden provocar enfermedades con su mirada y argumenta que la transmisión de una influencia negativa desde el exterior del cuerpo puede cambiar la composición interna de este. Alfonso Fernández de Madrigal, conocido con el apodo de «El Tostado» en su obra Las çinco figuratas paradoxas, terminada en 1437, habla del contagio de la peste a través de los miasmas que se transmiten por el aliento de una persona enferma a una sana y añade también que a través de los ojos de los enfermos se transmiten unas sustancias, imperceptibles a la vista por lo sutiles que son, que corrompen a las personas sanas si estas tienen la predisposición para ello. [6][6] Alfonso Fernández de Madridal, El Tostado, Las çinco figuratas paradoxas. Edición, prólogo y notas de Carmen Parrilla, Alcalá de Henares: Universidad de Alcalá 1998, págs. 448-450
Sin embargo, la idea de contagio va a suponer un problema importante de carácter teológico para los médicos musulmanes que escribieron sobre la Peste Negra. La razón de este problema era la existencia de una tradición musulmana en la que el profeta Mahoma niega la existencia de contagio. Según la cita de Ibn Jatima, lo que el profeta afirmó fue: «no hay contagio, ni mal augurio, ni lombrices, ni lechuza». Tradicionalmente se interpretó que lo que Mahoma estaba rechazando aquí eran las supersticiones asociadas a estos conceptos, porque creer en ellas implicaba dudar de la omnipotencia divina. Los intérpretes de estas tradiciones dedujeron de la negativa del contagio la idea de que Mahoma se oponía a la creencia en astrólogos, brujos, adivinos y nigromantes.
Pero también utilizó Ibn al-Jatib un argumento de carácter exegético: «si una tradición profética contradice la percepción sensorial y la apariencia, debe necesariamente ser sometida a interpretación y a reinterpretación». Se trata de un principio racionalista muy utilizado en la exégesis tanto de la Biblia como del Corán y muy extendido entre los intérpretes de las tres religiones.
Los médicos musulmanes Ibn Jatima e Ibn al-Jatib son muy conscientes de que la epidemia se contagia y así lo admiten y lo argumentan desde un punto de vista racional. Ibn al-Jatib afirmaba que la existencia del contagio ha sido demostrada por la experiencia, la deducción, la sensación, la observación y los testimonios frecuentes, es decir, por las fuentes básicas del conocimiento. Alerta Ibn al-Jatib del contagio que se produce en las casas, cuando otras personas vienen de fuera a visitar a los enfermos y se contagian de la enfermedad. Cita el caso de personas que decidieron mantenerse aisladas y gracias a esta decisión se salvaron de la enfermedad, como Ibn Abu Maydan, que como era consciente de que se trataba de una enfermedad contagiosa, decidió encerrarse en su casa, tapiar la puerta y mantenerse aislado, por supuesto después de haber acaparado todo tipo de provisiones. [7][7] Arjona Castro, A. (1985). Las epidemias de peste bubónica en Andalucía en el siglo XIV: el médico granadino Ibn al-Jaṭīb, pionero en señalar la idea de contagio en esta enfermedad. Boletín de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, 108-109, 49-58.
El médico almeriense Ibn Jatima habla de que la enfermedad se transmite a través del aliento, de los vapores que generan los cuerpos y cuando las ropas del enfermo entran en contacto con la piel o cuando se respira cerca de ellas. Cita como ejemplo la gente que ha comprado ropas usadas en el mercado de Almería y que han muerto o están enfermos por haber entrado en contacto con dichas ropas.
Pero los médicos musulmanes son muy conscientes de que para defender la idea de contagio deben ofrecer argumentos de carácter teológico y exegético para explicar la tradición profética que negaba la existencia del mismo.
Ibn al-Jatib alertó contra el peligro de no aceptar la idea de contagio, porque pone en peligro la vida de muchas personas y en definitiva pone en riesgo a toda la comunidad musulmana. Es decir, utilizó un argumento de hondas raíces islámicas: en el caso de la Peste Negra, el bien de la comunidad depende de la correcta interpretación del concepto de contagio, y este es el objetivo que todo musulmán debe buscar. Si se niega dicho concepto se niega la finalidad central de buscar el bien para la comunidad musulmana.
Pero también utilizó Ibn al-Jatib un argumento de carácter exegético: «si una tradición profética contradice la percepción sensorial y la apariencia, debe necesariamente ser sometida a interpretación y a reinterpretación». Se trata de un principio racionalista muy utilizado en la exégesis tanto de la Biblia como del Corán y muy extendido entre los intérpretes de las tres religiones. Además, citó otros dichos del Profeta a favor de la existencia del contagio, como que Mahoma afirmó que el dueño de animales sanos no debe acercarse al dueño de animales enfermos, lo que podía indicar su aprobación del concepto de contagio. Finalmente argumenta que no se trata de una cuestión jurídica o religiosa, sino médica.
Ibn Jatima dedicó los capítulos 7 a 10 de su tratado —unas 40 páginas en la traducción de Arvide Cambra— a la cuestión del contagio en la tradición profética. Según el médico almeriense, lo que Mahoma rechazó fue la idea de que unas cosas influyen en otras por su propia naturaleza, porque no hay más acción que la que procede de Dios. Este es según él el sentido de la tradición profética: Mahoma no estaba utilizando el concepto de contagio en un sentido médico, sino como sinónimo de superstición. Se trata de una explicación racionalista que trataba de hacer compatibles la ciencia y la religión.
Tras este análisis de los textos científicos medievales que trataban sobre la Peste Negra podemos concluir que la religión influyó mucho en las explicaciones acerca de la causa última de la enfermedad: para cristianos y judíos se trataba de un castigo divino por los pecados cometidos, mientras que para los musulmanes era la expresión de la voluntad de Dios que quería poner a prueba a los creyentes. Que la causa estuviera en las conjunciones de los astros para algunos científicos no supuso ningún problema religioso, mientras que otros vieron la necesidad de justificar que los astros no actúan por un poder propio, sino que son instrumentos en manos de Dios. Mientras que los cristianos no encontraron ningún obstáculo religioso en admitir que la Peste Negra se contagiaba de persona a persona, los médicos musulmanes, aunque aceptaron esta hipótesis científica, necesitaron justificarla desde el punto de vista religioso, debido a la existencia de una tradición profética que podía poner en cuestión la existencia de contagio. Ciencia y religión en el caso de la Peste Negra estaban íntimamente relacionadas y se influyeron mutuamente en un diálogo constante y fluido.
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