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Jesús Rey Rocha | Emilio Muñoz Ruiz

Con el progreso científico y tecnológico que están experimentando países que no se caracterizan por lo democrático de sus sistemas políticos, el vínculo entre ciencia y democracia tiende a desvanecerse. Nos enfrentamos a un inicio del siglo XXI caracterizado principalmente por la pandemia de la COVID-19. Un siglo que, sin embargo, en los futuros libros de historia podría figurar como el de la irrupción de China como potencia dominante en el mundo, en detrimento de los Estados Unidos, cuya democracia parece haber salido debilitada del mandato del presidente Trump, y ante la somnolencia de Europa, que no acaba de consolidar su cohesión interna ni un modelo económico y social común. China, y los países de la región indo-pacífica bajo su área de influencia, pueden disputar a los Estados Unidos y Europa el modelo político y social, así como el liderazgo económico y el científico-tecnológico.
La sociología de la ciencia distingue dos dimensiones en la ciencia en cuanto que fenómeno o institución social [1][1] Ver: Merton, R. K. (1977). La sociología de la ciencia. Madrid: Alianza Editorial; Manassero Mas, M. A., & Vázquez Alonso, A. (1999). Actitudes hacia la influencia de la sociedad en la ciencia y la tecnología. Arbor, CLXII(637), 45-72.: una interna y otra externa. La primera se refiere a las normas, usos, valores y costumbres que rigen el comportamiento de la comunidad científica como grupo. La dimensión externa se centra en las relaciones establecidas entre la comunidad científica y el resto del entramado social.
Cabe aplicar este esquema de dos dimensiones a la democracia. En el modelo democrático con tres poderes distintos —legislativo, ejecutivo y judicial— e idealmente separados e independientes, la dimensión interna, al menos de los dos primeros —los vinculados más estrechamente con la acción política—, está excesivamente presente y ocupa demasiado espacio en muchos de los regímenes democráticos actuales —en los medios de comunicación, en la vida pública…— en detrimento de la dimensión externa, la que afecta a las relaciones de la democracia —de las distintas comunidades que constituyen los diferentes poderes que la conforman, de la política— con la ciudadanía, sus problemas y sus necesidades.
En el marco de esta dimensión externa de relaciones de la comunidad política democrática con el resto de la sociedad —las instituciones y la ciudadanía— cabe incorporar una dimensión gnoseológica, referida al conocimiento contenido en los mensajes y acciones políticas, y una epistemológica, concerniente específicamente al conocimiento científico. Se precisa una democracia alejada de las emociones en la que los mensajes, las decisiones y las acciones políticas orientadas a objetivos como la mejora del bienestar social, la igualdad, o la gestión de las migraciones, estén informadas por y fundamentadas en datos objetivos, en evidencias, en conocimiento experto y científico contrastado.
En un contexto en el que la humanidad se está viendo sometida a enormes emergencias y desafíos sociales, económicos y políticos, cuyo principal exponente en este año 2021 es la pandemia de COVID-19, los ciudadanos necesitan y reclaman certidumbres y verdades contrastadas, pero a la ciudadanía movida por la presión de la inmediatez le cuesta aceptar cómo funcionan la ciencia y la democracia.
El dogmatismo, las religiones, los totalitarismos y los populismos afectan a las emociones: proporcionan dogmas de fe, certidumbres, verdades absolutas y respuestas sencillas a problemas complejos, a través de mensajes fácilmente asimilables por la ciudadanía. Su aceptación acrítica es sencilla, requiere poco esfuerzo y proporciona soluciones aparentemente satisfactorias a los problemas e incertidumbres cotidianos, muchas de ellas aplicables en el corto plazo y por tanto exentas de cualquier requerimiento de reflexión y estrategia.
La ciencia y la democracia no proporcionan verdades absolutas e inmutables, sino «verdades evolutivas» sujetas a constante escrutinio y análisis crítico, revisables por medio de la experimentación. Y, además, requieren el esfuerzo de la reflexión y de la crítica.
«Las instituciones son lo que importan, pero te las puedes cargar a cámara lenta hasta que un día te levantas y descubres que en tu país ya no hay separación de poderes, ni medios de comunicación independientes». Es la reveladora afirmación de José Ignacio Torreblanca, director del European Council of Foreign Relations (ECFR) en Madrid [3][3] Torreblanca, J. I. (2020). Los autócratas se disfrazan de demócratas. Especial Ethic: 2020, el año que cambió la historia. https://ethic.es/especiales/especial-2020/#jose-ignacio-torreblanca, para situarnos ante la evidencia del ataque lento y discreto (a ojos no expertos) a que se ven sometidas la democracia y sus instituciones, a manos de autócratas infiltrados disfrazados con los tules de la democracia, armados de populismo y dogmatismo, y camuflados entre las redes del engaño, la falsedad y la mentira.
La COVID-19 está coincidiendo con el debilitamiento de las instituciones en muchos países. La confianza en ellas se está viendo minada en muchos casos desde dentro, de una forma deliberada, con una planificación estratégica que ya se estaba produciendo desde antes de la pandemia. Mientras algunas instituciones, como la sanidad pública, ven reforzada la confianza que deposita en ellas la ciudadanía, la institución democracia es víctima de múltiples ataques; los medios de comunicación deben enfrentar el desafío de la competencia desleal de la infodemia y la infotoxicación que circulan sin filtro, alentadas y reforzadas por la fuerza de las redes sociales. La disminución de la confianza afecta a uno de los sustentos fundamentales de las sociedades humanas desde su origen, a lo largo de nuestra evolución como especie y hasta nuestros días [4][4] Delgado, L. (2020). «Yuval Noah Harari: Si la confianza en las instituciones desaparece, nuestra civilización se vendrá abajo.» Telos. https://telos.fundaciontelefonica.com/yuval-noah-harari-si-la-confianza-en-las-instituciones-desaparece-nuestra-civilizacion-se-vendra-abajo/.
La institución ciencia se enfrenta a una situación dual. Por una parte, con motivo de la pandemia, se está produciendo un incremento de la confianza de la ciudadanía en los científicos e instituciones científicas y académicas. Paralelamente, como señalaremos a continuación, proliferan las prácticas que desvirtúan el conocimiento científico, junto con los intentos de control y de deslegitimación.
En países con un débil desarrollo científico y una institución ciencia débil, la comunicación y los posicionamientos científicos en torno a la pandemia se producen muy frecuentemente de modo individual, personalista, por parte de científicos y divulgadores que poseen la experiencia y se desempeñan con la objetividad propias de su carácter como tales. Pero que cohabitan con algunos otros que, sucumbiendo al resplandor de los focos mediáticos, acaban trascendiendo su área de especialidad científica. Por su parte, las instituciones científicas y académicas (organismos de investigación, universidades, sociedades científicas, etc.), si bien se esfuerzan por dar respuesta a la pandemia a través de la investigación y la aplicación de la ciencia, no siempre aciertan a proporcionar informaciones y recomendaciones respaldadas por su fortaleza institucional.
Mientras tanto, en países más desarrollados científicamente, se observa una mayor presencia institucional, lo que permite disponer de una información más contrastada, respaldada por estas instituciones. Pero, por otra parte, esta situación favorece la tentación por parte del poder político de controlar estas instituciones, de desdeñar y menospreciar determinadas evidencias científicas, socavando de este modo la confianza depositada por parte de la ciudadanía. Es el caso de la administración Trump, que ha recibido las críticas de instituciones científicas estadounidenses por inmiscuirse en sus informes e ignorar sus consejos y recomendaciones [5][5] Críticas de las que se han hecho eco las principales revistas científicas internacionales. Ver, por ejemplo: Mervis, J. (2020). Trump has shown little respect for U.S. science. So why are some parts thriving? Science, 14 Oct. https://www.sciencemag.org/news/2020/10/trump-has-shown-little-respect-us-science-so-why-are-some-parts-thriving; Viglione, G. (2020). Four ways Trump has meddled in pandemic science — and why it matters. Nature, 3 Nov. https://www.nature.com/articles/d41586-020-03035-4.
A su vez, la ciudadanía está poniendo cara a los científicos y descubriendo las instituciones científicas, las sociedades científicas, las revistas científicas. Incluso durante la pandemia, al igual que nos estamos asomando a los domicilios de periodistas, tertulianos, expertos…, estamos descubriendo puertas adentro los laboratorios científicos, que para muchos ciudadanos y ciudadanas eran lugares desconocidos, lo que facilita discernir la información veraz, contrastada y fiable.
Pero la confianza en las instituciones científicas se enfrenta a los intentos de difuminar y deslegitimar el conocimiento científico, por parte de ciertos partidos políticos, de partidarios de teorías conspirativas, de movimientos negacionistas, y de las redes sociales, que actúan a modo de caldos de cultivo o placas Petri donde proliferan los bulos, las mentiras, y medias verdades de la infodemia.
Bien es cierto que esos conocimiento y confianza se están focalizando principalmente en el ámbito de la salud pero cabe esperar, como apunta Yuval Noah Harari, que una vez superada la pandemia este respeto creciente hacia la palabra de estas instituciones, de estos profesionales, científicos y personal sanitario, se extienda hacia aquéllos especializados en otras áreas que nos afectan muy directamente, como es el caso de los expertos en clima, ecología, urbanismo sostenible, hidrología o ciencias de la conducta.
En un ámbito bien distinto se encuentra la economía, que ha adquirido una posición preponderante, privilegiada con respecto a las ciencias, por su capacidad de incidir sobre las emociones al proporcionar aparentes certidumbres que no siempre descansan en evidencias empíricas u objetivas, y presentan apariencia de verdades indiscutibles, por más que el tiempo las someta a constantes revisiones que la falta de memoria colectiva o de valentía científica aceptan y disculpan. Su papel se torna particularmente destacado en sociedades que, como las hispanoparlantes, no cuentan con una lengua que disponga de términos diferenciados para distinguir con claridad y precisión la economía académica de la referida a la organización y gestión de los bienes, a diferencia de aquellas como las angloparlantes cuyo idioma distingue entre economy (la economía; el sistema de finanzas, comercio e industria mediante el que se genera y utiliza la riqueza) y economics (la ciencia económica; ciencia social que se ocupa de analizar y describir la producción, distribución y consumo de la riqueza).
La ciencia está avanzando en la comprensión de los efectos de las presentes emergencias ambiental y sanitaria, y en el análisis prospectivo de los posibles efectos para el futuro. De hecho, los científicos vienen avisando desde hace tiempo sobre la ocurrencia de pandemias, al igual que sobre los efectos del calentamiento global o la sobreexplotación de los recursos del planeta. Las instituciones científicas tienen capacidad de generación de conocimiento, capacidad consultiva, predictiva, incluso didáctica y de concienciación de la población y del resto de las instituciones. Sin embargo, su capacidad ejecutiva directa es muy limitada, por no decir nula, más allá de la influencia que puedan tener en terceras instituciones y en la sociedad. No poseen capacidad legislativa, ni normativa, y mucho menos de juzgar, por más que puedan tratar de proporcionar conocimiento empírico a los tres poderes como apoyo para la toma de decisiones.
Para llevar a cabo este cambio, preferimos que, como en ciencia, las instituciones caminen «a hombros de gigantes», analizando y revisando críticamente lo realizado en etapas anteriores y las posibilidades que ofrece el futuro. Reconociendo y corrigiendo los errores cometidos, despreciando el conocimiento erróneo, o aquél que no se ofrece como útil para afrontar lo venidero. Y avanzando sobre los cimientos del conocimiento válido, contrastado. Reconociendo, como indica Manuel Cruz [6][6] Cruz, M. (2020) La dividida herencia de la Transición. El País, 8 Dic. https://elpais.com/opinion/2020-12-07/la-dividida-herencia-de-la-transicion.html, que los méritos propios (individuales y colectivos) se deben «a la influencia y el trabajo previos realizados por una persona, un grupo o una generación que les precedió», y asimismo cuidando de «asumir exactamente ese mismo planteamiento cuando sea de deméritos de lo que se hable». Evocamos algo tan fundamental y escaso como la autocrítica.
Enfrentarse a esta crisis sistémica requiere huir del orgullo y la soberbia que caracteriza a las que altivamente nos denominamos sociedades desarrolladas, para analizar lo que nos está ocurriendo desde la humildad y la modestia, para reconocer que estamos ante una situación que, como señala Alessandro Baricco [7][7] Baricco, A. (2020). Ahora por fin ocurrirá algo. El País, 19 Dic. https://elpais.com/opinion/2020-12-18/ahora-por-fin-ocurrira-algo.html, ha encontrado un propicio caldo de cultivo en una serie de circunstancias y una inercia de «prolongada y exasperante agonía». Lejos de tratarse de un nuevo castigo divino -como gustarían de interpretarla los fundamentalismos religiosos- la pandemia de COVID-19 es una nueva y cruenta manifestación de este período antropocénico caracterizado por la huella del ser humano sobre el planeta Tierra y sus diversos habitantes. La actual emergencia sanitaria, económica y social es reflejo y manifestación de esta crisis sistémica que afecta a y deriva de los elementos que componen ese caldo de cultivo: «el sistema democrático, la sociedad de consumo, el sistema capitalista, el Antropoceno, la cultura romántica, las élites del siglo XX» [8][8] IBid, el capitalismo globalizado, la sobreexplotación de los recursos naturales, la creciente desigualdad, etc.
Bajo la consigna de un nuevo imaginario político, este segundo volumen de metapolis convoca a sus autores a la reflexión en torno al estado de crisis sistémica permanente que unas instituciones públicas estancadas no son capaces de mitigar, y apela a la solidaridad y la cooperación, al potencial de lo común. Invoca así a los valores como elemento medular en la respuesta a esta crisis sistémica.
Solidaridad y cooperación internacional son los valores que guiaron en 1948 el nacimiento de la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE), para administrar la ayuda estadounidense y canadiense en el marco del Plan Marshall de reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. La OECE daría lugar posteriormente, en 1960, a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Se afirma que la pandemia de COVID-19 es la mayor crisis sanitaria, económica y social de alcance global a la que se enfrenta el mundo desde aquel momento. Pedro Sánchez, Presidente del Gobierno de España, y Angel Gurría, Secretario General de la OCDE, reclaman en un artículo conjunto la necesidad de que el mundo se inspire una vez más en esos valores [9][9] Sánchez, P., & Gurría, A. (2020). Una agenda multilateral para la recuperación. El País, 13 Dic. https://elpais.com/opinion/2020-12-12/una-agenda-multilateral-para-la-recuperacion.html. En su Conferencia Ministerial celebrada en 2020, la OCDE visualiza una recuperación tras la COVID-19 «resiliente, inclusiva y ecológica», en una agenda que apela al multilateralismo. Una recuperación «fuerte», un calificativo que resulta un tanto difuso, y que más bien evoca el deseo de una recuperación firme y sólida: estable, bien fundamentada y duradera. Apelamos a una gestión sociopolítica de la crisis evolutivamente sostenible, con un marco político e institucional basado en una ecología político-social global, que incorpore los conceptos de ecología política y de ecología social, politizando los problemas y fenómenos ambientales y prestando mayor atención a los contextos sociales, psicológicos, institucionales y culturales de las relaciones entre las personas y el medio ambiente.
Igualmente, abogamos por una recuperación y regeneración apoyados en una gobernanza y desempeño de las instituciones y de la ciudadanía, basados en valores. Pero incluso la aplicación de valores puede presentar diferentes caras e interpretaciones. Un ejemplo es la respuesta gubernamental e institucional frente al desarrollo y el poder adquirido por las grandes empresas tecnológicas y a los desarrollos de la innovación, que explica Ana Fuentes, que fue corresponsal de la cadena SER en Pekín [10][10] Fuentes, A. (2020). Tecnosocialismo con características chinas. El País. 19 Dic. https://elpais.com/opinion/2020-12-18/tecnosocialismo-con-caracteristicas-chinas.html: mientras que en el mundo occidental Estados Unidos y la Unión Europea, para luchar contra las prácticas monopolísticas de las grandes empresas tecnológicas, parecen apelar al valor de la responsabilidad al que hacía mención la comisaria europea para la competencia, Margrethe Vestager, China invoca el valor de la lealtad, dirigida hacia los intereses nacionales identificados con los de partido, del gobierno, permitiendo la innovación, la investigación y el desarrollo tecnológico siempre con esta orientación de lealtad y de compatibilidad con el autoritarismo. Es lo que Fuentes denomina «tecnosocialismo con características chinas», y que en definitiva podemos considerar como parte de las diferentes «tecnorregímenes» («tecnodemocracias», allá donde corresponda), que en diferentes partes del mundo se relacionan de distinto modo con la ciencia, con la innovación y con el desarrollo tecnológico, y con sus correspondientes efectos económicos y sociales.
El aprendizaje, y nuestra inteligencia colectiva de especie, debieran permitirnos extraer enseñanzas útiles de estos fenómenos y desafíos, que requieren tanto respuestas globales como actuaciones locales enmarcadas en un pensamiento global —«glocalización» o, como defiende Manuel Rivas, un localismo universal [11][11] Rivas, M. (2020). Zona a defender. Barcelona: Alfaguara.—. A día de hoy, el cambio global y las consecutivas emergencias medioambientales parecen estar resultando en algunos aprendizajes en el ámbito tecnológico, por ejemplo, en la contención de inundaciones, en la aplicación de energías renovables no contaminantes, o en modelos de ciudades más sostenibles.
En el ámbito sanitario, las vacunas han conseguido erradicar una enfermedad como la viruela y derrotar a otras terribles enfermedades infecciosas, y junto con las medidas epidemiológicas de prevención y seguimiento, se constituyen como el frente de batalla contra la COVID-19. Y en el ámbito político, la coordinación internacional y la multilateralidad consiguen avances en el ámbito de acuerdos internacionales y estrategias como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que, si bien no siempre ven cumplidos todos y cada uno de sus objetivos y previsiones, constituyen avances, por más que se enfrenten a fuerzas antitéticas plasmadas en forma de totalitarismos nacionalistas y obstruccionistas, y de negacionismos de toda índole.
Paralelamente, las democracias sobreviven sometidas a numerosos desafíos en los últimos años del siglo XX y albores del siglo XXI. Mientras que algunos países la democracia parece verse reforzada, en otros, en cambio, se ve amenazada y sometida a embates de diversa naturaleza y procedencia; las democracias resisten gracias a su fortaleza intrínseca y la de las instituciones y defensores que luchan por mantenerlas y consolidarlas.
La fortaleza, confiabilidad y compromiso de las instituciones, sustentados en el ejercicio de la responsabilidad individual y colectiva de la ciudadanía, constituyen un entramado decisivo para lograr que objetivos y pactos revestidos de atractivos envoltorios no queden en papel mojado: desarrollo sostenible, responsabilidad social corporativa, economía verde, transición energética, economía circular, transformación digital…
El concepto de «lo colectivo», «la colectividad», aplicado como adjetivo a la inteligencia, que incluye conocimiento y acción, requiere la invocación a la dinamización de las instituciones públicas y a la lucha contra la desigualdad. A la búsqueda de un equilibrio entre los intereses particulares y colectivos, que permita superar el debate dual y simplista del enfrentamiento entre ambos intereses. Lo colectivo tiene que ver con lo perteneciente o relativo a la comunidad, con lo común, con los comunes; con la reunión, el estrechamiento de lazos, la acción colectiva; y, por tanto, con el bien o provecho común (el procomún), con la colaboración, y con valores que deben tender a ser universales como la empatía, la solidaridad, la generosidad, la lealtad y la justicia social.
La pandemia nos ha recordado la importancia de la interdependencia, el valor del cuidado mutuo y recíproco, de las instituciones que velan por el interés y el bienestar común. Instituciones como la escuela, el sistema sanitario, los servicios sociales y aquellas que se ocupan de servicios esenciales, que tienen un importante papel de socialización y de equidistribución de los recursos, servicios y cuidados.
El fondo de recuperación de la Comisión Europea representa un acuerdo histórico, un modelo que apunta a una respuesta de carácter más solidario, como cambio de paradigma con respecto al modelo adoptado para responder a la crisis financiera de 2008, el cual estuvo basado en la acción enfocada particular y unilateralmente, en los planes de rescate financiero individualizados y las políticas de austeridad, ambas acciones de carácter insolidario. No obstante, el modo en que finalmente se ponga en práctica y sus resultados están aún por ver.
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