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Tras la pandemia de 2020, que acrecentó exponencialmente el nivel de incertidumbre con el que los ciudadanos occidentales estábamos acostumbrados a convivir, el 2022 nos sorprendió con otro fenómeno inesperado. Una figura que los think tanks especializados en seguridad consideraban ya superada u obsoleta: una guerra interestatal. Una guerra «como las de antes», con tanques, ejércitos desplegados, ciudades bombardeadas y, para regocijo de los nostálgicos del siglo XX, también con el telón de fondo de la amenaza nuclear. Una guerra librada por bloques heterogéneos que, a primera vista y en ausencia de un análisis riguroso alejado de maniqueísmos simplistas, sería fácil de reorganizar siguiendo las líneas simbólicas de viejos telones y fantasmas ideológicos.
El componente nuclear, que recuerda al teléfono rojo de la Guerra Fría (pero sin el equilibrio de poderes Este-Oeste que emanaba de aquella bipolaridad, como añoraría Krauthammer [1][1] Krauthammer, Charles, The Unipolar Moment Revisited. Foreign Affairs, Vol. 70, No. 1, America and the World, 1991.), supone una amenaza existencial que se une, de ese modo, a la serie de acontecimientos apocalípticos que desde la crisis de la COVID-19 parecen estar marcando la cotidianeidad contemporánea: pandemia, guerra, desabastecimiento, carestía, desastres naturales… Elementos que han ido irrumpiendo, uno detrás de otro, poniendo patas arriba hasta a las sociedades del bienestar que se consideraban más estables, impidiendo que se cumpla la condición básica de la vida cotidiana que es, precisamente, la previsibilidad del mañana [2][2] Galimberti, Umberto, Los mitos de nuestro tiempo. Debate, 2013, pp. 347..
A pesar de todo esto, como apunta Eduardo Barcesat en el artículo que integra el presente número, «la COVID-19 ha demostrado que nuestros saberes son escasos o simplemente inexistentes para hacer frente a lo extraordinario» [5][5] Barcesat, Eduardo, El provenir de los derechos humanos y la superación del antropocentrismo. Metapolis V3, N1. 2022.. Es decir, que una de las tareas que tenemos por delante, y que trataremos de explorar en este volumen, es precisamente la de orientarnos, ahora que las certezas que cimentaban nuestra civilización parecen haberse derrumbado.
En ese sentido, en El provenir de los derechos humanos y la superación del antropocentrismo, el propio Barcesat advierte sobre «el narcisismo de las naciones» y sobre la galopante crisis ecológica y climática que estamos enfrentando pero que, a diferencia de otras amenazas (como la propia guerra, las supuestas «migraciones masivas», la delincuencia o las epidemias…), «como no es útil al sistema, no aterroriza a nadie» [6][6] Galimberti, Umberto, Los mitos de nuestro tiempo. Debate, 2013, pp. 373.. Y propone como brújula algo ya inventado: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, reivindicando la radicalidad de un compromiso real por parte de los Estados con su aplicación hasta las últimas consecuencias. «El gran desafío» explica, «no es el de redactar una nueva Declaración, sino antes bien, el conseguir hacer realidad estos derechos que la teoría social viene proclamando desde hace más de 50 años, pero cuyo reconocimiento normativo no ha resuelto esa extrema desigualdad en la existencia social de los pueblos» [7][7] Barcesat, Eduardo, El provenir de los derechos humanos y la superación del antropocentrismo. Metapolis V3, N1. 2022.. Es decir, avanzar hacia la realización de los Derechos Humanos. O, dicho de otra forma, el paso de los Derechos Humanos de monserga moral o de una suerte de ideario de la Ilustración; a una serie de imperativos sociales materiales, aplicables de facto, exigibles, tangibles, efectivos.
Sin embargo, es evidente que la labor de protección y el avance de los Derechos Humanos encuentra uno de sus principales escollos en los conflictos que dominan la geopolítica actual. Si el llamado «orden mundial» se define precisamente como «el estado de un sistema internacional momentáneamente protegido de una guerra general» [8][8] David, Charles-Philippe, La guerra y la paz: enfoques contemporáneos sobre seguridad y estrategia. Icaria, 2008, pp. 94., es evidente que ese orden geoestratégico está cambiando, y que ciertos equilibrios que hasta ahora evitaban un conflicto armado se han roto o han caducado, desatando una escalada de violencia a nivel global. Es por ello que en el presente número pretendemos analizar la reconfiguración geopolítica que está teniendo lugar, indudablemente, a partir de la guerra ruso-ucraniana y todas sus ramificaciones.
En su artículo Más allá del «interregno»: ¿Es posible un mundo no hegemónico?, Ramzy Baroud y Romana Rubeo recuerdan cómo Francis Fukuyama proclamó «el fin de la historia» tras la Guerra Fría, a la luz de la victoria de las democracias liberales occidentales sobre el bloque socialista soviético. «Con la mayor parte de la resistencia global pacificada, sometida o doblegada, para Fukuyama, la batalla por el dominio global había sido ganada» [9][9] Baroud, Ramzy y Rubeo, Romana, Más allá del «interregno»: ¿Es posible un mundo no hegemónico? Metapolis V3, N1. 2022., explican. La pax estadounidense supuso la imposición mundial del sistema capitalista como modelo económico, y la hegemonía yanki también a nivel cultural, ideológico y moral. Pues, mientras la Unión Soviética de Gorbachov iniciaba lo que hoy llamaríamos un proceso de deconstrucción de sí misma, con un cambio de estrategia en la gestión de sus relaciones internacionales; del otro lado no hubo ningún tipo de «yankistroika» [10][10] López Vigil, María, 20 nombres para la utopía. Éxodo, No. 326, 1992.. Bien al contrario, Estados Unidos aumentó de manera descarada su política exterior de prepotencia e injerencia, manteniendo bases militares por todo el mundo e invadiendo Panamá, Irak, Afganistán, y tantos otros episodios que se fueron sucediendo a partir de la Guerra del Golfo. Se abrió de ese modo una era unipolar, sin posibilidad de control ni balance del poderío incontestable de la «hiperpotencia» norteamericana.
Uno de los principales desafíos del presente volumen es el de analizar una reconfiguración geopolítica que no ha terminado de suceder, y hacerlo en un escenario convulso y cambiante, con un conflicto abierto que tiene mucho de guerra subsidiaria o «guerra por delegación»: Washington y Moscú echan el pulso, pero es Ucrania quien pone los muertos. Como dijo una periodista curtida en guerras: «se necesitan semanas, meses o incluso años para que desaparezca la embriaguez bélica y asomen los hechos, los análisis sosegados y los dolorosos resultados» [13][13] Rodríguez, Olga, “Europa, ante la OTAN”. El Diario, 31/5/2022. Disponible aquí: https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/europa-otan_129_9041481.html. Partiendo de esa base, de la constatación de que nos movemos en un escenario tornadizo e incierto, es imperativo cultivar una cultura analítica basada en la rigurosidad intelectual, académica e informativa.
Así, nos complace poder contar con voces reposadas y meticulosas como la de Rafael Fernández, en cuyo artículo Relaciones energéticas internacionales: ¿Qué ha cambiado después de la guerra en Ucrania? analiza el nuevo complejo cuadro de situación de las relaciones energéticas internacionales, sin parangón desde la guerra del Yom Kipur. A la luz de su análisis, cabe plantearse si el aceleramiento belicista de la guerra, esta vez en Ucrania, tiene más de transformación gatopardista que de cambio real en las relaciones de intercambio y de poder entre las grandes potencias involucradas. Y es que no parece que la guerra vaya a desencadenar un replanteamiento del sistema de formación de precios sino que, según afirma Fernández, «la guerra seguramente sirva para reforzar más que debilitar el poder de los actores dominantes» en el mercado energético. Es, en todo caso, la renovada preocupación por la cuestión de la seguridad energética la que puede que actúe como palanca para la muy necesaria implementación de una estrategia de transición energética real que derive en un cambio radical de la base energética a nivel global.
En esta realidad cada vez más distópica, en la que sube el precio de la leña y el gobierno alemán otorga ayudas públicas a sus ciudadanos para pasar el invierno en latitudes más cálidas como estrategia para hacer frente a la crisis energética, no es de extrañar que los delirios de migrar a Marte, que la profesora Mary Jane Rubeinstein expone en el artículo que integra este volumen, Un cuento de dos utopías: Musk y Bezos en el espacio exterior; logren atraer cada vez más adeptos. Pues, si en algo tienen razón los profetas del fin del mundo, es en que nuestro planeta parece estar cada vez más al borde de la destrucción total: o lo reducimos a cenizas con una guerra nuclear, o lo dejamos agonizar indolentemente, desangrándose por las numerosas heridas de la crisis ambiental.
Y a esta primera opción precisamente (el apocalipsis nuclear) se enfrenta David Vine en su artículo (El único camino para) Parar la guerra y salvar el mundo, en el que delinea el papel del Complejo Militar Industrial, cuyo poder económico y político no ha parado de aumentar desde el fin de la Guerra Fría. Socavar este poder, afirma Vine, es un requisito indispensable para liberar las enormes cantidades de recursos humanos y financieros que el CMI acumula y que son necesarios para hacer frente a los urgentes retos sociales y medioambientales a los que nos enfrentamos y que pueden llevarnos a la aniquilación de la especie.
Vine recuerda, además, que, si bien el CMI es un fenómeno íntimamente ligado a la emergencia de Estados Unidos como la mayor potencia mundial tras la Segunda Guerra Mundial, se ha convertido hoy en día en un problema global, en el que el papel de la ONU como alianza militar y económica articulada alrededor de la venta de armas no es nada desdeñable.
Afortunadamente, ante estas diatribas futurofóbicas y huidas hacia delante de un capitalismo bélico que parece despreciar profundamente la vida humana, el feminismo nos sirve para aterrizar en la realidad y pensar en «el día después»; en lo que viene una vez se apagan los focos y el interés mediático se traslada a otro lado. Ese momento en el que la guerra misma se ha quedado ya sin aliento y que, como bien saben los corresponsales de guerra, puede llegar a ser peor que el propio conflicto abierto.
Esto hace Irene Zugasti en su artículo Esfuerzo de guerra, geopolítica de descansillo, donde reivindica una diplomacia internacionalista, feminista y militante frente al enaltecimiento romántico y acrítico de la guerra. Narrar una guerra requiere de un análisis con perspectiva y contexto, especialmente ante la complejidad de unos conflictos híbridos que implican estrategias digitales, contrainformación, soft power cultural y simbólico y la participación cada vez más importante de capital e intereses privados.
Sin embargo, esto no debe derivar en una suerte de justificación de la ausencia de responsabilidad de los Estados y del Derecho internacional ante el fracaso humanitario y político que supone una guerra. Al contrario: frente a este fracaso, Zugasti aboga por una «geopolítica de descansillo» que bebe de la tradición feminista para vincular lo personal con lo político y cultivar otro tipo de relaciones con el territorio, con «el otro», con el poder y con el conflicto.
Pensando en ese horizonte post-conflicto, ojalá no muy lejano, cabe rescatar las palabras que el poeta Aimé Césaire escribió en el corazón de las tinieblas de la Segunda Guerra Mundial: «¡Ninguna esperanza está de más para mirarle al siglo a la cara!».
Así, este número de metapolis pretende reunir esperanzas, sumar voluntades, no desperdiciar ni una sola voz ni una sola idea, pues todas van a ser necesarias. Derechos humanos, feminismo, utopía, son algunas de las herramientas que los autores que integran el presente número proponen para encarar el futuro. Ojalá nos ayuden a vislumbrarlo, o a trabajar para que sea, al menos, un poco menos tenebroso.
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